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Con las milanesas en los zapatos: la memorable gira de Sud América donde el plantel quedó anclado en Europa y sin dinero para regresar

  

Parecía mentira. La IASA (Institución Atlética Sud América), el viejo cuadro de Villa Muñoz que la peleaba desde la humildad se iba de gira. Los dirigentes mandaron comprar trajes nuevos. Ropa de lujo jamás vista en el barrio. Cuando los vieron salir nadie lo podía creer. ¡Los jugadores de Sud América rumbo al aeropuerto! ¡De traje! Quién iba a decirlo…

Roberto Mocchi no olvidaba el día que le comunicaron que formaba parte de la delegación porque uno de los símbolos del club como Celmar Aguilar se bajaba.

“Sapo, mañana andá a la sede para que te den todos los papeles y probate el traje porque Celmar (Aguilera) no viaja y vas vos a la gira’, me reveló Mocho Romero. “¡Me quería morir! ¡A Europa! Yo jugaba en Cuarta y Quinta”, expresó Mocchi para introducirnos en el cuento de hadas de la IASA.

Europa era el destino. Hoteles de lujo, desayunos imponentes, servicio de primera, partidos con las potencias del viejo continente.

El primer mes los jugadores de Sud América vivían un sueño. Pero al iniciarse el segundo se derrumbó el castillo. Uno de los empresarios que los llevó de gira desapareció con la plata y empezaron las penurias.

Los partidos no se concretaban. El equipo andaba deambulando de país en país y la comida comenzaba a escasear.

El colmo fue que el plantel no tenía pasajes de regreso, y el club no tenía dinero para hacerlos volver. ¿Entonces? Mientras el cuadro estaba anclado, y ante el inminente inicio del campeonato Uruguayo, en el club se desarrolló una asamblea urgente para resolver qué hacer. ¿Cómo hacían para hacer volver al cuadro? En medio de la desesperación se habló hasta con la tripulación del Tacoma (barco de la marina uruguaya) para regresar como polizones. La gira de Sud América a Europa es una historia sin desperdicios...

La ilusión

El año 1958 fue inolvidable para la IASA. Para muchos, la institución logró reunir al mejor equipo de su historia. Para que tengan una idea: no perdió ningún partido contra los grandes en la actividad local.

Por aquellos tiempos el plantel fue a Argentina a jugar partidos amistosos. En uno de ellos le metió cuatro goles a Huracán. Fue entonces que apareció un empresario alemán interesado en llevarlos a jugar a Europa, según me contó el último sobreviviente que fue a aquella gira, Roberto Sapo Mocchi.

Cuando se conoció la noticia, en el club se generó una locura. “Recuerdo que se embalaron todos con la gira. Y algunos no firmaron los contratos, iban gratis incluso. Pero yo era bravo para los pesos y para viajar pedí plata”, reveló el Canario Celmar Aguilera sentado en una vieja silla en la puerta de su casa.

Y fue así como el plantel, con pilchas de primera, se tomó el avión. Todos menos uno: el Canario. Aguilera, considerado un jugador símbolo de la institución, que optó por no concurrir.

Se fuga el contratista

Alemania era el epicentro. Los buzones fueron a jugar a Colonia, Francfort, Múnich, de ahí a Holanda, luego Bélgica —donde enfrentaron al reconocido Anderlecht—, Suiza, Berna, y de ahí a Yugoslavia. Al principio era un lujo aquello. “Teníamos todo. Me acuerdo que compartía la habitación con Julio Pérez y como era de los más veteranos me mandaba a buscarle la cerveza en los hoteles. Yo iba, me paraba y decía ‘one beer’ que era lo poco que sabía decir. Pero le señalaba al que me atendía una torta de jamón y queso que era espectacular y me la comía antes de subir a la habitación”, recordó Mocchi.
Julio Pérez (Foto: AUF)


Con el paso de los días el plantel se fue dando cuenta de que algo no funcionaba. A los jugadores les llamó la atención que se terminaron las comidas y se jugaba contra cualquiera. Andaban de un lado para otro como los gitanos.

“Los partidos más importantes que jugamos fueron contra Phillips (hoy PSV Eindhoven) y Anderlecht de Bélgica; el resto eran cuadros desconocidos. Hacían partidos con el que viniera. Y luego de un mes en Europa nos dimos cuenta que algo no estaba bien. No teníamos ni merienda. Como habrá sido la cosa que terminábamos de comer y metíamos las milanesas en el bolso de los zapatos para picar algo después, en el viaje”, rememoró Mocchi.

Y fue en Holanda donde empezó el principio del fin. Resulta que en un partido se generó terrible piñata y Podestá, uno de los dos refuerzos que llevó el plantel, le rompió la mandíbula de un piñazo a un rival y se terminó la gira.

Mocchi, protagonista del partido, contó: “Se armó lío porque nos querían llevar por delante. En la pelea me agarraron de atrás, y le pegué una piña a uno que resultó ser el contratista que armaba los partidos. De Alemania íbamos a Yugoslavia pero vino el Coronel Alem (presidente histórico de la IASA) y me dijo que no podía viajar. Le pegaste al contratista y no quiere que vayas, me comentó”.

El contratista que armó la gira cobró el dinero, se mandó mudar y el grupo de jugadores, técnicos y dirigentes de los buzones quedó anclado en Europa. Sin pasajes y sin dinero para volver.
  

El pedido al Tacoma


El tema es que dos meses después de haber salido de Uruguay y tras jugar en Alemania, Holanda y Bélgica, el equipo tenía que regresar a Montevideo porque empezaba el campeonato Uruguayo.

Pero claro, se encontraron con que no tenía forma de volver. El alemán que armó la gira desapareció. El plantel no tenía pasajes de regreso. Y mucho menos dinero. No había forma de pegar la vuelta. Estaban anclados en Europa. Los jugadores se revolvían como podían para comer. Ariel Longo, sobrino de Américo jugador de aquel grupo, aportó un detalle jugoso.

“Mi viejo reparaba zapatos y me contó que antes de que el plantel viajara le dio plata a mi tío para que le comprara en Alemania unos repuestos de máquina Singer que acá no había. Pero los repuestos nunca los trajo. Como no tenían para comer mi tío se gastó toda la guita en chocolates”.
Y mientras los jugadores se las ingeniaban por Europa, en Montevideo la situación era dramática. Los dirigentes no tenían recursos.

El Cebolla Juan Carlos Aguerreberry, que tampoco viajó, transmitió las sensaciones que se vivieron: “En Europa tuvieron muchos problemas. Faltaba la plata y la estaban pasando mal. Estaban a medio comer. Hubo hasta problemas policiales que no vale la pena ni contarlos”.

El presidente Alem no sabía lo que hacer. Y como la desesperación había comenzado a ganar a todos, a alguien se le ocurrió ir a hablar con el capitán del famoso buque Tacoma que en ese momento estaba en Hamburgo.

La persona encargada de la gestión fue Julio Pérez debido a que era el más reconocido por haber sido campeón del Mundo en 1950. “Julio fue a hablar con el capitán del barco y le pidió por todo lo que tuviera en la tierra que hiciera merendar y cenar a la delegación y que nos trajera de retorno a Montevideo. El capitán adujo razones de reglamentos militares, falta de espacio y escasa disponibilidad de comida para todos. Julio le llegó a decir que igual viajaban en la bodega y que durante el día saldrían a la cubierta para no comprometerlo. Que harían tareas de marinos, si fuera necesario. Pero todo fue inútil. Claro que los oficiales quisieron presentarle a la tripulación al campeón del Mundo, a lo que Julio, caliente, los mandó a la mierda. Algunos muchachos fueron a varias compañías aéreas para pedir volver a crédito, pero nada de nada”, rememoró Julio Toyos en la web de Sud América.

De Julio Pérez todos recuerdan su bondad. Mocchi, que en aquel entonces era un juvenil que recién aparecía en el fútbol, no olvida la anécdota que le tocó vivir con el campeón de Maracaná.

“Un día entro al cuarto y veo arriba de la cama unos zapatos Adidas. ¡No habían llegado esos zapatos a Uruguay! Y le digo a Julio, ‘andan bien tus cosas, me decís que no tenés un mango, me fumaste todos los Republicana (marca de cigarrillos de la época) y te comprás zapatos’. Me mira y me dice: ‘¿no tenés zapatos de estos?’ Me lleva a la pieza de Vázquez (un dirigente) y le dice, ¿qué pasa con los zapatos de Mocchi? Y me dieron un par”.

Venden a Silveira para comprar pasajes

Cacho Silveira (Foto twitter IASA1914)

A todo esto, en Montevideo se iniciaban las gestiones para conseguir recursos. El relato de Julio Toyos permite conocer más detalles: “El inolvidable directivo Roque Santucci dijo que iba a hacer una gestión con sus amigos de Independiente para venderles nuestra joya más valiosa: el Cacho Silveira. Y logró que el presidente rojo, Herminio Sande, aceptara pagar 210.000 pesos de inmediato para poder traer al plantel desde Europa”.

Pero por aquellos tiempos no era cuestión de vender y chau. No, generalmente los clubes convocaban a una asamblea de socios para aprobar la negociación.

“La Asamblea fue en la vieja cancha de bochas. Había quienes se oponían al pase salvador. Una urgencia que no admitía ni 24 horas más. El padre de Cacho Silveira estaba a punto de explotar: no solo iban a volver del viejo mundo, sino que además su hijo se salvaba. De repente pidió la palabra Santucci, miró casi con flechas en los ojos al teórico que decía que había que buscar un cliente que pagara más, y le dijo... ‘Mirá yo no tengo idea de esto de los discursos porque no fui a la Universidad a aprender a mentir, pero pedazo de “belilún” (jamás decía “belinún”, nunca aprendió a decirlo; para Roque el que no entendía era un “belilún”) no hay forma de que vuelvan nadando: sé lo que es una tragedia y se ve que nunca tuviste un hijo...’. Y en medio de aplausos se votó el salvador pase”, recordó Toyos.
Don Roque fue fundamental con su intervención. Aguilera lo recuerda como un dirigente con una visión increíble.

“Roque Santucci compró la sede y le decían que estaba loco. Miren como fue la cosa que no entraba toda la gente que iba a los bailes. El club hizo mucha plata. Aquellos presidentes como Santucci o el Coronel Alem eran sensacionales, tipos de mostrador, de boliche, de mundo. ¡Con qué le iban a venir a don Roque! Me acuerdo una vez que fuimos con un muchacho a manguear al restaurante que tenía. Entonces le pedí plata y me dijo en tono enérgico: ‘andate, que no tengo nada’. Pero Roque, voy a poner un puesto de pescado, le dije. Y me dio $ 1.000. A los pocos días me lo encuentro y me pregunta: ‘¿y el puesto de pescado donde lo pusiste?’ En la laguna, le dije y se reía”.

Lo cierto es que una noche, en un hotel en Suiza, sonó el teléfono. Desde Montevideo le avisaban al plantel de la IASA que se terminaban las penurias. “Habían vendido al Cacho Silveira y con esa guita volvimos todos en avión. Viajamos en Aerolíneas Argentinas, en un avión a chorro. Yo gritaba: ¡se incendia el avión! ¡Se incendia el avión! Era la primera vez en mi vida que viajaba en esos aviones. Allá en la gira no nos dieron un mango, recién acá nos pagaron”, recordó Mocchi.

Celmar Aguilera, el histórico del club que desistió de la gira, aportó más datos a la peculiar historia: “Los que fueron quedaron pelados. Como será la cosa que volvieron y algunos jugadores grandes me pedían: ‘Canario, no tenés $ 10 que me prestés’. Yo no fui porque era rebelde en eso de los pesos. Claro, vivía con mis viejos en un rancho de terrón, teníamos vacas y tomaba leche al pie de la vaca, ¡qué iba a ir!”.

Comentarios

  1. Muy bueno, gracias por publicarlo, es bueno acotar que la IASA no es del Cerrito, ahí está su cancha, Sud América es originaria de Villa Muñoz, por este motivo muchos de sus hinchas compartimos el amor también por el Club Goes y mucha gente de la colectividad Judía es históricamente hincha de ambas instituciones. Saludos Víctor (socio vitalicio)

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