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Mostrando entradas de junio, 2021
Una improvisada cancha en el patio de la cárcel. Presos parados al borde de la línea y otros gritando desde las celdas. Y de pronto se escucha un alarido: “¡Loncha, matá a uno así te venís a jugar para nosotros!”. Defensor jugando en el penal de Punta Carretas. Tan increíble como real. Allá por la década del 60 era habitual que los violetas concurrieran a jugar partidos a la cárcel donde hoy está el shopping. Aquella idea comenzó a gestarse entre los propios jugadores y a pedido de los presos. “Si no tienen miedo, les hacemos un partido”, mandaban decir los detenidos a través de conocidos del plantel violeta. “Los jugadores tomamos la iniciativa porque había gente conocida y había muchachos presos que nos pedían, ‘che que tal si les hacemos un partido”, reveló Baudilio Jauregui, exjugador de aquel Defensor a Que la cuenten como quieran . “Recuerdo que nosotros íbamos caminando a Punta Carretas, porque estábamos al lado, entonces ya íbamos calentando. A todos nos daba gusto concurri
“¿Usted sabe que el Bola Lima perdió el perrito y pidió un rescate?”, con su particular estilo el Contador Damiani narraba la anécdota de unos de los jugadores que más quería y aconsejaba: “Siempre le digo, Bolita, cuida los pesos chicos que los grandes se cuidan solos”. Se fue Robert Lima y su fallecimiento pegó duro. Si parece que fue ayer cuando lo entrevistaba sentado arriba de la mesa de billar de Los Aromos. Si hasta puedo escuchar el grito de Gregorio en pleno entrenamiento: “¡Pero Bola, pará un poco! Le tirás cada viajes bárbaros! ¡Lo vas a lastimar!”, clamaba el entrenador porque Lima no medía, entrenaba como jugaba. La pérdida de Lima no fue un más. Al margen del tema deportivo, donde integra la selecta lista de futbolistas que jugó todos los años del segundo Quinquenio de Peña rol (1993 a 1997), el Bola era un muchacho querido. Eran comunes sus bromas al utilero de Jorge Delgado, al que se lo conocía por el mismo sobrenombre: Bola. En un vuelo a San Pablo, Robert Lima
Fue testigo del llanto de los niños por los gritos de afuera. Llegó a quedarse hasta las 2 de la mañana haciendo tarjetitas con cartulina para regalar a los chiquitos con un mensaje. Iba a la cancha con dos libros. Esta es la historia de un anónimo llamado Luis Morales, un hombre que arbitró 7.068 partidos de baby fútbol y regaló miles de enseñanzas. T enía 16 años cuando se metía en la cancha del club de su barrio Málaga con un solo objetivo: arbitrar partidos. No se le ocurría jugar. Un día José Oliva, que lo veía dirigir desde afuera, le preguntó si le gustaría ser juez y lo impulsó a inscribirse en el curso de árbitros. Jamás imaginó llegar a dirigir más de siete mil partidos. Qué le van a hablar a Morales de baby fútbol que no conozca… Fueron 36 años ejerciendo la docencia desde adentro del campo de juego como árbitro. Su particular estilo de conducción lo llevaba a tomar decisiones que de pronto no caían simpáticas. A modo de ejemplo, si había tormenta no había gestión posible
Alfredo Amarillo, el uruguayo que deslumbró a Rinus Michels, el DT de la Naranja Mecánica. Fue comprado por Barcelona, jugó con Cruyff y Neskens. En 1978, Kubala lo convocó para defender a España en el Mundial de Argentina, pero no pudo jugar por una disposición reglamentaria.   En Barcelona era una personalidad pero jamás perdió su esencia y cuando venía a Uruguay jugaba al fútbol en el Tacuary. Hoy reside en San Luis donde se la rebusca cortando pasto, arreglando jardines, pintando y dando una mano con la Sub 17 del club. Alfredo volvió loco de la vida al rancho de los viejos. Dejó el bolso arriba de una silla y se encaminó a su cuarto cuando la voz de su padre lo hizo cambiar de rumbo. “Vamos para la azotea que tengo que hablar contigo”, le dijo el viejo con esa tonada de exigencia que tanto lo caracterizaba. No en vano, su padre era su principal crítico. En el trayecto al techo Alfredo se iba comiendo la cabeza. ¿Qué hice mal?, pensaba. Y por su mente empezó a rebobinar el case
Siente a Rampla como parte de su vida. Empezó y se retiró en el club, dirigió al cuadro cinco veces hasta que su señora enfermó. Su corazón es picapiedra, pero vaya paradoja, su vida cambió gracias a Cerro. Juan Carlos Borteiro y su orgullo de barrio alejado del odio de la rivalidad. La vieja cancha de Rampla. El astillero. La casa de dos aguas de Pedersen. El pasaje hasta el agua de la bahía donde se veía el partido de parado. La memoria de Borteiro es Rampla en estado puro. Ahí empezó a los 13 años hasta que se lo llevaron a la Tercera de Peñarol. “En aquel cuadro de Peñarol había señores jugadores como el puntero derecho Martínez, que venía del primero de River. Hermano de Ruben Martínez, ese era un mini Cubilla. De 8 el Tubo Sosa, bruto jugador que se fue a jugar a Colombia, de 9 estaba yo, de 10 Beltrán Sosa que pasó del primero de Liverpool a la Tercera de Peña rol y de puntero izquierdo Fontora o Iriarte. Teníamos una delantera tremenda, salimos campeones”, recordó en charla