Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2021
La caída del sol en el Nasazzi. El aroma del habano del viejo. La foto con Chiquito Vismara siempre al lado. La vuelta olímpica con su señora embarazada. El orgullo de la estrella en la camiseta. Llorar al hablar del cuadro. El Pocho Navarro es Bella Vista en estado puro. Su única camiseta en Uruguay. Su historia con el club comenzó de manera curiosa. Jugaba en la Quinta de Peñarol cuando en un amistoso contra los papales les marcó dos goles. El Pocho quedaba libre a fin de año, por lo que su padre no dudó en apersonarse al otro día en Acodike, la empresa donde trabajaba el técnico de las formativas papales, Sergio Markarian. Don Navarro le dijo al DT que su hijo quería jugar en Bella Vista. Sergio no dudó un instante y brindó su inmediata aprobación. Fue de ese modo que Rubens Pocho Navarro empezó a escribir con los papales una historia a pura emoción. “Lo que siento por Bella Vista no lo puedo describir con palabras. Recuerdo que cuando estaba en el exterior llamaba al period
Argentina de nacimiento, uruguaya de corazón. Cuando un chico de 14 años había dejado el deporte por no tener patines y se acercó a ella por ayuda, no dudó en llevarlo a vivir a su casa. Lo adoptó como un hijo. Dos años después el chico se fue. Fue un desprendimiento doloroso. Como perder un pedacito de su alma. Lloró pero lo entendió.   En los rincones perdidos de Colonia dedica su vida a enseñar patín. Pero Adriana Oviedo es más que una entrenadora. Asumió un rol de madre, aloja chicos en su casa, y se llega a emocionar cuando los recibe al pie de un ómnibus desde distintos puntos del país. Llegó a tener 10 chiquilines durmiendo en el piso del living hasta que su suegro le donó un lugar que denominó La Casa Celeste. Adriana dedicó su vida al patín. Hija de una jueza internacional, pasó la mayor parte de sus años en el ambiente. Después de recibirse de maestra y tener su primer hijo, tomó la elección de vida de venirse a Uruguay. “En Buenos Aires me tocó sufrir episodios de
Jugaba de lentes. Parecía un motociclista. Hijo de polacos, nació en el Chaco, pero se enamoró de una uruguaya y se vino a Montevideo. Fue campeón con Argentina y defendió a Uruguay en los Juegos Olímpicos. Adolfo Lubnicki, un caso único, de un tipo carismástico, que terminó peleando por la celeste. Foto gentileza Fabián Was Adolfo Lubnicki es dueño de una historia sumamente particular. Un caso excepcional y poco frecuente en el mundo del básquetbol: defendió a la Selección de Argentina y a la de Uruguay. Los eternos rivales del Río de la Plata. Y fue olímpico con los dos países. Originario de Charata, Chaco, Lubnicki era de los gauchos judíos. Sus padres eran polacos que se fueron al interior de Argentina escapando de la guerra. Y en medio de la nada nació Adolfo un 25 de julio de 1933. Era un flaco lungo de 1,94 metros que en aquella época llamaba la atención. Cuando se fue a vivir con su familia a Buenos Aires lo tentaron enseguida para jugar al básquetbol. Lo ficharon en el
Vaya tranquilo maestro. Usted le devolvió la selección a la gente. La hizo cantar el himno. Emocionarse hasta las lágrimas. Y volver a sentir orgullo de ser uruguayo. A los niños les dejó en claro que la patria es la infancia. Transmitió valores, inculcó respeto. Se puso del lado de los que defendían sus legítimos derechos. Le devolvió la camiseta a Uruguay. Foto gentileza Martín Cerchiari Renunció a la FIFA cuando tocaron a Luis Suárez. Discutió con Lugano cuando entendió que debía salir del equipo. Le permitió abandonar la concentración a Cavani para acompañar a su familia en un momento complejo de su vida. Abrazó a Godín con admiración y le habló a Valverde como si fuera su hijo. Se ofreció a llamar a un juvenil de la Sub 15 que se dormía y faltaba al liceo. Y se puso de pie, pese a las dificultades físicas, para gritar un gol de su país. Pucha cuanta cosa queda en el camino. Tal vez, como usted mismo dijo, es la recompensa. Se terminó maestro. Nada es para siempre. Pero el ti
Las mil Spicas de Goes. Año 1959. El cuadro venía invicto pero fue penado con la pérdida de un partido. Los hinchas, indignados, juntaron la plata de las entradas y se la dieron al club. Fueron a la cancha y no entraron. El partido se escuchó por radio afuera y pasó a la historia como el día que Goes juntó mil Spicas. Foto gentileza Jacko Cizin   Todo comenzó una noche de 1959 cuando Goes vencía cómodamente a Olimpia por más de 15 puntos. El equipo de Plaza de las Misiones caminaba a paso firme por el torneo con un prolongado invicto que lo tenía en el primer lugar de la tabla de posiciones. Pero de pronto, en aquel partido contra los Alas Rojas, ocurrió lo inesperado. En determinado momento del juego el árbitro Mario Hopenhaym cobró dos técnicos contra Goes. Los jugadores protestaron, el clima se calentó y los jueces decidieron retirarse de la cancha. El resultado del partido quedó en manos de la Federación que terminó declarando ganador a Olimpia. La resolución generó indignaci
Agraciada y Lima. Bar Castelar. Ahí caía el Loco Pancho con su inseparable amigo Kelly. El hombre fue parte de los guardaespaldas de Perón y exhibía con orgullo las fotos con el General. Pancho Ortega, un personaje de la Aguada que en las elecciones recorría Agraciada, a caballo con una bandera, y que terminó generando una obra social frente al Palacio Legislativo que se conoció como la Plaza de Pancho. Ilustración Matías Bergara programa Pebeta de mi barrio   Nació en La Matanza, Argentina. Se convirtió en boxeador y en su recorrida por los bares de la Aguada contaba que había sido sparring del Mono Gatica. Sin embargo, su máximo orgullo era haber servido a Perón. Cuando el General se fue al exilio, Pancho se estableció en Montevideo. Pasó a vivir en la calle Lima y se transformó en un hombre duro de la barra aguatera. “Pancho Ortega… Personaje polémico, típico de los guapos del 900, taura como los de los tangos. Lo conocí personalmente y tuve la oportunidad de conocerlo bastant
Mágico. El rey de la bohemia. Un jugador de otro planeta como lo definió Maradona. Se dormía en la discoteca. No se levantaba para ir a entrenar. El Bambino Veira le contrató un grupo flamenco que le fue a cantar para despertarlo. Lo invitaron a jugar en Barcelona y llegó tarde al aeropuerto. Pagaba la vuelta en los bares y le prestaba el auto al que se lo pidiera. A Jorge Alberto González la gente no lo conocía por su nombre. Para el mundo del fútbol fue simplemente Mágico. Un fenómeno sin igual. El orgullo del fútbol de El Salvador. “Un genio”, como lo definió el uruguayo José Luis Zalazar que fue su compañero en Cádiz y del que no dudó en afirmar que fue “el mejor jugador con el que he jugado en toda mi carrera”. Zalazar llegó a Cádiz para la temporada 87/88 a pedido del técnico uruguayo Víctor Espárrago. Allí, los dos uruguayos, se encontraron con el genio del Mágico. Su fama trascendía fronteras y las dudas, en la ciudad rodeada de playas, pasaba por saber cómo controlaría Esp