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Mostrando entradas de agosto, 2020
Villa Española: orgullo de barrio, historia de lucha y laburantes de un club donde los jugadores cantan el himno del cuadro Ivo Allende, jugador del club, pintando el escudo del cuadro en el vestuario La chimenea y el pitido de la fábrica que hacía apurar el paso rumbo a la escuela. Las pelotas de goma de cada 6 de enero. Los zapatos Incalcuer que la vieja compraba un número más grande para que duraran dos años. Cantinas y comedores. El humo y el aroma de los chorizos invadiendo cada casa de la zona. Tres mil obreros ganando la calle a la hora del almuerzo. Allá, al fondo de Corrales, en aquel barrio cubierto por las flores de mil colores, enclavada en un refugio de amistad, la cancha del Villa. El cuadro y su barrio fueron de la mano hasta que las máquinas de la modernidad se llevaron por delante el viejo Parque Sáenz devenido en Parque España. El dolor invadió. Fue un golpe al alma. Al corazón del barrio. El orgullo fue herido. Pero jamás murió. El Villa se levantó. Una mañ
Bicho: el inédito caso del jugador que pagó para que se hiciera su pase y terminó marcando a Ginóbili, Oscar y Tato López Foto facebook Silveira (Último Cuarto Jime Montgomery) Corría el año 1999 cuando uno de los más grandes exponentes del básquetbol brasileño pedía pase para Flamengo. Su apellido: Schmidt. Su nombre eterno: Oscar. Una bestia del gol. Para que tengan idea, el primer día de diciembre de ese año embocó un libre que le significó llegar a los 43.000 puntos. Se retiró anotando 49.703 tantos lo que le significó ser miembro del Salón de la Fama de FIBA (Federación Internacional de Básquetbol). Y fue por aquellos tiempos que a Welcome le tocó medirse contra el equipo más popular de Río de Janeiro. La noche anterior la bestia de Oscar había marcado, él solo, más puntos que todo el equipo ecuatoriano al que habían vencido. El técnico de Welcome, Víctor Berardi, y su ayudante Cacho Perreta, llamaron a los mejores marcadores del equipo: Diego Losada y Luis Silveira. “Mi
  Crónica de un muñequito extraviado: la historia del preparador físico de Los Teros que jamás volvió a ver a su padre Foto URU (Gentileza Carlos De la Fuente) Inesperadamente el ómnibus se detiene. Las puertas se abren. Al frente la policía. Atrás la vereda del destino. Y ahí, en el fondo del ómnibus, el padre que había salido con su hijo a comprar unas chapas para terminar la casita donde vivían, no dudó. Tomó al chiquito de tres años y le habló con un nudo en la garganta: “Carlitos bajá del ómnibus, andá hasta la esquina y esperá ahí que alguien te va a levantar… Va a estar todo bien…”. Carlos Enrique De la Fuente apeló a su instinto de padre. “Va a estar todo bien…”. Aquellas fueron las últimas palabras que el chico escuchó de boca de su papá. Jamás lo volvió a ver. Aquel 11 de mayo de 1976, en plena dictadura, Carlos Enrique apeló a su instinto de padre. Sabía que por su militancia política sería detenido. Su hijo Carlitos siguió paso a paso los consejos del viejo. Chiqu
De película: el uruguayo que se hizo amigo del hijo de Gadafi y vivió un cuento de hadas en Libia Cepillo de dientes de oro. Un león de mascota y un perro doberman adiestrado para detectar explosivos. Un garaje con Ferrari, Lamborghini, Mercedes, BMW. Un palacio. Cuando viajaba reservaba todo un piso de un hotel para él. Llegó a pagar hasta 30 mil euros diarios. A su alrededor no menos de 15 guardaespaldas. Cuenta incluso la leyenda que su señora se bañaba con leche para cuidar su piel. La imagen de su padre por todas partes. Hasta en los billetes. Eran los dueños de Libia. El ser humano jamás puede predecir lo que le deparará el destino. Y aunque ni siquiera estuviera en sus sueños más profundos, corría el año 2002 cuando Luis De Agustini, un golero que se formó en Peñarol y pasó por Liverpool, se fue al mundo salido de un cuento de hadas. Un buen día, Ruben Giménez le ofreció a la posibilidad de ir a jugar a Libia. No tenía ni idea donde quedaba. Pero allá se fue De Agustini co
¡Esto es Goes! La última historia de la cancha abierta con La Bruja y Pastrana como símbolos Deudas y embargos. La llama del club se apagaba. No había ni tablero. El cuadro estaba en la B. La hiriente letra de todos los deportes. Los temores invadían. Jugar era una quimera. Era imposible armar un plantel. Pero obedeciendo al llamado de la historia, esa que dice que el club fue forjado por los changadores del mercado, vecinos, comerciantes y jóvenes que buscaban su primer trabajo en un país que atravesaba la dictadura de Terra, salieron a dar la pelea. Goes era el cuadro de la clase trabajadora, del pueblo y de los pudientes. Y un grupo de jóvenes dirigentes, apoyados por dos veteranos curtidos en mil batallas como Waldemar Rial y Ruben Lorenzo, salió a honrar la letra de su historia. Había que competir. Fue así que salieron de apuro a armar un plantel. Sin aspiraciones. Las prioridades del club pasaban por otro lado. “La apuesta era el techado de la cancha”, reveló el entonce