El trofeo del goleador de la cárcel que está en las mejores manos
Ricardo La Gata García |
Golpes
y torturas. Días sin comer. Hambre y frío. El doctor Marabotto estuvo a punto
de matarlo. No vio nacer a su hija. Lo echaron del país por su militancia
política. Vivió en Chile, fue adiestrado para la guerrilla en Cuba y entró
camuflado a República Checa con bigote y pelo teñido.
A
su regreso armó una nueva familia. Pero la vida le pegó otro golpe. Su señora
falleció. Quedó solo con tres niñas. Dedicó su vida a la docencia enseñando básquetbol
en una escuela pública.
Con
el paso de los años, se enteró de la particular historia de un trofeo de
goleador que le impidieron ganar en la cárcel. Un hueso que perdió a manos de
Carlos Haller y que hoy está en poder de unos de los mejores jugadores de la
historia del básquetbol uruguayo, Horacio Tato López.
Esta
no es una historia más. Esta es una historia que dejó huellas y marcas para
toda la vida.
Cuando
Ricardo La Gata García desembarcó en la capital, proveniente de su Mercedes
natal, el básquetbol era amateur. Cobrar por jugar era una deshonra.
García
había llamado la atención en un campeonato nacional jugando contra el combinado
de Montevideo. Marcó cerca de 30 puntos por lo que el técnico de los
capitalinos, Bernardo Larre Borges, lo convocó para la selección del año
entrante.
Bajar
a la capital no era sencillo para García. Sus padres no tenían dinero para
mandarlo a estudiar. Cuando la incertidumbre sobre su futuro gobernaba la
escena aparecieron dos dirigentes del club Sporting en su casa.
La
Gata, fiel al espíritu amateur que reinaba, lo único que se animó a pedir fue
plata para el boleto y un trabajo. Y como sabía inglés, su primer “empleo” fue traduciendo
las cartas que le llegaban al presidente de Sporting, el reconocido Contador
José Pedro Damiani. A cambio, el jugador recibía unos pocos pesos que le daban para vivir
en una pensión junto a varios conocidos que habían llegado de Mercedes.
Por
aquellos años, década del 60, el país vivía un momento políticamente
complicado. En la pensión, García empezó a recibir influencia política. “Como
eran todos medios subversivos me empezaron a dar manija con la política”,
rememoró el exjugador.
Y
como tenía que esperar dos años para jugar, debido a una reglamentación vigente
que impedía actuar de inmediato al jugador que pedía pase, tuvo tiempo para
empezar a militar políticamente.
Sin
embargo, en 1966, el técnico Bernardo Larre Borges (el mismo que lo había citado
cuando lo vio en Mercedes) impuso la política de promover jóvenes jugadores y
lo sorprendió citándolo junto a Omar Arrestia, Daniel Borroni, Ricardo Moreira
y Víctor Hernández. La finalidad era que hicieran experiencia en el torneo Sudamericano
de Mendoza.
Al
volver, se encontró con la renuncia de Damiani a la presidencia de Sporting. Se
quedaba sin trabajo y con un año por delante sin poder jugar.
Enterados
de la situación, varios clubes empezaron a seducirlo. Y apareció Atenas con una
propuesta para desempeñar funciones en Boulevard Autos. La Gata se convirtió en
vendedor de vehículos. “Yo lo único que sabía de autos era que tenían cuatro
ruedas”, reconoció.
La
estabilidad la logró recién cuando lo emplearon en la Intendencia Municipal de
Montevideo.
El militante
Lentamente,
la Gata encaminó su vida. Tenía trabajo seguro y quedó habilitado para jugar. En
1968 defendió a Uruguay en el Preolímpico de Monterrey.
Paralelamente,
en la pensión donde vivía, Ricardo se sumó decididamente a la militancia
estudiantil en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
Como
el grupo necesitaba un espacio para reunirse, visualizaron que el lugar donde
vivían podía cumplir las veces de local de la organización.
Para
evitar problemas con la policía, le sugirieron a la dueña de la casa que se
fuera a Mercedes, quedando uno de sus hijos a cargo de la vivienda.
Pasó
el tiempo, todos abandonaron la casa, y allí quedó viviendo Ricardo junto a
quien fue su primera esposa.
El
clima de conflicto en el país iba en aumento. Una noche, en procura de
desbaratar al movimiento guerrillero, la policía allanó un local en la calle
Propios. En la requisa dieron con determinadas pistas de un dirigente tupamaro.
Se trataba del hijo de la dueña de la casa donde estaba la Gata.
Y
mientras García vivía su momento de gloria deportiva, al consagrarse campeón
Federal con Atenas en 1969, la policía iniciaba una investigación que derivó en
su Mercedes natal para preguntarle a la dueña de la vivienda donde estaba su
hijo. “Vive allá, en la calle Guaná”, respondió inocentemente la mujer sin
saber que el único que permanecía allí era Ricardo García con su señora…
De la gloria a la cárcel
Una
tarde de 1970, La Gata armaba el bolso para el debut del campeón Atenas ante
Olimpia cuando, inesperadamente, tocaron a la puerta en la casa de la calle
Guaná. Sorpresa e incredulidad al abrir. Era la policía. Los nervios a flor de
piel. Se vivía una etapa de represión política y social que derivó en el golpe
de Estado.
Preguntaron
por una persona. Ricardo y su señora, embarazada de su hija mayor, dijeron no
tener conocimiento. Los oficiales entraron y allanaron la casa. Revisaron todo.
No encontraron nada. Hasta que allá, atascado en un cajón, asomó algo que llamó
la atención a los agentes.
“Un
papel de esos amarillos, de deberes de niño, de garbanzo. Escrito con sylvapen
verde. Tenía una lista de nombres. No me olvido más. Y nos empezaron a
interrogar: ‘¿estos que figuran acá quiénes son?’. Yo dije que no sabía. Aparte
no era nada importante, era una cosa rara, ni yo ni mi mujer sabíamos, pero
ella parece que dijo algo que a los milicos les dio la pista de que sabía algo”,
rememoró el protagonista.
Ricardo
la Gata García jamás llegó al partido. Se lo llevaron. Quedó detenido. Su
destino fue la cárcel de Punta Carretas. El de su señora la Escuela Nacional de
Enfermería Carlos Nery.
Un
abogado comenzó a exigir la libertad argumentando que la policía no tenía
pruebas para retenerlo. A todo esto, la señora de Ricardo estaba a punto de dar
a luz. Sufrió mucho durante la noche y tuvo a su hija sentada en una silla. Al poco tiempo, como
consecuencia de que el lugar donde la tenían encerrada no estaba preparado para
tener presas políticas con niños, la liberaron.
Libre por unos minutos
Tres
meses después de estar en el penal de Punta Carretas, Ricardo fue liberado.
Traspasó el portón del hoy convertido en moderno Shopping y miró al cielo.
Respiró profundo. Por fin conocería a su niña. Libre. Se encaminó a la calle. No
llegó. En plena vereda, a escasos metros de la cárcel, dos personas se le
tiraron arriba, lo encapucharon, lo metieron en una camioneta combi, y se lo
llevaron. Otra vez preso. Esta vez en un cuartel.
Aquellos
fueron días de incertidumbre. Lo trasladaban de cuartel en cuartel por el
interior del país hasta que finalmente lo dejaron dos meses en el Fusna
(Fusileros Navales).
Y
allí adentro, en la soledad de un enorme frontón de hormigón, al rayo del sol,
se encontró por primera vez con su hija recién nacida.
García
no lo olvida. Era pleno verano. Un calor infernal. Un agente le avisó que tenía
visitas. Lo llevaron al frontón donde había una solitaria silla. El sol rajaba
la cancha. Luego de una larga espera apareció un militar con una niña en brazos. Era Valeria.
La
Gata estima que debe haber estado tres meses preso en el Fusna.
Y que durante ese tiempo, por su condición de basquetbolista y el hecho de haber ganado el Federal del año anterior con Atenas, recibió trato preferencial. “No tengo dudas, me salvé de muchas palizas y torturas porque era jugador”.
Y que durante ese tiempo, por su condición de basquetbolista y el hecho de haber ganado el Federal del año anterior con Atenas, recibió trato preferencial. “No tengo dudas, me salvé de muchas palizas y torturas porque era jugador”.
A un paso de la muerte
Ricardo
me pasó otro mate en la charla que se desarrolló en su casa de la Unión. Se
paró y apareció con un enorme álbum plagado de recortes de diarios y fotos de
su etapa de jugador. Me contó que su madre le guardó cuidadosamente todos esos
recuerdos. Los conserva como un tesoro. Y mate de por medio, siguió adelante con
su particular historia.
Me
dijo que, en una época, cuando la Cruz Roja llegó a Uruguay ante las quejas
sobre maltrato en las cárceles, les permitieron a los presos jugar al
básquetbol en el Penal. Y se organizaron campeonatos. Cada piso del Penal
contaba con un equipo. “Los milicos apostaban plata”, expresó la Gata antes de
introducir en la historia a otro exjugador: “Carlos Haller (hermano de Germán,
famoso jugador de selección, y padre de Federico) me ganó un campeonato porque me
operaron...”.
Cuando
me comentó eso, Ricardo apoyó el mate arriba de la mesa y se levantó la remera. Dos
enormes tajos atravesaban su estómago.
“¿Ves
estas marcas que tengo? Estoy de casualidad acá porque esto no fue solo una
operación de la vesícula, sino que después me agarró Marabotto (Nelson, médico
que colaboraba con la dictadura) en el Hospital Militar...”.
Ricardo
metió una pausa y retomó: “Bueno, te cuento... Me operan. Estaba en la cama en
el posoperatorio en el Militar y justo cambia la guardia. El médico que me
operó, Sarroca, terminaba el último día del mes y se iba a Paysandú. Y entró
Marabotto. Yo estaba recién operado. Marabotto dio una orden y me arrancaron
todos los caños que te dejaban al otro día de la operación. Eso me produjo una
peritonitis”.
Pero el
destino se apiadó de García. El médico que lo operó, antes de viajar a su
ciudad, pasó por el hospital a ver cómo estaban sus pacientes. Cuando llegó
puso el grito en el cielo. “No era para menos, yo me estaba muriendo”, recordó
la Gata.
El
doctor empezó a gritar, pretendió llevarlo al quirófano, pero los guardias
encargados de la seguridad, porque la Gata estaba en una camilla de seguridad y
enrejado, según contó, no lo dejaron. Los presos que fueron testigos de aquella
situación, le contaron a Ricardo que en medio de aquella locura llegó Marabotto
y se produjo una discusión hasta que el médico logró su cometido de trasladarlo
nuevamente a la sala de operaciones. Lo volvieron a abrir. Por eso tiene los dos
tajos. Se salvó de milagro.
Superado
el mal momento volvió a la cárcel. Ricardo retomó el cuento de los campeonatos
deportivos dentro del Penal. “Yo estaba en el piso de los pesados y los milicos
no querían que mi cuadro fuera el campeón”.
Carlos
Haller corroboró que: “El día del partido contra el cuadro de la Gata,
tempranito, lo fueron a buscar y se lo llevaron al Hospital Militar. No lo
dejaron jugar. Entonces salimos campeones nosotros y yo fui el goleador del
campeonato. Al goleador del torneo le habían prometido un premio…”.
Hambre y torturas
Los
buenos tiempos en la cárcel cambiaron a partir de la muerte del Coronel Trabal
en Francia. La Gata reveló que entre 1974 y 1976 se vivió lo peor. “Es que
dijeron que a Trabal lo habían matado los tupamaros”.
“Cuando
el Ejército fue tomando poder se hizo notar el cambio. Nos quemaron los libros.
Nosotros escribíamos y escondíamos las cosas para poder sobrevivir. Y pasaban
cosas estúpidas como prohibir imágenes. Un corazón no se podía dibujar. Dos
manos tampoco porque significaban unidad. Una paloma menos, porque era sinónimo de libertad. Se llegó a esos niveles”, expresó Ricardo.
La
Gata reveló haber sido sometido a torturas. “Sí, nos pegaron. Había de todo. No
solo lo planificado con un objetivo concreto de torturarte, de masacrarte
mentalmente, sino que aparte había rienda suelta. Venía cualquier milico, y
porque se le ocurría, te cagaba a palos”.
Carlos
Haller acotó: “Te hacían un trabajo psicológico. ¿Qué pasa, Pedro? ¿Se rompió
la picana?, decían entre ellos los militares”.
Ricardo
reveló que supo en carne propia lo que es pasar hambre de verdad. “Pasé muchos
días sin comer. Hambre feo”.
El largo peregrinar del exilio
El
tiempo pasó. García siguió preso. Y se avizoraban las elecciones. Las últimas
antes de la dictadura. El país vivía un clima de mucha movilización política. Fue
cuando los militares decidieron echarlo de Uruguay. Al exilio. Como era preso
político fue a parar a Chile, donde había sido electo como presidente Salvador
Allende.
“Voy
por contactos del básquetbol porque, aunque parezca mentira, yo seguía siendo
campeón Federal”, expresó Ricardo.
Jugando en el club Bata, que disputaba unos torneos en el norte del país, encontró la forma de ganarse unos pesos. La plata no le alcanzaba para mucho. Pero allí sumó una nueva
experiencia. Trabajó por primera vez con niños. Armó una escuelita con los
hijos de los mineros. Al terminar el campeonato regresó a Santiago.
García
se alojó unos días en la casa del reconocido periodista Humberto Ahumada que lo
contactó con el cuadro de la empresa del gas: Gasco. Le hicieron una propuesta
de pagarle 100 escudos (moneda chilena de entonces) por partido ganado.
El “guerrillero” cubano
En
el exilio, García mantuvo siempre latente la idea de regresar a Uruguay para
reunir a su familia. Pero la situación política lo hacía imposible.
Estando
en Chile, cierto día se encontró con unos cubanos que le hicieron ver que la
única forma de entrar ilegalmente a Uruguay era a través de Cuba. No lo dudó.
Viajó
a la isla con el pretexto de hacer cursos. Al llegar, se encontró con que los
cursos eran para combate en tierra, manejo de armas y hasta buceo.
“La
intención era prepararte para la guerrilla, que el entrenamiento te sirviera
para cuando volvieras a Uruguay donde las cosas estaban duras”, contó.
Fueron
cerca de siete meses de preparación. Pero con una particularidad. La mayor
parte la realizaron en las montañas, en la selva. “Y en Uruguay no hay selva,
entonces trataron de adaptar terrenos planos, llanos, para que nos sirviera a
nosotros por si en algún momento teníamos que entrar en acción”.
Y
acotó: “Por eso en la historia de nuestro proceso, la única forma de tener una
reculadera era hacer pozo en la tierra. Lo que se llamó tatucera. Esa fue la
idea, como no tenemos monte vamos a meternos para abajo. Pero después fue mal
hecho y pasó lo que pasó”.
Praga, último destino
Ricardo, arriba, bajando del avión |
Volver
se había vuelto un problema sin solución. Cuba no tenía relaciones con los
países de América, salvo con Chile donde García ya había estado.
Los
días pasaban y las opciones eran nulas. Hasta que en el horizonte surgió la idea de sacarlo
vía Europa. Así fue como un buen día la Gata, junto a otro compañero, se
embarcó en Cubana de Aviación con un destino inédito: Praga, la capital de
República Checa.
Lo
increíble del caso es que García entró camuflado. Pelo teñido de negro y
bigotes falsos. ¿Y el pasaporte? La foto del documento “uruguayo” se la habían
mandado desde Uruguay.
Pero,
por motivos que desconocía, la Gata y su compañero debieron permanecer tres
días en Praga. Y surgió un inconveniente inesperado. Le empezó a crecer el
bigote. Por lo que le dijo a su compañero: “Vamos a tener que conseguir algo
para teñirnos”.
Desesperados,
salieron a la calle en procura de una farmacia. Pero no había forma de hacerse
entender. Luego de tanto buscar compraron un lápiz delineador y se pintó el
bigote. Al otro día partió rumbo a Uruguay.
Pero
la vida de García no tenía pausas. Aunque parezca mentira, las dificultades
aparecían a cada paso. Antes de tomar el vuelo le advirtieron que, para evitar
problemas, lo mejor era entrar al país vía Buenos Aires. Y hacía allá fue
Ricardo.
Increíblemente,
luego de un prolongado tiempo, entró caminando a Uruguay. Por el puerto. Como
uno más. “De pelo y bigote negro”, acotó la Gata para hacer más increíble la
historia porque se trata de un hombre alto, rubio y de ojos claros.
Sufrimientos de familia
La
reinserción de Ricardo García no fue sencilla. Había pasado 13 años de su vida
preso. Admitió que en determinado momento pensó en escapar de la cárcel. Pero
sus planes nunca cristalizaron.
Su
señora de entonces también las pasó. Estuvo ocho años presa. La mayor parte de
ellos los cumplió en una cárcel en Tacuarembó.
Los
padres de Ricardo se quedaron con su hija Valeria en Mercedes. Cada tanto le
llevaban a la niña. Pero ellos también la pasaron mal. La persecución policial
a la que fueron sometidos los obligó a abandonar su ciudad. A su padre lo
echaron del trabajo y su madre estaba jubilaba. La plata no alcanzaba. Tuvieron
que vender la casa que habían construido con mucho sacrificio. Se vinieron a la
capital.
García
salió decidido a militar “porque quería reconstruir aquel fracaso”. Conoció a
otra mujer que era dirigente gremial. Se casaron y producto de la relación
nació Aline García. Paradoja del destino: se convirtió en jueza de básquetbol.
El
hecho es que la señora de Ricardo enfermó de cáncer. Fue un año y medio de duro
tratamiento. Falleció. Ricardo quedó a cargo de Valeria –a la que le pidió que
se fuera a vivir con él–, Aline, y otra niña del matrimonio anterior de su
señora. Fue cuando decidió salir a trabajar y abandonar la militancia. Intentó
volver a jugar. No pudo. Se lesionó.
A
la vuelta de su casa había una escuela pública donde Ricardo anotó a su hija
Aline, huérfana de su mamá, que por entonces tenía cinco años. García comenzó a
trabajar en la comisión de padres de la escuelita. Ayudaba en todo lo que fuera
necesario.
Pero
un día se puso a pensar y llegó a la conclusión de que tenía que hacer algo más.
Y recordó su etapa enseñando básquet a los hijos de los mineros en Chile. Se
fue a una juguetería, compró dos tableros y los colocó en el patio de la
escuela donde comenzó a enseñar a jugar al básquetbol. Su obra apuntaba a sacar
a los botijas de los vicios de la calle en un barrio rodeado por hogares
carenciados. Armó equipos de niños y niñas.
Al
mismo tiempo, Carlos Haller, aquel jugador que le había ganado el trofeo de
goleador a García en el campeonato en el Penal, recuperaba la libertad.
Apenas
salió de la cárcel, Haller se integró a una comisión de deportistas del Frente
Amplio. Cierta vez se organizó un partido en el Club Praga de Mercedes. Allí se
encontró con Horacio Tato López, uno de los mejores jugadores de la historia.
Carlos Haller (Foto twitter) |
Haller
sentía admiración por Tato. En la cárcel le habían llegado los cuentos de las
arriesgadas declaraciones de López en los Juegos Olímpicos de Estados Unidos 1984
haciendo referencia que en Uruguay se vivía en dictadura. Por lo que en aquel
encuentro, a Haller se le ocurrió una idea: entregarle a Tato el trofeo más
valioso que conservaba, el de goleador de la cárcel.
Aquella
no era una copa como todas… “Los milicos nunca me dieron la copa. Un día
apareció un sargento, Rebollo, abrió la puerta de la celda y dejó cinco latas
de pintura. Al rato volvió con un soldado y me tiró para adentro un montón de
palos. Eran los bastones de los milicos. Y me dijo: ‘¡Acá tenés el trofeo!
Pintale a todos los bastones el distintivo”, recordó Haller.
Los
presos se enteraron. En ese entonces los militares autorizaban el ingreso de
bolsas con huesos para que pudieran ocupar el tiempo realizando artesanías.
Uno
de aquellos huesos comenzó a pasar de celda en celda. El trabajo con huesos era
una artesanía que llevaba su tiempo. Para que tengan una idea, Haller reveló
que había dos técnicas. Una era tallar la canilla del hueso y otra calarlo con
una sierrita. Imaginarlo resulta sencillo, hacerlo era una tarea titánica. En
la cárcel no contaban con las herramientas adecuadas. Los presos no tenían
sierras para poder limar el hueso. ¿Cómo se las ingeniaban? “Las sierritas las
hacíamos nosotros. Eran alambres de acero a los cuales les hacíamos marcas para
que quedaran con dientes como sierras”, reveló.
Cuando
la obra quedó pronta, Carlos recibió la sorpresa de sus compañeros de prisión.
Lo llamaron y le hicieron el regalaron como premio por ser el goleador del
campeonato.
Aquella
copa pudo estar en manos de La Gata. Pero fue de Haller por un tiempo. El día
que se encontró con Tato por primera vez en su vida, Carlos decidió que aquel trofeo,
el más valioso de su vida, el que pasó de celda en celda y de mano en mano de
los reclusos que lo elaboraron con el amor del que no tiene nada y lo entrega
todo, pasara a manos de Tato.
“Ese
recuerdo era algo que los presos me habían hecho en la cárcel. Un trofeo hecho
con huesos. Es un pelado. Simboliza un jugador de básquetbol. Es pelado porque
en la cárcel nos rapaban. Eso era único para mí… Pero se lo entregué a Tato. Está
en las mejores manos”.
muy interesantes tus historias. También ésta.
ResponderEliminarConocí a los padres y a los hermanos.
ResponderEliminarConocí a los padres y a los hermanos.vivian frente al Atenas
ResponderEliminarLa Gata me enseñó de Basket en el Defe(de Maroñas) hace 10 años y se le podía notar la grandeza y humildad! Una persona que admiro y le estoy agradecido
ResponderEliminarTremenda historia... Lo conozco de vista... Que vida!!!
ResponderEliminarQué historia... Emocionante. Además de este blog, deberías incluirlas en un libro. El periodismo deportivo actual no cuenta nada de esto, no investiga o no le importa. Te felicito
ResponderEliminarMuy interesante la historia de García. De todas formas algunos eventos de la línea temporal no me cierran. En un momento dice que estuvo 13 ańos preso pero al mismo tiempo salió libre antes de la dictadura para el Chile de Allende y liegó a Cuba: Eso quiere decir que cayó preso de nuevo a su retorno vía Argentina? eso está sugerido cuando dice que los peores ańos en la cárcel fueron entre el 74 y el 76; etc En fin, le agradezco la aclaración:
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