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Marcó a Maradona, Zico y Platini, pasó meses sin cobrar, lloró descensos y una tribuna lleva su nombre: Chifle, símbolo de Wanderers

Foto: Martín Cerchiari


Cien años. Miles de partidos. Mitos y leyendas. Grandes presidentes. Reconocidos entrenadores. Cada uno con su impronta. Infinidad de jugadores. Desde René Borjas pasando por Obdulio Varela que tiene su monumento. Zibechi, Saldombide, Cayetano Saporiti, Francescoli, Esnal, Krasouski, Bengoechea… Y entre todos ellos: una leyenda. Un hombre que traspasó los límites y llegó al corazón. Jorge Walter Barrios. Chifle, con eso alcanza.

Marcó a Maradona, Zico y Platini. Jugó el Mundial. Fue campeón de América con la camiseta de su país. Pero nada como el orgullo de sentirse bohemio. Fueron 17 temporadas con la blanca y negra de Wanderers. Las pasó todas. Tomó café con leche con los hijos de Doña Gloria al pie de la tribuna del Viera, lloró descensos, pasó meses sin cobrar. Dedicó buena parte de su vida al club y lo reafirma con un concepto: “La juventud la perdí, la pasé en Wanderers”.

Jorge Walter Barrios se convirtió en leyenda. Su nombre está grabado a fuego en la historia de Wanderers. Pocas veces los clubes son adeptos a realizar homenajes en vida. Pero en los bohemios fue distinto. Los hinchas homenajearon la entrega de Chifle designando con su nombre una de las tribunas del Parque Viera. Un detalle fuera de lo común.

Al Chifle, Wanderers se le metió en las venas desde chico. Vivía en Las Piedras cuando se enteró que el club citaba a aspirantes. De aquellos años no olvidará jamás las pretemporadas. “Eran en el Hipódromo de Las Piedras, en la pista de arena. El profe Arias nos hacía correr 100 metros, parecíamos unos caballos. Además, atrás del Obelisco hay un repecho y nos hacían subir. Al otro año apareció Martiarena como entrenador, un tipo sensacional, que sabía mucho. Sacó a Enzo (Francescoli) y Carreño entre otros. Recuerdo que era un tipo muy callado”, rememoró Barrios sobre sus primeros pasos.

Aquellos eran tiempos donde se pedía permiso. No era cuestión de que se citaba a un joven para debutar en el primer equipo y chau, como ocurre en la actualidad. No, antes tenía que ir el presidente y el técnico a hablar con el padre del jugador.

“Un día mi viejo estaba laburando en la carnicería y apareció Mateo Giri, que era el presidente, con el técnico Pepe Etchegoyen. Mi viejo se asustó, pensó que había pasado algo. Que don Mateo se presentara en su comercio no era habitual. ¿Saben a qué fueron? A pedirle si yo podía ir al Viera a entrenar con el primer equipo. Mi viejo les dijo que me había anotado en la UTU como mecánico tornero, me había comprado hasta el mameluco azul. Bueno el tema es que el viejo llegó a casa y me dijo: ‘elegí vos lo que querés hacer’. Y me fui a hablar con el director de la UTU para decirle que abandonaba. Me compré el mameluco y no toque ni un tornillo”, recordó el Chifle en la charla que tuve para el libro Son cosas del fútbol (Fin de Siglo).

Y allá partió con el bolsito a un mundo distinto. El propio Jorge se definía “como un canarito de Las Piedras que no había visto el mundo”, cuando llegó al Viera.

“Estuve haciendo la pretemporada con el plantel de Primera y jugaba en la Tercera hasta que en 1979 me suben. Voy con Bentancor y Gesto. Al técnico se lo llamaba de Don Raúl y Gesto era un señor profesor, dos maestros”.



De aquellos primeros pasos el Chifle dice no olvidar al Loco Ortiz, el golero argentino que imitaba a Hugo Gatti. “Fue el primer indio que vi en una cancha. Entrenaba descalzo y por aquellos tiempos el Viera no era un billar como es ahora. Y descalzo y todo no saben cómo le pegaba tres dedos. Le pusimos “talón de indio” de sobrenombre. En ese plantel, cuando ascendí, además del Loco estaban, el Bebe Castelnoble y Gustavo De Simone. Me decían: ‘Pibe, andá a traerme los zapatos intercambiables’ y allá salía yo corriendo”.

Fue por esos tiempos donde nació el sobrenombre. Cuenta Barrios que en la vieja casona del Prado, donde concentraban, se pasaba todo el día chiflando, entonces Juan Mulethlaer lo bautizó para toda la vida como Chifle. “Mulethaler fue el único jugador que en el barro no se ensuciaba la camiseta, no se caía nunca. Jugás de alpargatas le decía yo. Yo era un caballo que me ponía zapatos intercambiables y Juan siempre de zapatos de goma”.

En sus primeros pasos como jugador del primer equipo bohemio el Chifle fue dirigido por dos entrenadores a los que catalogó de maestros.

“Pepe Etchegoyen fue un adelantado en hacer la línea de cinco, ya jugaba con líbero alternado. Y don Raúl Bentancor que era más táctico, tenía la escuela brasileña. Pero con el profe Gesto vivíamos corriendo, entrábamos y salíamos de la cancha corriendo. Una vez nos dijo que cuando terminara el primer tiempo nos metiéramos siempre al vestuario corriendo para afectar psicológicamente a los rivales para que vieran como estábamos. Y los tipos nos miraban y decían, estos no se cansan nunca”.

Jorge dice haber vivido todas las etapas en Wanderers. “Pah, pasamos de todo. Las épocas de bonanza y las otras, las que el club estaba muy mal económicamente y costaba cobrar. Tengo miles de recuerdos. No me puedo olvidar de Esnal, un hermano de la vida. Viajé seis años de Las Piedras al Viera con él. Me acuerdo de una con el Negro como le decíamos cariñosamente… En aquel entonces nos dirigía Gustavo De Simone y el preparador físico era Abracinskas que era muy estricto y ponía multas por llegar tarde a los entrenamientos. Luego de ganar la Copa de Oro con la selección (en 1980) nos regalaron un Passat a todos los jugadores. Un día tenía que pasar a buscar a Esnal y me dormí. Lo levanto a Raúl y le digo: ‘Negro, llegamos tarde. Nos van a matar porque es doble horario y la multa es doble’. Entonces le digo, ‘tirate atrás que meto bocina y las luces y dale que va’. ¡Qué locura! Si me paraba la policía íbamos en cana. Pero llegamos en cinco minutos”.

Luego de muchos años jugando en Wanderers, Barrios emigró a Grecia donde jugó en Olympiacos y Levadiakos. A su regreso, antes de volver a los bohemios, recaló en Peñarol.

En los aurinegros se encontró con el yugoslavo Ljubomir Petrovic como entrenador. “Era un lío para cobrar y me acuerdo que Petrovic me decía, ‘Jorge, no profesional, no trainnin’. Si no hay plata no entrenaba”.



Pero miren si sería bohemia de alma del Chifle que el día que le tocó enfrentar a Wanderers le pasó una cosa increíble.

En pleno partido hay un lateral y el Chifle grito: ¡Saca Wanderers, saca Wanderers! Su compañeros Carlos Sánchez se me arrimó y le dijo: ‘Chifle, mirá que estás en Peñarol’.

Pero al margen de su historia clubista, el Chifle tiene historia propia con la selección uruguaya. Su nombre también forma parte de la leyenda. Fue campeón del Sudamericano juvenil de 1979, del Mundialito Copa de Oro de 1980, Copa América de 1983, jugó el Mundial de México 1986 pero, por sobre todas las cosas, le cupo la tarea más dura de todas: marcar a las estrellas de los equipos rivales.

“El Sudamericano juvenil del 79 es un grato recuerdo. Me quedaba en la casa del abuelo de Fernando Álvez cuando había doble horario. Y en la Copa de Oro me quedaba con los tres de Artigas. Estuve dos meses viviendo en el hotel Oceanía con Venancio (Ramos), (Mario) Saralegui y Ruben Paz. Antes la selección no tenía ni cancha, era una murga. La ropería estaba en el hotel y salías sin rumbo a buscar la cancha que te prestaran para entrenar”, comenzó diciendo el Chifle.

“En el Mundialito tuve como técnico a Don Roque (Maspoli), un fenómeno. Me decía, vamos a jugar al tute Chifle. Le encantaban las cartas y luego de comer nos quedábamos. Fue el técnico que me hizo debutar en la selección mayor. Fue en el Mundialito (un torneo de selecciones que se organizó y se jugó en Uruguay en 1980 y del cual participaron las selecciones campeonas del mundo más Holanda que reemplazó a Inglaterra) cuando se lesiona (Eduardo) De la Peña, entro y tengo la suerte de anotar el gol en la final contra Brasil. Era el jugador más joven de aquel campeonato”.

Pero con la celeste en el pecho le tocaban todas las tareas insalubres.

Uruguay como campeón de América de 1983 jugó la Copa Artemio Franchi del año 1985 ante Francia en el Parque de los Príncipes. ¿Quién era el 10 de los galos? Michel Platini. Y allá fue el Chifle…

“Platini era muy elegante, jugaba con la cabeza levantada y metía cada pases. Lo enfrenté en el Parque de los Príncipes en un partido donde ellos nos esperaron con los pies arriba de la mesa y nosotros caíamos con un jugador de cada pueblo. El tipo se cagaba de la risa y yo le tiré dos sablazos que no lo pude agarrar”. Uruguay perdió 2 a 0.

En el Mundial de 1986 se cruzó con la principal estrella futbolística del momento: Diego Armando Maradona. El argentino estaba intratable en el campeonato jugado en México. Y Barrios fue otra vez al muere.

“A Diego lo conocía del Mundial juvenil del 79. Estábamos las dos delegaciones concentradas en el hotel Takanagua y lo conocí porque nos quedábamos de sobremesa con los argentinos. No me olvido más del Flaco Menotti que tomaba vino como loco. Hablaba y fumaba como 25 paquetes de cigarro. Una vez me acuerdo que cerraron la recepción y el Flaco quería seguir tomando copas. Entonces había una vitrina con botellas, fue, rompió el vidrio, agarró la botella, y al otro día pagó. Nosotros íbamos a la habitación de Diego y tenía oro por todos lados. Había ganado el zapato de oro Adidas, el premio al mejor jugador, el goleador, unos gemelos de oro. ¡La pelota de oro no saben lo que era!”.

Y agregó: “Luego me lo encuentro a Diego en el Mundial del 86. Yo no le pegaba una patada, como será la cosa que un día me dijo que lo peor que le pegué fue un pelotazo en la cara. El tema era que no lo podías marcar. Si no lo anticipabas era imposible, porque cuando agarraba la pelota te arrancaba en velocidad y chau. Te tocaba la pelota con la puntita del pie y no lo parabas más”.

Y en la galería de sufrimiento de Barrios no podía faltar el habilidoso brasileño Zico. “Tenía un dribbling espectacular en velocidad, pero el peor de todos fue Uribe, perdí todas las veces que me tocó marcarlo. Una vez jugando en Colombia le dije ‘hoy te mato, te voy a pegar’ pero no lo agarré nunca, era un peruano brasileño. Y yo en pleno partido me los conversaba. Y los miraba con cara de malo y les decía ‘Hoy puede ser tú último partido”, pero no les entraba nada a esos tipos. Quería sacar provecho de alguna frase dura pero contra esos jugadores era imposible”.

Cuando el martirio parecía haber quedado de lado. Cuando quemaba los últimos cartuchos en el fútbol profesional y ya no tenía la misma vitalidad, el destino le puso a Jorge un nuevo diablo en su camino: el Chino Recoba…

“Y el Chino con aquel gol que le hizo a Wanderers me hizo recorrer el mundo”, contó entre risas. “Pero la mejor me la hizo un día en Jardines (cancha de Danubio). Resulta que antes del partido me dice, ‘hoy te tiro un caño y una jopeada’. Y cerca del túnel me hace la jopeada, yo toco la pelota con la mano, y como tenía amarilla me hizo echar”.

Foto: Twitter Wanderers


Pasó por Grecia, defendió a Peñarol. Fue seleccionado y tocó el cielo con las manos con la celeste. Se dio el lujo de jugar con grandes jugadores como Enzo Francescoli, Ruben Sosa, Venancio Ramos y Rubén Paz, entre otros.

Pero nada como las 17 temporadas en primera división con Wanderers. Un orgullo que lo terminó transformando en leyenda del club al llevar una tribuna del legendario Parque Viera con su nombre.

“Es el reconocimiento del hincha a un jugador que entregó poco para lo que me brindó la institución. Wanderers me dio una escuela como persona, me crío, me formó, maduré y crecí en Wanderers. La juventud la perdí, la pasé en Wanderers. Tener una tribuna con mi nombre es un privilegio, un agradecimiento, un honor para mis hijos”.

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