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El dueño del Velódromo: la particular historia del hombre que corrió la Vuelta Ciclista por una heladera y $ 30 mil y fue a los Juegos de Tokio



Una noche de verano Oscar se acomodó en la tribuna del tablado. Las luces iluminaron sus recuerdos. Miró al horizonte y vio la pista. Los ojos se le nublaron. Allí estaba. Sentado en el Velódromo, a punto de ver la actuación de una murga. Fue inevitable. Su memoria viajó al pasado. Aquellos lejanos años donde llenaba la pista.

Oscar Almada, el dueño del Velódromo. Un hombre con una historia de amor puro a un deporte por el que viajó 20 días pegado a las calderas de un barco de tercera categoría para defender a la selección en los Juegos Olímpicos de Tokio, y que terminó corriendo la Vuelta Ciclista a cambio de una heladera y 30 mil pesos.

Almada es protagonista de una aventura digna de ser definida como Made in Uruguay. Seis meses antes de los Juegos viajó a Italia y Francia para prepararse con la selección. Pero no entrenaron como Uruguay, sino que lo hicieron defendiendo a un equipo llamado Fracor Levane, a cambio de casa y comida.

Oscar era un niño cuando se colaba en el Velódromo con su bicicletita para rodar en la pista. “Entraba por un agujero que había en un alambrado”, reveló Almada a Que la cuenten como quieran.

La pasión le llegó de la mano de su hermano Américo. A los 18 años ya tenía bicicleta y corría por el Gilardengo, un club que se había formado en homenaje al ciclista italiano Constante Gilardengo. Los primeros triunfos lo motivaron. Y explotó. Pasó al Fénix y luego a Colón a cambio de un trabajo.

En 1962 ganó el Campeonato de los Barrios. “Se corría los miércoles y gané como cinco miércoles seguidos una carrera que se llama Omnium que consta de cinco especialidades que otorgan puntaje. Yo gané cinco miércoles de corrido”, rememoró.

 

Usted no corre la Vuelta

Almada en un camino intransitable


En 1963, Almada fue a los Juegos Panamericanos de San Pablo. Todo marchaba sobre ruedas. Su carrera iba en ascenso. Oscar no olvida la final de persecución individual que corrió a Velódromo lleno contra el Vasco Etchebarne. “Yo recién ascendido de Tercera categoría no estaba corriendo contra Rubén Etchebarne de Mercedes, estaba corriendo contra el campeón de América. Y me ganó por dos décimas”, reveló.

Sin embargo, cuando se aprestaba a correr por primera vez la Vuelta Ciclista del Uruguay se encontró con una barrera inesperada. “Usted no va a correr la Vuelta. Lo van a matar si corre. Así que usted no va”, le dijo Primo Zuccotti. Y no lo dejó correr.

Oscar tenía 20 años. Se llevaba todo por delante arriba de la bicicleta. Pero hizo caso a la orden del exciclista que se había transformado en técnico.

“Por supuesto que le hice caso. Yo tenía 20 años y tenía razón el italiano, me hubiesen matado en esos caminos de tierra, eran muy jodidos”, dijo a Que la cuenten como quieran en la charla que se desarrolló en la Gelatería Marco en pleno barrio de la Unión.

Pero lejos de quedarse de brazos cruzados, y dedicarse a escuchar la Vuelta por radio, Oscar se sumó a la cruzada de dos jóvenes y un veterano que lo invitaron a la Vuelta de Viña del Mar.

Armaron el cuadro sin muchas ilusiones y consiguieron de acompañante a un excompañero de Walter Moyano como Mario González. “El Gallego, un hombre que sabía muchísimo de ciclismo que nos acompañó en la moto y fue nuestro técnico”, rememoró Oscar. Y allá se fueron. Sin ninguna expectativa. Con una mano atrás y otra adelante.



Pero resulta que en la primera etapa Almada metió el batacazo y ganó despegado. Llegó como cuatro minutos antes que el resto. “Entré solo por la costanera de Viña del Mar”.

La segunda etapa venía de planchada. Había que subir un cerro. Pero, para sorpresa de todos, Oscar volvió a ganar. Después todo pasó por conservar la malla hasta el final para coronarse ganador de la Vuelta de Viña del Mar.

Aquel título le terminó valiendo la citación a la selección que se estaba armando para los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964.

 

Inédita preparación



Por ese entonces la Federación había acordado que la selección fuera dirigida por un entrenador italiano. Y el hombre, como tenía contactos en su país, consiguió un equipo para llevar a los uruguayos. Lo insólito del caso es que toda la selección uruguaya corrió por ese equipo, con la camiseta de ellos incluso, a cambio de casa y comida para los ciclistas.

Los seleccionados uruguayos eran verdaderos pesos pesados. A saber: Elío Juárez, Oscar Almada, Ruben Etchebarne, Ricardo Vázquez, Wilde Baridón, Francisco Pérez, Juan José Timón, Antonio Díaz y René Deceja.

El 1º de mayo de 1964, seis meses antes de los Juegos, los ciclistas partieron desde el puerto de Montevideo. “Era un barco de tercera categoría que en el viaje siguiente se hundió. Recuerdo que viajaban los descendientes de italianos con unas jaulas con gallinas. El camarote nuestro estaba pegado a la sala de máquinas, nos moríamos de calor, éramos nueve ciclistas”, rememoró Almada.

El viaje, con destino a Génova, insumió 20 días. La única actividad deportiva que hacían lo ciclistas era trotar un rato por la cubierta del barco.

“Fuimos a la uruguaya. Allá nos daban todo. Casa, comida, la ropa y hasta bicicletas. Apenas llegamos nos trasladaron a pueblito llamado Levane. Nos alojaron en una casa y nos llevaron a una fábrica de bicicletas donde nos hicieron unas bicis a medida”, contó Almada.

Fueron cuatro meses corriendo con la camiseta del Fracor Levane por varias ciudades de Italia.

Posteriormente los llevaron a correr al sur de Francia donde se disputaría el Mundial de ruta. Se concentraron en el hotel Mont Blanc. El tema es que, como Almada y el Vasco Etchebarne competirían en pista, fueron sacados de la delegación y llevados a París.

“Corrimos en el Parque de los Príncipes, por donde está la cancha de París Saint Germain. Allí conocimos al primer ciclista colombiano famoso y que se hizo profesional: Martín Cochise Rodríguez”. Sobre aquella preparación, Almada agregó con total sinceridad: “No le ganamos a nadie”.

En Mont Blanc, Francia


Después de cinco meses en Europa los más grandes del grupo empezaron a extrañar. No era para menos. En Italia les cambiaba todo, hasta la alimentación.

“Acá algunos estaban acostumbrados a comerse una costilla antes de largar. Pero ahí empezó la historia del carbohidrato, de la pasta. Todo eso lo trajo el Tano Zuccotti. Fue el que enseñó más de ciclismo acá. En el ciclismo uruguayo hay un antes y un después de Zuccotti, no tengan dudas”, expresó Almada.

El hecho es que el entusiasmo del grupo empezó a mermar. “No había ánimo para nada. Yo disfrutaba, tenía 20 años y estaba con los mejores de América, porque aquellos tipos con lo que compartía la estadía eran unos capos. En esa época el ciclismo uruguayo todavía le ganaba a los colombianos”, expresó.

 

La despedida

A poco de tener que viajar a Tokio el técnico italiano se apareció por la casa a buscar los pasaportes y comunicó la noticia de que dos ciclistas debían volver a Montevideo.

“Ese día nos pidió los pasaporte a todos menos al Negro René Deceja. El otro era Antonio Díaz que tuvo un problema familiar y se volvía. Entonces organizamos un asado para despedirlos. Resulta que el Negro se había puesto pesado y prendió fuego las persianas de las ventanas de la casa. Y al Vasco Etchebarne, que era muy jodón, se le dio por sacarse la ropa mientras hacía el asado y se puso a bailar en pelotas con el Negro. Se armó un revuelo. Los tanos se arrimaban a mirar por arriba del murito de la casa y decían: sono indiani che bruciano la carne (son indios, están quemando la carne)”.

 

¡A los Juegos!



Y llegó el día de la partida. Esta vez en avión desde Italia a Tokio, sede de los Juegos Olímpicos de 1964. Los ciclistas fueron llevados a una Villa acondicionada en el Velódromo de Hachioji, a 40 kilómetros de la capital.

“La Villa había sido especialmente preparada para el ciclismo. Era toda con madera aglomerada, con un ancho pasillo. Recuerdo que salías del cuarto al pasillo, subías a la bicicleta, pasabas por un túnel, y aparecías en el medio del Velódromo”, recordó Almada.

Allí se inició la convivencia y el cruce de culturas. Entre risas, Oscar contó una anécdota: “Resulta que los japoneses habían puesto un kiosquito de venta y ahí estaban los argentinos, nosotros, y otros ciclistas. Resulta que era el lanzamiento de Yamaha y Suzuki. De los relojes Orient y Citizen. Y de las máquinas de fotos Nikon, Canon, y la Yashica. Y resulta que los japoneses, inocentes, dejaban todo ahí y les robaban las máquinas de fotos”.

El tema pasó a ser comidilla diaria entre los ciclistas. Ya era vox populi que se llevaban los productos de kiosco. Cierto día, Oscar estaba con la bandejita buscando la comida cuando de pronto escucha su nombre por los altoparlantes. Le anunciaron que debía presentarse en una oficina. El delegado de Uruguay atinó a preguntarle: ‘¿qué robaste?’.

“Nada”, respondió Oscar. “Me deben acusar de haberme robado un pañuelito”, agregó. Almada llego a la oficina asustado por la situación que se planteaba. Se sentó frente a una funcionaria que le puso una caja arriba de la mesa y le pidió que la abriera. Oscar se sorprendió cuando descubrió que adentro había una torta. Era por su cumpleaños. “Nunca valoré tanto una torta como esa”, recordó.



Los días pasaron y Almada no competía. Cuando llegó la hora de la competencia, el técnico designó a Etchebarne para la especialidad de los cuatro mil metros. El técnico italiano le dijo a Almada que no correría. Pero Oscar se plantó. Después de comerse un viaje de 20 días en barco, estar cuatro meses en Italia y uno en Francia, lo mínimo que pedía era una carrera.

“Yo dije que quería correr de cualquier manera. No puedo venir a una olimpíada y quedarme sin correr. Y al final me pusieron en el kilómetro contra reloj, nada que ver con lo mío. Yo no era tan explosivo para eso. Cuando terminé la prueba miré el Seiko, allá arriba, en la punta del Velódromo, y había puesto un tiempo con el que no le ganaba ni a un tipo de Tercera categoría. Le gané solo a un vietnamita y a un hindú que no corrió de casco, corrió con un turbante, y una hering azul. Ni camiseta tenía... No le gané a nadie, un desastre, pero algo tenía que correr”, comentó resignado.

Pero que le quiten lo bailado a Oscar…

“Muchos piensan que nosotros éramos profesionales, pero nunca fuimos profesionales. Acá corríamos porque nos gustaba y cuando hacías un pase agarrabas un mango. El penúltimo año corrí con Walter Moyano en el Punta del Este que era uno de los equipos más poderosos. Ir al Punta del Este era trabajar (correr) para Moyano y yo eso lo tenía aceptado. Pedí pase por una heladera y 30 mil pesos”, rememoró Almada.



A la hora de hablar de la bicicleta se le nota su orgullo. Un sentimiento puro, nacido del corazón: “La bicicleta es mi gran pasión, una forma de vida, la puerta al mundo, mi vida misma”.

Muchos años después, sentado en una tribuna del Velódromo para ver la actuación de una murga, rememoró que aquel lugar se había llenado para verlo correr contra el Vasco Etchebarne. Vaya paradoja del destino. Oscar, con un dejo de nostalgia, recordó que fue el Dueño del Velódromo.

Comentarios

  1. Buenisima anécdota Felicitaciones Señorans

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  2. Que linda historia...tan bien contada que pareces estarla viviendo al leer

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  3. Muy bueno oscar.parte de esta historia no conocia. Feliz de haber compartido un peloton en tu compañia y la de varios de esos grandes.Felicitaciones caballero del deporte y de la vida

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