Ir al contenido principal

 

El penal de Cacho Silveira por el que Rampla y Sud América estuvieron 14 años peleados



Parque Nelson, la vieja cancha de Rampla. Última fecha del campeonato. Partido por el descenso. Aquello era una caldera. Y de pronto, lo inesperado. En la hora: ¡penal Sud América! Cacho Silveira tomó la pelota y se la puso debajo del brazo. No entendía la rabieta de su técnico, el Mono Gambetta, que se agarraba la cabeza gritando “¡vos no, vos no!”.

Pero Cacho, con el desparpajo propio del juvenil recién ascendido, la metió contra el palo. ¡Se armó un lío! Silveira desconocía que con el gol rompía un viejo pacto no escrito pero fomentado desde los años de fundación de Rampla y Sud América.

En aquel partido, debido a la vieja amistad, en la mesa chica se había “acordado” un pacto de no agresión.

La historia de la Institución Atlética Sud América y Rampla Juniors van de la mano. Para que tengan una idea: en una mesa del mismo bar se reunía la directiva de los buzones y separados por escasos metros se juntaban los picapiedras.

El bar Dos Banderas fue testigo de aquella curiosa historia. La amistad viene desde el lejano 1914, año en que ambos clubes se fundaron y se inscribieron en la Asociación Uruguaya de Fútbol. El hecho de compartir el mismo boliche, como lugar para resolver los problemas, generó una corriente inquebrantable.

Walter Altuna, un viejo sobreviviente de la lucha de la IASA (Institución Atlética Sud América), contó que “por alguna extraña circunstancia, las barras que integraban cada uno de los clubes se conocían desde antes de su afiliación a la entonces Liga Uruguaya de Football. Se dice que paraban en diversos bares en las inmediaciones de Cerro Largo y la actual Paraguay (por aquel entonces llamada Av. La Paz) y que existía un vínculo de amistad entre ellas”.

El buen ambiente reinante entre los dos equipos fue tal que alimentó una costumbre que se generó previo a los partidos entre ellos, donde jugadores y dirigentes compartían un almuerzo de camaradería. El acuerdo establecía que el local pagaba la comida. Esta tradición se mantuvo firme al paso de los años y solo se interrumpió cuando no coincidieron en la misma divisional.

Claro que, conforme el paso del tiempo, y a medida que los futbolistas se fueron profesionalizando, la comida se hizo restringida para los dirigentes ya que los jugadores debían tener la cabeza en otra cosa. Así lo exigía el profesionalismo.

Pero, lo que pocos saben es que, durante 14 años, las instituciones tuvieron las relaciones rotas debido a una historia que verdaderamente no tiene desperdicio y de la cual fue protagonista un histórico de Sud América como Alcides Cacho Silveira.

 

El penal de la discordia



El destino puso a buzones y picapiedras peleando por no descender en la última fecha de un torneo. Había un único resultado que beneficiaba a los dos: el empate. Y claro, con la relación que existía de años era de esperar el pacto de no agresión.

La cita fue en el Parque Nelson, la vieja cancha de Rampla. Allá fue Cacho Silveira que era un juvenil de la Quinta división que comenzaba a brindar sus primeros pasos con la camiseta naranjita de la IASA (Institución Atlética Sud América).

“De los 11 titulares que jugaban los únicos dos que íbamos en burro eran Cala Méndez y yo, porque éramos dos pibes de la Quinta”, comentó Cacho Silveira en una entrevista realizada el 29 de setiembre de 2009 en el programa La Caja Negra, rememorando la peculiar historia.

“Se empieza a jugar el partido y a los 8 o 9 minutos hay un penal para Rampla que lo tiró Manicera, (recordado zaguero surgido en los picapiedras y de reconocido paso por Nacional y la selección uruguaya) que ese día jugó de nueve, y lo atajó Denis. La Tota se tiró, la pelota le pegó en una rodilla, y salió”, comenzó diciendo Silveira.

El particular estilo que tenía el Cacho para narrar sus cuentos de fútbol lo metieron de lleno en la anécdota: “Pero en el minuto 89 y con el partido 0 a 0 hay penal para Sud América. La cancha era la caldera del diablo. Se podrán imaginar, el Parque Nelson, última fecha, penal en la hora. La gloria o el infierno. El turco Marino era el árbitro”, contó Cacho antes de meter un punto para asignarse el correspondiente protagonismo de lo que vendría en la vieja cancha de Rampla.

“Yo corro y agarro la pelota, y el Mono Gambetta, que era el técnico de Sud América, me gritaba desde el costado de la cancha, ‘¡vos no, vos no!’. Y yo le dije, yo lo tiro y lo hago. Y el Mono me gritaba: ‘¡te voy a matar! ¡vos no!`’’. No le di bola, fui, la puse y la mandé para adentro. Era Leiva, Juan Carlos Leiva el golero. Sintió el palo cuando la pelota se metió para adentro. Movieron, dos toques, y terminó el partido. ¡Aquello no saben lo que era! ¡Ahí va, ahí va!, decían mientras todos me perseguían con la mirada. ¡Me querían matar! Un pueblo atrás mío. Llegué arriba y me surtieron (a piñas). Pero yo era un niño, no sabía nada, un inconsciente”.

Pero la historia no se limitó al penal y al tanto marcado por Cacho. Resulta que Silveira se fue a jugar al exterior. Pasaron los años y un día volvió a la sede de su viejo club para saludar. Eran tiempos de cantina, de barra, de copa, de barrio.



Y Cacho contó la otra parte de la historia…

“Con el paso del tiempo me fui a jugar a Argentina y cuando vengo, ya retirado del fútbol, voy un día a la sede de Sud América para saludar y arriba había reunión de directiva. Entonces, para anunciarme, le gritan a don Ángel Fossa que yo estaba de visita. `Decile que suba`, gritó don Ángel con esa voz de patriarca que tenía. Bueno, golpeo la puerta y él grita, ‘¡adelante!’. Entro, y en una mesa larga había como veinte personas. En la punta, al fondo, estaba Carreras Saprissa, que era presidente de Rampla. Y Fossa me saluda: ‘¿cómo le va mi amigo?’. Como le va don Ángel le respondo. Y me dice, ‘viene bien su presencia porque este lío que estamos arreglando ahora fue el que hizo usted hace 14 años’. Parecía mentira, pero ese día que fui a la sede, Sud América y Rampla reanudaban las relaciones. Esto nunca se lo había contado jamás a nadie. Pero lo que no me olvido más fue la forma en que nos surtieron a piñas aquella vez en la cancha de Rampla”, expresó Silveira con aquel estilo tan particular que tenía de narrar anécdotas.

 

Los Wawancó

Foto Twitter @IASA1914


Cacho Silveira, un histórico del fútbol que jugó en Independiente, Boca Juniors, Nacional y el poderoso Barcelona de España, además de ser campeón de América con la selección uruguaya, cuando regresó al país se encontró con otra sorpresa en la sede de su viejo club.

“Me acuerdo que don Roque (Santucci, expresidente) hizo un préstamo en un banco por 275 mil pesos con una hipoteca sobre el inmueble y compró el palacio de la cerveza en 500 mil pesos. Del 1 al 10 cobraba todo el mundo con los bailes de la IASA. Era la época de apogeo de Los Wawancó en Buenos Aires, y el representante era Daniel Gutiérrez, amigo mío. Una vuelta los de Sud América me afilan y me dicen si conocía a alguien que pudiera traer a los Wawancó, y les dije que sí, que el representante era mi amigo. En aquel entonces los Wawancó cobraban tres mil dólares por presentación, pero a Sud América le cobraron 500 dólares. El grupo hacía el baile de Sud América, radio y televisión. Imaginen como quedé con los directivos... Una noche voy a entrar al Sud América, digo buenas noches, y voy a pasar. Pero resulta que los dos o tres monos que estaban en la puerta me dicen, ‘¿adónde va?’ Y les respondo: ¿cómo adónde voy? Yo soy el dueño del Palacio. ‘No, no, sin entrada no pasas’ me dicen. ¡A mí que traje a los Wawancó y me vendieron para que el cuadro pudiera volver de una gira de Europa no me dejan entrar! No fui más”.

Con el paso de los años Cacho volvió al club de sus amores. Esta vez para cumplir funciones en el cuerpo técnico. Un buen día Silveira se subió al auto y se fue a la cancha del club que lo vio nacer. Llovía mal. El Fossa bajo agua. Todo inundado. El terreno de juego, los campos aledaños, hasta la utilería había sido desbordada por el agua. No se podía entrenar.

Pero Cacho llegó, y mientras los jugadores esperaban cambiados, miró todo a su alrededor.

El utilero del club, Mario Cassetta estaba ahí, paradito, esperando. De la decisión del técnico dependía como transcurriría su día de trabajo.

¿Saben lo que hizo Cacho? Se paró frente a los jugadores y les saltó con una anécdota que había vivido en Sol de América de Paraguay… “Muchachos, tranquilos… la cancha inundada, la utilería inundada, lo único que está sin agua es la barbacoa o sea que el entrenamiento de hoy es asado”, le dijo al plantel. ¡Y se mandaron flor de asado!

(En base al libro Son cosas del fútbol, Fin de Siglo/Jorge Señorans)

Comentarios

  1. Notable Sr.Periodista, una historia que la conocía ; pero No con detalles....Felicitaciones

    ResponderEliminar
  2. Muy buena! Historias como esta nos dicen que la competencia atletica es mucho más que el mero resultado deportivo. Conocer en parte ese telón de fondo nos permite entrar en la historia en juego, ya no solo el score. En definitiva se denudan las motivaciones, razones y es lo que realmente explica la pasión.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

“Capurro… Yo amaba Capurro. Me gustaba el barrio. Era cruzando la vía. La cancha quedaba para abajo. Tenía tribunas bajitas y de madera. ¡Qué recuerdos, cuántos amigos!”. La memoria de este hombre viaja en el tiempo. No olvida la cantina del cuadro. Lucio León, el argentino que salvó a Fénix. Para muchos, Lucio León es un desconocido. Para los viejos hinchas del club albivioleta, es el argentino que los salvó del descenso. No lo olvidan… Todo comenzó en una charla de boliche. Café de por medio, un dirigente de la vieja guardia del club como Ovidio Cabal, rememoró la historia del año que se salvaron del descenso y se festejó como un campeonato. El Campeonato Uruguayo de 1961 fue sufrido para Fénix. Apenas tres triunfos en 18 partidos llevaron al albivioleta a padecer una dramática definición, cargada de emociones, y pulseadas políticas. El club de Capurro comenzó siendo dirigido por el profesor José Ricardo De León. Luego de once fechas sin victorias, se alejó del cargo por reco
  Conoció el dolor a un grado que no se lo desea a nadie. La morfina no le hacía efecto. Fue sometido a 40 intervenciones. Su mamá imploró para que no le amputaran la pierna. Fue inevitable. Le costó aceptarse. Hoy juega en Plaza Colonia de amputados y tiene el sueño de jugar los Paralímpicos. El 5 de diciembre de 2010 Cristian Butin se subió a la moto y partió rumbo al tambo donde trabajaba. Iba mal dormido. A la altura del kilómetro 190 de la ruta 21 el cansancio le pasó factura. Fue un instante. La moto se fue de la ruta. Con el codo tocó un cartel y cuando reaccionó pretendió salvar la situación. Intuitivamente atinó a mover la rodilla derecha que impactó contra un pilar del Puente San Pedro. Voló por el aire. Como estaba consciente atinó a llamar a su padre Miguel Ángel. “En el momento no percibí la gravedad del accidente. Para que tengan una idea cuando llegó mi viejo le pedí que llamara al trabajo para avisar que me iba tomar el día libre”, recordó Cristian. Pero el supues
“Yo recogía basura”, dijo con la humildad de los grandes para definir su juego. Sin embargo, le ganó un salto inicial a Jordan y enfrentó a Magic Johnson. Nació en Olimpia, se definió de Aguada, y fue querido en todos lados. El Peje Luis Eduardo Larrosa, no fue un jugador más, marcó una época del básquetbol uruguayo. Arrancó en Aguada pero surgió en Olimpia, club donde debutó con 16 años, para luego defender a Nacional, Atenas, Hebraica y Macabi, Peñarol, Neptuno, Biguá y Lanús de Argentina. Su apodo de Peje surgió en el Sudamericano de 1977 en Valdivia. Allí, debido a que era finito y largo, le pusieron como el pez: Pejerrey. Y para toda la vida quedó marcado bajo el diminutivo de Peje. La gloria eterna la alcanzó defendiendo a la selección uruguaya con la cual se coronó campeón Sudamericano y logró el sexto puesto en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. Integró un quinteto que se recitaba de memoria: Carlos Peinado, Wilfredo Fefo Ruiz, Horario Tato López, Hebert Núñez