Los cuentos de Barbat que negociaba sus contratos con uno de los reyes del Cartel de Cali: “para esa gente la palabra es la palabra”
Foto: Martín Cerchiari |
Viajar en una BMW blindada con motos
de seguridad abriendo y cerrando el paso. Llegar a la cárcel, que le presenten
a uno de los cabecillas del Cartel de Cali y comer a la carta. Ver como ese
hombre manejaba el mundo desde ahí adentro. Y con el tiempo recibir el habitual
llamado de don Miguel Rodríguez Orejuela, alias El Señor, fueron algunas de las
inolvidables experiencias que vivió Luis Barbat en su paso por América de Cali.
Corría el año 1993 cuando Luis Barbat
desembarcaba en Colombia. Jamás imaginó que firmaría su contrato en la cárcel.
Que se sentaría frente a frente con unos de los cabecillas del Cartel de Cali y
muchos menos que allí, con un hombre detenido, se sentaría a almorzar a la
carta.
Dice la leyenda que Miguel se empezó a hacer conocido debido a
su fanatismo por el fútbol. El hecho de ser hermano de Gilberto, el rico de la
familia y cabecilla principal del Cartel, le brindaba un estatus importante
para llegar a la directiva de América de Cali.
Una nota del diario El Tiempo, de 1995, dice que todo comenzó
por la década del 70: “En esta época, Miguel sólo pensaba en el fútbol, y ya
era un accionista fuerte y benefactor del América. Había llegado a la dirección
del popular club, por invitación que le había hecho el patriarca José (Pepino)
San Giovanni, un industrial emprendedor que siempre había mantenido una sólida
vinculación con el deporte. Miguel llegó al América en el año 79, y comenzó el
despegue del equipo.
Hubo contrataciones positivas de jugadores argentinos y
paraguayos, que le dieron fuerza al equipo. Dividía su tiempo entre el estadio
y largas tertulias deportivas en el restaurante Toro Negro, que se hizo muy
popular en la década del ochenta”.
La nota agregaba: “Sin embargo, los méritos de Miguel Rodríguez
no han sido exaltados en la dimensión exacta de su proyección, no sólo en el
deporte sino en nuestra sociedad. Quizás es un mismo reflejo de la personalidad
de Miguel: un hombre modesto y generoso que ha hecho grande a América para
responder a una ilusión de su infancia.
Su pasión, a pesar de su aparente retiro, no ha terminado. El 18
de diciembre del año pasado, el Bloque de Búsqueda montó un operativo en el
estadio el Campín de Bogotá, porque tenía informes de que Miguel iba a asistir
al juego entre América y Millonarios que definía el campeonato. En 1994
allanaron una residencia marcada con el número 19 de la avenida El Lago,
esquina de la calle Cocli, en el barrio Ciudad Jardín, el más caro de Cali. Lo
que más sorprendió a las autoridades esa vez fue el hallazgo de una mini
biblioteca privada de Miguel Rodríguez, en la que por lo menos 10 libros de
importantes personalidades tenían dedicatorias, en algunos casos escritas con
particular afecto por los propios autores”.
No en vano se lo conocía como El Señor, mientras que su hermano
Gilberto era El Ajedrecista.
La nota culmina diciendo: “Desafortunadamente las fechas en que
fueron escritas las dedicatorias no trascendieron. El dato podría ser
importante considerando que la vida para Miguel cambió desde 1986, cuando tuvo
que sumergirse en la clandestinidad”.
Luis Barbat conocía la leyenda… Había llegado y escuchado. Los
uruguayos que jugaron antes que él en América le contaron algunas de sus
vivencias.
“Carrabs,
el Polilla Da Silva, y sobre todo
Santín, estuvieron allá cuando los Rodríguez estaban sueltos. La plata la
pateaban en la calle. Para que tengan idea, si te portabas mal te regalaban 100
dólares. En 1995 los agarraron y los metieron para adentro. Pero desde ahí
Miguel manejaba el mundo” comenzó contando Barbat.
Quiero conocer a su padre
Y
luego de escuchar buena parte de las historias, a Luis se le ocurrió que era
tiempo de conocer a Miguel Rodríguez Orejuela.
“Un
día le dije a William (su hijo): ‘yo quiero conocer a su padre’. Y allá me
llevó, a la cárcel. No tuve miedo. ¡Qué miedo voy a tener! Me pasaron a buscar
en una BMW blindada, manejaba el chofer y al lado tenía sentado a uno de
seguridad con una metralleta atravesada al pecho. Adelante iba una moto y atrás
otra cerrando el paso”.
Y
allá fue Luis Barbat a un mundo que lo sorprendió. “Tengo hasta el día de hoy
guardado en mi billetera el papelito de ingreso a la cárcel de cuando lo fui a
visitar y nadie me cree. Es un papel con el nombre del señor y mi huella
digital. Para entrar no te pedían nada. Que me iban a pedir, ¡si comimos a la
carta! Sí, adentro de la cárcel comimos a la carta. El tipo vivía como un rey…”
Twitter América de Cali |
El
increíble relato de Luis Barbat sobre sus vivencias en América de Cali
sorprende.
“Llegué
en 1993 a Colombia y a él lo entregaron en 1995. Siempre fue el dueño del
América. Miguel era conocido por su vinculación con el Cartel de Cali pero era
dueño de muchas cosas. Manejó el club, contrataba todo. ¡Se armaban cada cuadro!
En aquellos años los rivales decían que América compraba los partidos pero si
fuera así hubiese sido campeón de todo. Por plata les puedo asegurar que no
era”.
Barbat,
que defendió a la selección uruguaya y fue campeón uruguayo con Danubio,
recuerda la particular historia de su pase al fútbol colombiano. ¿Saben el
motivo? Porque la verdad se la reveló El Señor.
“Mi
pase a América fue increíble y me lo contó todo Miguel en la cárcel. Yo me voy
de Liverpool a Colombia por intermedio de Marcos Lubelsky (contratista).
Resulta que el golero de América era Niño que se rompió los ligamentos
cruzados. Me recomiendan a mí, al argentino Comizzo y a otro golero más. ¿Y de
los tres a quién van a llevar? ¡Comizzo! Se jugaron por el más conocido, no me
iban a elegir a mí. Esto me lo dijo don Miguel en la cárcel, ‘yo se lo tenía
que decir m’hijo’, me expresó como si me tuviera que pedir disculpas. Entonces
fui a Independiente Medellín prestado por América que me compró el pase. Aquel
primer contrato con América lo hice con el hijo de Miguel (William) en el
restaurante del aeropuerto de El Dorado (en Bogotá). Lo hice en cinco minutos”.
Después
de jugar en Independiente Medellín, Luis pasó a Tolima. Fueron dos años en el
cuadro que comandaba el senador Gabriel Camargo antes de llegar a los rojos de
la ciudad de Cali.
“Llegó
un tiempo en el que yo quería salir de Tolima y se lo dije al señor Camargo que
me negoció al América. Fue ahí cuando tomé contacto con el hijo de Miguel
(Rodríguez Orejuela). Pero fueron dos minutos, porque la plata ahí no era
problema para nada. Me dijo esto es así y así, y a firmar. El segundo contrato
también lo arreglé con él y el tercero fue con el dueño del circo allá en la
cárcel”.
Y
de esa forma Luis llegaba al particular mundo del América donde le tocó vivir
situaciones tan inéditas como ciertas, como aquellas noches donde lo llamaba
Miguel Rodríguez molesto por el rendimiento del equipo.
Ponerse
en el lugar de Barbat da escalofríos. Imagine que suena el teléfono de su casa
a las 10 de la noche, atienda su señora, y le pase el tubo avisando, es Miguel
que quiere hablar contigo. Pero para Luis todo aquello formaba parte de la vida
cotidiana.
“Nos
metían adentro de un ómnibus y nos llevaban a la cárcel. Sobre todo a los
mayores del plantel que íbamos a hablar con él. Bah, cárcel entre comillas,
porque vivían a primer nivel, con celulares, televisor, todo, porque esas eran
las condiciones que habían impuesto ellos para entregarse”, recuerda.
Y
agrega: “Me acuerdo que una vez fui con Gerson González (ex jugador de América)
que iba asustado en la camioneta que nos llevaban porque temía recibir un
ataque a tiros. Y yo le decía, ‘tranquilo que a este vidrio no le entra ni una
bala, es una pared’. Y Gerson me decía ‘vamos a pedirle plata a don Miguel’.
¡Estás loco, yo no lo conozco!, le respondía. Después, con el tiempo, como yo
era uno de los jugadores con más experiencia en el plantel, Miguel me llamaba
casa. Era lo más normal. Cuando sonaba el teléfono tarde en casa yo le decía a
mi señora, ese es Miguel. Y cuando el equipo andaba mal te decía que teníamos
que poner más huevo y todas esas cosas. Me acuerdo una vez, antes de viajar a
Uruguay para jugar contra Peñarol, que él estaba preocupado porque sabía que el
ambiente acá iba a ser duro. Y me llama al aeropuerto, a punto de embarcar,
para decirme que hablara con mis compañeros que yo sabía lo que era el estadio
Centenario. Estaba en todos los detalles”.
Los
cuentos de Barbat sobre aquellos tiempos donde mantuvo contacto con uno de los
hombres más buscados del mundo no paran.
“Otra
vuelta me llamó como a las 11 de la noche para consultarme porque quería traer
un zaguero. Y me dice, ‘me hablaron de un tal Samanta Rodríguez, ¿lo conoce?’. Y le digo, sí, lo conozco, jugó en
Defensor, fue campeón. ‘¿Qué hago, lo traígo?’, me preguntó. A la semana Samanta estaba en Cali. Samanta fue un fenómeno, marcó la cancha
de entrada. El primer día entró al vestuario y se puso zapatos intercambiables.
Pegó tres patadas y se acabaron los morenitos”.
La
convivencia en el club le permitió al golero uruguayo conocer al masajista de
América. Un hombre entrado en años, de esos que habitualmente se transforman en
funcionarios que trabajan durante muchos años en la institución. Conocedor de
miles de historias.
“El
masajista del América me contaba que en sus mejores tiempos Miguel llegaba con
tres chequeras, entraba al vestuario, y les daba plata a los jugadores que
andaban mal como forma de motivarlos a jugar mejor. El Palomo Usuriaga (jugador asesinado en Colombia) era el nene mimado
de él. Le regaló dos taxis, casas, todo eso no era nada para Miguel, era un
vuelto. El tipo se preocupaba porque no te faltara nada. Eso sí, si le hacías
algo malo te mandaba a tú casa”.
Los llamados de Don Miguel
Cierta
vez el capo del Cartel lo llamó a Barbat para sellar un acuerdo. En la cárcel
se desarrollaba la charla cuando el entonces golero fue sorprendido por Miguel
Rodríguez Orejuela.
“Para
esa gente los códigos de vida son la palabra. Eso vale más que cualquier cosa. Mire,
le voy a contar lo que me pasó. Un día, cuando fui a hacer mi último contrato
con Miguel en la cárcel, me dice, ‘si usted me juega todos los partidos de Copa
Libertadores y el 70% del colombiano le doy una plata en enero y otra en junio’.
Y yo, se podrán imaginar, me daba contra las rejas de la cárcel. Entonces le
pido un papel para firmar.
El
hombre me miró y me dijo: ‘¿Cómo?’.
Sí,
sí, le dije yo, a mi me gusta tener las cosas documentadas.
Y
no me olvido más de su cara y la respuesta: ‘¿Usted sabe con quién está
hablando? Lo que yo digo, acá se hace’.
Entonces
me fui. Se podrán imaginar que me había olvidado del tema y en junio me llama
el gerente del club. Cuando voy a la oficina me pone un paquete con un sobre
gris de carta arriba de la mesa. ‘Te lo manda el señor’, me dijo. ¡Y era la
plata que me había prometido! Acá esas cosas no se ven. Pero para esa gente la
palabra es la palabra”.
Barbat
quedó marcado por Colombia como país. Dice no olvidar que a los pocos días de
mudarse solo a su primer apartamento una señora se ofreció para hacerle la
comida. Esa señora ya vino dos veces a Uruguay, una de ellas para la fiesta de 15
años de la hija de Luis.
El
ex golero tiene una definición muy particular de Colombia. “Mire, le pone
montañas a esto (Uruguay) y es lo mismo. El que no fue a Colombia te habla de
las bombas pero es un país bárbaro para vivir. Una temperatura de 28 a 30º todo
el año. Yo tengo dos hijos colombianos. Siempre quiero volver. Se vive de otra forma”,expresó.
Barbat
dice que no olvida una enseñanza que le dejó el profesor Otoñel Quintana. “Fue
el mejor entrenador de arqueros que tuve y me decía: ‘Luis, como uno se viste,
como tiene el auto, como anda y vive, así juega’. Si vos tenés el auto sucio y
el pantalón roto vas a ser el fiel reflejo en la cancha”.
El
paso del tiempo no es capaz de borrar de su memoria las experiencias vividas.
No todos los días se tiene la posibilidad de tener como presidente a uno de los
capos del Cartel de Cali. Tan particular era aquel hombre como el escondite que
tenía en uno de los edificios donde la policía lo fue a buscar y no lo pudo
arrestar porque se dio a la fuga.
Jaque mate
Foto: Caracol.com.co |
El
general Rosso José Serrano contó en el libro Jaque mate, donde se narran las circunstancias en las cuales lo
atraparon, como se le escapó en julio de 1995. Se escondió en un lugar
increíble. La policía buscó por todos lados: unos sitios en la pared,
desarmaron los closets, quitaron cuadros, buscaron interruptores secretos,
levantaron las alfombras, pero nada.
“La
caleta (escondite) era una de las más perfectas que hemos visto: la entrada era
un espacio de 40 centímetros debajo del lavamanos que se abría introduciendo un
alfiler dentro de una ranura. El alfiler hacía contacto y el bloque se
desplazaba permitiendo la entrada. La
caletica debajo del lavamanos era un hueco muy pequeño en el que sólo cabía una
persona de pie, con oxígeno para
poder respirar y sin moverse”, reveló el general. En el mismo libro se cuenta
que Miguel fue atrapado por su devoción a la Virgen. Dicen que dormía
encendiéndole una vela. Una noche, cuando todas las luces se apagaron, quedó
solo encendida la veladora que lo terminó delatando.
Miguel
Rodríguez Orejuela fue capturado el 6 de agosto de 1995 y lo condenaron a siete
años de prisión por narcotráfico. En los primeros días de 2005 el gobierno
colombiano autorizó su extradición, junto a su hermano Gilberto, a Estados
Unidos. Allí se lo condenó por la exportación de droga a Estados Unidos y por
lavado de activos, a 30 años de prisión. Luego de una serie de negociaciones la
pena se redujo a siete años, con la condición de entregar sus bienes adquiridos
de manera ilícita.
Pero
al margen de su historia personal, Barbat es agradecido y en una charla que
mantuve con Luis para El Observador en marzo de 2003 me definió a los hermanos
Rodríguez como “unos señores con mayúscula. Yo me dediqué al fútbol, vivo para
el fútbol y ellos vieron la posibilidad en otro campo. Ellos optaron por su
destino y cada uno es dueño de hacer lo que quiere. No soy quien para juzgar. Yo
lo único que digo es que conmigo se portaron como unos señores, que les debo
mucho de lo que tengo y que como soy agradecido siempre los voy a tener
presente”.
(En base al
libro Son cosas del fútbol, Fin de Siglo, Jorge Señorans)
Como siempre excelente historia y muy buen relato.
ResponderEliminarSalú Nacho.
Fenomenal, Jorge. Otro mundo que también conoci, y era tal cual lo describieron Barbat y tu fresca y prodigiosa narrativa.
ResponderEliminarMuy buena historia y excelente narración de principio a fin.
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