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“¿Usted sabe que el Bola Lima perdió el perrito y pidió un rescate?”, con su particular estilo el Contador Damiani narraba la anécdota de unos de los jugadores que más quería y aconsejaba: “Siempre le digo, Bolita, cuida los pesos chicos que los grandes se cuidan solos”.



Se fue Robert Lima y su fallecimiento pegó duro. Si parece que fue ayer cuando lo entrevistaba sentado arriba de la mesa de billar de Los Aromos. Si hasta puedo escuchar el grito de Gregorio en pleno entrenamiento: “¡Pero Bola, pará un poco! Le tirás cada viajes bárbaros! ¡Lo vas a lastimar!”, clamaba el entrenador porque Lima no medía, entrenaba como jugaba.

La pérdida de Lima no fue un más. Al margen del tema deportivo, donde integra la selecta lista de futbolistas que jugó todos los años del segundo Quinquenio de Peña rol (1993 a 1997), el Bola era un muchacho querido.

Eran comunes sus bromas al utilero de Jorge Delgado, al que se lo conocía por el mismo sobrenombre: Bola. En un vuelo a San Pablo, Robert Lima estaba en el fondo del avión con Marujo Otero, Tato García, y Nico Rotundo, entre otros. Cuando el avión aterrizó empezaron a aplaudir y le gritaban cosas al utilero que estaba sentado cerca de Damiani. Tanto lo buscó Lima a Delgado, que el hombre, de risa fácil y contagiosa, no pudo aguantar la tentación. Con el avión carreteando, Lima aplaudía y gritaba generando la risotada de su tocayo Delgado. El tema fue que terminó todo el avión tentado de la risa ante la incrédula mirada del Contador.

Así era el Bola Lima. Sencillo, sin pelos en la lengua, como lo dejó en claro el día que le hizo atragantar la pascualina a Gregorio Pérez.

¿Qué pasó? Copa Libertadores de 1997. Peñarol compartía el grupo con Nacional y los colombianos Deportivo Cali y Millonarios.

Última fecha. Noche del 18 de abril de 1997. Peñarol, ya clasificado, recibiría a Deportivo Cali en el Centenario. Y el tema es que la continuidad de Nacional en la Copa dependía de un triunfo aurinegro. Y se podrán imaginar que las suspicacias quedaron a la orden del día.


Los días previos al partido el Contador Damiani disparó con su habitual chispa: “A los hinchas de Nacional les digo que duerman tranquilos. Todo el mundo habla de lo que no tiene. Yo no hablo de honestidad porque juegan los jugadores y no los dirigentes, pero quiero saber quién le dice a un futbolista que tiene que salir a perder. Le da la llave del infierno para siempre”.

Claro que Damiani no vivía en una burbuja y reveló que los hinchas mirasoles le solicitaban la derrota para que los albos quedaran afuera de la Copa.

“Los de la barra de la Ámsterdam ya se están preparando para cantar el ‘opa, opa, afuera de la Copa’. Ellos quieren cantar eso pero esa no es nuestra filosofía”.

Pero el tema no fue el Contador. El tema fue con el Bolita Lima. Unos días antes del partido el defensa carbonero visitó Canal 5. Y allí, tan auténtico como era, el Bola tiró la granada: “Si fuera por mí que queden afuera. Lo sigo afirmando. Pero ojo, yo salgo a la cancha a ganar”.

Gregorio miraba la televisión en su casa. Cuando escuchó al Bolita se le atragantó la pascualina.

Se podrán imaginar que al otro día hervía de periodistas Los Aromos. Todos querían hablar con el Bola. Fue así que la tarde previa al partido Lima brindaba notas sentado arriba de la mesa de billar que estaba en el ingreso a la concentración. En eso ingresó Gregorio, lo miró, se tocó la frente y suplicó: “¡Bola, no hablés más por favor! El otro día miré la televisión y casi la rompo con las cosas que dijiste”.

Luego de la nota Lima traspasó la puerta para entrar en la zona de concentración. Momento en el cual se escuchó la voz de un compañero que le gritaba en tono de broma: “Viste el lío que armaste. Hacete responsable de lo que dijiste”.

Peñarol terminó ganando el partido 4 a 3 permitiendo la clasificación de Nacional a la siguiente ronda de la Copa Libertadores.

Mandó a Gregorio al hospital


Si algo tenía Lima era que entrenaba del mismo modo que jugaba. Y con Gregorio las repeticiones estaban a la orden del día. “Tirame una avalancha acá Pablo”, solía decir el DT en referencia a los tiros libres a manera de centro que lanzaba el 10 y que, entre otros, iba a buscar Lima.

Cierto día, que no estaba Bengoechea en el entrenamiento, Gregorio puso a Lima a levantar centros al primer palo. Pero claro, el Bola, acostumbrado a tirarla lejos, las mandaba todas largas. Gregorio paraba la práctica, caminaba hasta donde quería que la pusiera y le gritaba al lateral: ‘¡Acá Bola, acá!’, señalando con sus manos. El asunto fue que el técnico se calentó porque no lo hacía bien y lo hizo tirar cerca de 200 centros, un registro de repeticiones poco común en una misma práctica. Hasta que no salía como quería Gregorio, no terminaba la práctica. Lo cierto es que Lima se exigió tanto que se terminó lesionando.

Una de las anécdotas más memorables de Lima tuvo justamente a Gregorio Pérez como protagonista. Ocurrió en 1994 como se contó en el libro Quinquenio, la historia por sus protagonistas (Ediciones B).

Resulta que a Gregorio lo habían operado de una hernia inguinal. El invierno no daba tregua, llovía sin pausas y la cancha del complejo aurinegro era un barrial. Al técnico le habían dado el alta, pero debía quedarse en su casa. ¡Mirá si Gregorio se iba a quedar encerrado! Obsesivo del trabajo, allá fue. Se abrigó y se paró en la mitad de la cancha, tomando todas las precauciones del caso para no recibir un pelotazo.

Los jugadores sabían de su operación, así que los reunió en el medio de la cancha y les dijo después de dar todas las indicaciones sobre el trabajo que iban a desarrollar: “Yo me voy a parar en la mitad de la cancha muchachos, traten de esquivarme”.


Habían terminado de calentar, y todavía estaban en la rueda, hablando, cuando mira al Bola Lima -quien era excesivamente impulsivo y jugaba las prácticas como si se tratara de partidos oficiales-, y le dice en broma: “¡Y vos tené cuidado Bola!”.El defensa se río, se dio vuelta y enfiló para su sector, allá, en el lateral izquierdo. Gregorio sabía bien los riesgos que corría, por la forma de jugar del Bola, pero consideraba que este aviso había cumplido su parte de prevención. “Era así, no era mal intencionado, era temperamental. Y él agachaba mucho la cabeza porque transportaba”, recordó el entrenador.

El movimiento arrancó sin riesgos para el técnico. Todos habían entendido el mensaje. Gregorio se recuperaba de la operación. Pero el Bola apareció en su verdadera dimensión. Salieron del fondo jugando una pelota larga, con un cambio de frente del Bola y arranca el futbolista en diagonal hacia el medio. “Y yo lo veo venir...”, recordó Gregorio. Algunos jugadores empezaron a comprender los riesgos de la situación que implicaba que Lima empezara a trepar en la cancha mirando al piso y le decían:“¡Cuidado Bola!”.

“Venía como un toro -expresó Gregorio-, y le grito: ‘Cuidado Bola que estoy parado acaaa’”. Y se lo llevó puesto. Gregorio terminó enterrado en la cancha, con las piernas para arriba y le saltaron los puntos de la operación. “¡La puta madre, Bola! ¡Te voy a matar!”, le gritaba Gregorio, mientras Lima no sabía para dónde arrancar. Entre varios jugadores lo tomaron de los brazos al técnico, y como si se tratara de un muñeco, lo pararon, lo acomodaron como pudieron y lo dejaron en la mitad de la cancha. Enseguida se acercó un Lima compungido y preocupado y lanza: “Disculpe Gregorio. No lo vi”. Y Gregorio, dolorido, le gritaba: “¡Cómo no me vas a ver si mido 1,85! No me vas a ver…¡arrancaste 40 metros con la pelota derecho a mí y encima le pegás!”.

Esa tarde, el técnico terminó en el Sanatorio porque le habían saltado los puntos.


Si algo tenía el Bola Lima es que era auténtico. En el libro Damiani el Contador, el expresidente del club recordaba el paso del jugador por las formativas. “Nosotros tenemos un apartamento y una pensión para los que vienen del interior, pero tienen que ir a comer en otro sitio, donde más de uno no utiliza el menú. Robert Lima es uno de ellos, quería almorzar a la carta, lo que me trajo aparejado un aumento considerable en los costos. Cuando averigüé el motivo, hablé con él y volvió al menú. El Bola quería ir a lo de Pocholo Vázquez, que es amigo suyo y tiene un negocio por la Curva de Maroñas”.

El Bola era así, un personaje en todo el sentido de la palabra, que transmitía un espíritu especial al grupo, a partir de sus salidas, y su forma de jugar. Una tarde de práctica de fútbol en Los Aromos jugaba para los suplentes y lo tenía loco a patadas a Heberley Sosa que, callado como era, no decía ni esta boca es mía. Hasta que Gregorio no aguantó más y pegó el grito en el cielo: “¡Pero Bola, pará un poco! Le tirás cada viajes bárbaros! ¡Lo vas a lastimar!”.


Con el paso de los años Lima se transformó en entrenador de las formativas del club de sus amores y hasta llegó a jugar en el equipo Senior. El Bola respiraba Peñarol pero jamás olvidó sus orígenes en Melo.

Parece mentira, pero su corazón se paralizó una noche en el lugar que más amaba: una cancha de fútbol. Se fue Robert Lima, pero quedará para siempre su recuerdo en la voz de aquellos que lo tuvieron como compañero y lo mantendrán presente en cada anécdota con una sonrisa, como era el Bola.

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