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Un jugador le pidió whisky al presidente en pleno partido. Tuvieron que renunciar a los cinco dólares de viático diarios para poder jugar, mojaron la cancha para ganar y viajaron cinco días para llegar a Melbourne. Un viaje por las anécdotas más memorables de la selección uruguaya de básquetbol en los Juegos Olímpicos donde conquistó medallas. 


El Canario Matto era un personaje. En plena competencia de los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 se le dio por comprarse un equipo de buceo. Sus compañeros no entendían nada. ¿Para qué lo quiere?, se preguntaban. Pero el Canario estaba loco de contento. Un día, a poco de salir rumbo a un partido, los jugadores esperaban sentados en el ómnibus, listos para partir. Pero faltaba uno. Sergio Matto.

Empezaron a buscarlo por todos lados. El Canario no aparecía. Fueron a su habitación y no lo encontraron. Hasta que abrieron la puerta del baño y se querían morir cuando lo localizaron. Apenas se lo veía, metido en la bañera, probando su equipo de buceo. El Contador Damiani, que era el presidente de la delegación olímpica, le pegó un rezongo memorable. “¡No te echo porque estamos muy lejos de Uruguay y porque somos 12 justitos!”.

Las historias de Uruguay en los Juegos Olímpicos son tan insólitas como memorables. Desde la frase del gran goleador Adesio Lombardo, que en pleno partido le dijo a Damiani: “Conseguime whisky si querés que ganemos”, pasando por los cinco días que tardaron en llegar a Melbourne, hasta el inaudito retiro de Ebers Mera.

 

Helsinki 1952

El hecho de ser un hombre de mundo y conocer a muchas personalidades del deporte fueron determinantes para que el Contador José Pedro Damiani fuera designado como delegado del básquetbol a los Juegos Olímpicos de 1952.

Damiani contó que el plantel estaba integrado por personajes capaces de aportar salidas tan insólitas como pintorescas.

En ese sentido, el Contador narró una anécdota que vivió con el Flaco Adesio Lombardo, el goleador olímpico de 1948.

Damiani con Saporta y William Jones

“En aquellos tiempos, en países como Finlandia, después de las cinco de la tarde no se vendían más bebidas alcohólicas. Pero a eso de las nueve o diez de la noche uno salía a la calle y veía borrachos por todos lados. ¿Qué pasaba? Pues que los tipos se ponían a tomar en la casa, se mamaban y la mujer los echaba. Era un espectáculo distinto”, rememoró Damiani en su biografía. En uno de los partidos, en una incidencia de juego Lombardo se acercó al lugar donde estaba ubicado Damiani que lo alentó en procura de la victoria: “¡vamos, Flaco, que falta poco y ganamos!”.

“Y Lombardo, conociendo los antecedentes a los que hice referencia en materia de restricción de alcohol, me dijo: “¿Sí? Conseguime whisky si querés que ganemos”. No tuve más remedio que reírme. Lindo momento para pedirlo, sabiendo, encima, que a esa hora la venta estaba prohibida. Claro que no hizo falta el whisky para ganar el partido”, comentó el Contador en sus memorias.

Las comodidades de la Villa Olímpica donde se alojó el plantel seleccionado no eran ni por asomo como las que se disponen en la actualidad. “La Villa Olímpica del momento eran edificios nuevos concebidos para 10 o 12.000 personas, pero muy precarios. Estábamos en un tercer piso, subíamos por escaleras, con habitaciones muy limitadas. Por ejemplo, junto a Lovera y García Otero dormíamos en la cocina”, contó Héctor Costa en una nota con Urubasket.

El exjugador de Sporting reveló que el Comité Olímpico Internacional autorizaba un viático diario mínimo de cinco dólares a los deportistas de cada país. Pero a los uruguayos, para no perder su condición de deportistas amateurs, el Comité Olímpico Uruguayo les hizo firmar la renuncia a esos ingresos.

Victorio Cieslinskas

Los celestes por aquellos tiempos se habían ganado fama de “bandoleros”. En el partido contra Checoslovaquia que terminó ganando el equipo uruguayo por 53 a 51 el juego no venía bien. El rival era superior. Por ende, era necesario enfriar el trámite. En una interrupción del juego, al lesionarse un basquetbolista uruguayo, el kinesiólogo Dante Cocito ingresó presuroso a atenderlo. Y el hombre tenía sus mañas... Aprovechó un descuido de los demás para dejar caer el agua que llevaba, mojando de esa manera el piso del gimnasio. El partido se detuvo para secar la cancha y entre una cosa y otra se perdieron como 10 minutos. Cuando se reanudó el juego ya nada fue igual y Uruguay pasó al frente en el marcador.

En el último partido Uruguay terminó venciendo a Argentina 68 a 59 y conquistó la Medalla de Bronce. El plantel lo integraron: Adesio Lombardo, Roberto Lovera, Héctor Costa, Martín Acosta y Lara, Enrique Baliño, Victorio Cieslinskas, Héctor García Otero, Sergio Matto, Nelson Demarco, Tabaré Larre Borges, Carlos Roselló y Wilfredo Peláez.

 

Melbourne 1956


Cuatro años más tarde la lejana Melbourne recibió los Juegos. El viaje de Uruguay fue interminable. Insumió cinco días.

El exjugador Ebers Mera llevaba el registro de eso. Si hubiesen volado de continuo eran 78 horas de vuelo, pero fueron cambiando de compañía y de lugar. La delegación arrancó en la aerolínea Panagra que los dejó en Miami. Pasaron una noche y cambiaron para la compañía TWA que los llevó a Chicago donde pernoctaron. Luego viajaron a San Francisco y allí, en un vuelo de Quantas, fueron a Sydney con escalas en Honolulú, Fiyi y las Islas Cantón donde parecía que el avión no entraba. Finalmente tomaron un vuelo local para llegar a Melbourne. Una odisea.

El plantel había sufrido algunas modificaciones con relación al que había ganado la Medalla de Bronce en 1952. Pero entre los que quedaban estaba el Cacho García Otero, un personaje de aquellos. Milton Scarón rememoró una anécdota. Resulta que el plantel estaba concentrado en un hotel con piscina en la cual había un pequeño bar de tragos. Uruguay jugaba de noche, pero, pese a ello, el técnico López Reboledo prohibió a los jugadores meterse en la piscina aduciendo que el agua los aplomaba.

Esa mañana, García Otero y Moglia conversaban al borde de la piscina cuando Cacho se sacó la remera y le dijo a su compañero: “Me voy a bañar”. “¡Estás loco!”, le dijo Moglia recordándole lo que había dicho el entrenador. Pero Cacho se tiró al agua. Y mientras García Otero disfrutaba del baño, Moglia, nervioso por la situación, miraba para todos lados. A los pocos minutos vio venir al técnico. Rápidamente le avisó a su compañero. Cacho salió de la piscina y se trepó arriba de un árbol. López Reboledo, viejo zorro, se paró a hablar con Moglia y estuvieron como media hora charlando. ¡Y Cacho arriba del árbol!

Cuando el entrenador decidió retirarse, caminó uno pasos y volvió. “Ah, Moglia, avísele a García que se baje del árbol”.


Por la medalla

Y llegó el día señalado de los Juegos de 1956. Uruguay enfrentaba a Francia por la Medalla de Bronce. Antes de salir a la cancha, en la charla previa, el técnico López Reboledo les dijo a sus dirigidos: “Están a 40 minutos de la gloria. De ustedes depende ser medallistas o fracasados”.

Damiani recordó que el entrenador apeló a las fibras de sus dirigidos. “Los puso en fila y uno por uno les iba diciendo: “¡La medalla para su madre! ¡La medalla para su hijo!” y así siguió con cada uno, según la condición”.

Con los objetivos claros, el plantel integrado por Héctor Costa, Oscar Moglia, Ebers Mera, Carlos Blixen, Milton Scarón, Sergio Matto, Héctor García Otero, Nelson Demarco, Carlos González, Nelson Chelle, Ariel Olascoaga y Ramiro Cortés salió a defender a la celeste y ganó la medalla.

Oscar Moglia

Los jugadores volvieron a Uruguay y no percibieron premio alguno por su actuación. Antes de viajar firmaron un documento renunciando al viático de cinco dólares. “Si te querías comprar un refresco tenías que llevar tu plata”, expresó Ebers Mera.

Lo único que recibieron como premio por la obtención de la medalla fue una escarapela con los aros olímpicos.


La era de las marcas

En Roma 1960 se inició una nueva era de los Juegos. Se desató una feroz lucha entre las marcas de ropa deportiva. Los uruguayos la vivieron en carne propia. Apenas pisaron territorio italiano aparecieron representantes de cada una de las marcas para obsequiarles calzado o alguna prenda.

¿Qué hacían? Pedían autorización al presidente de la delegación para que el equipo fuera habilitado a utilizar determinada marca. Pero a los celestes no se les permitió aceptar los regalos porque sus jugadores eran amateurs.

Los uruguayos jugaron con los championes Charrúa elaborados por la fábrica uruguaya Funsa. “Estábamos encantados de tener los charrúas. Además, Funsa, en lugar de hacerlos negros como eran, los hacía de color celeste y blanco”, contó Ebers Mera.

Ebers Mera

Onda T negativa

Los Juegos de Tokio 1964 mostraron un verdadero recambio en el plantel uruguayo. El único “veterano” de batallas anteriores que tuvo la posibilidad de viajar a Japón fue Ebers Mera. Pero ocurrió algo increíble que le impidió viajar.

El goleador de Stockolmo trabajaba en el Banco Comercial y llegaba a entrenar agotado. Una noche, los jugadores fueron sometidos a estudios médicos. Era un control rutinario que incluía un electrocardiograma. Cuando le tocó el turno a Mera no se pudo realizar el electro debido a que no había papel para sacar el resultado. Una semana antes del viaje, al que Mera iba a concurrir como capitán del plantel, el grupo fue citado en la cancha de Bohemios. Aquel día apareció el papel para realizar el electro. Y Mera fue sometido al examen.

El resultado dio que tenía la onda T negativa. Una onda que en aquellos tiempos se pensaba que era peligrosa para la salud del deportista. El cuerpo técnico, a sugerencia de los médicos, decidió dar de baja a Mera. “Ni discutí el resultado, para nada. ¿No puedo ir? Bueno, mala suerte. Quedé colgado con la valija pronta”, contó Mera como si se perdiera un partido de lunes de noche en la cancha de Stockolmo. Fue el fin de su carrera.

Se gana de noche


El jefe de la delegación era José Pedro Damiani. El Contador solía decir que los campeonatos no se ganaban en la Federación. “Los campeonatos se ganan de noche”, expresaba. Y fiel a su estilo contó una anécdota de aquellos Juegos en el libro Damiani, el Contador.

“Con lo que voy a decir a continuación, algunos dirán que no soy un tipo decente en el deporte, pero en el básquetbol jugábamos ante Finlandia, que no era un rival sencillo. El juez era un tal Reverberi. Tres años más tarde de aquellos Juegos Olímpicos, Uruguay organizaba el Mundial, cuando se inauguró el Cilindro Municipal”. ¿Qué hizo el Contador? Se arrimó al árbitro y le dijo: “Si ganamos te voy a invitar a Montevideo para el torneo del Mundo”. “Ahhh... sería muy lindo conocer América del Sur”, fue su respuesta. “Uruguay tiene unas playas bárbaras”, acotó el Contador.

Damiani se ubicó en el palco junto a Panchito Constanzo y el boxeador Washington Rodríguez, el Cuerito, la figura más destacada de aquella competencia para los uruguayos. Y arrancó el partido... “El juez le cobró una cantidad impresionante de tres segundos a los finlandeses, a quienes quemó como loco”, expresó Damiani. Pero, claro, había un detalle que incomodaba al dirigente uruguayo. Cada vez que Reverberi cobraba algo miraba hacia donde estaba sentado el Contador como diciendo “Lo estoy haciendo bien”. ¿Qué hizo Damiani? “Me paré y le dije a Constanzo: ‘Me voy de acá, porque ya me está dando vergüenza’, y me fui a esconder a la tribuna”.

Aquellos Juegos marcaron el fin de una era del básquetbol uruguayo. Se ingresó en un período de oscuridad del que costó salir. Uruguay no volvería a los Juegos Olímpicos hasta 1984.

(En base al libro Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo)

Comentarios

  1. Excelente . El Flaco Lombardo contaba algunas picardias de ese tipo. Estuve en la Cantina y Asedio iba a tomarse una algún mediodía. Buen Tipo El Flaco

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  2. Excelente y entretenida historia! Muchas gracias por compartirla!

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