En
un partido contra Aguada tomó la pelota y le pegó una patada rumbo al techo. En
Sucre agarró el micrófono de audio del estadio y dijo que los estaban robando.
Y en un viaje hizo bajar a los jugadores a empujar el ómnibus. Víctor Hugo
Berardi, un DT de la vieja guardia. Un personaje único.
Cancha de Larre Borges. De un lado diez de Biguá, del otro dos mil de Aguada. Partido tanto a tanto. La hinchada aguatera era una locura empujando a su equipo a la victoria. De pronto, Horacio Perdomo, el base de aquel equipo de Biguá de 1992 que ganó todo, se puso a discutir con los árbitros. La gente de Aguada fue en malón detrás de la Mesa de control para protestar y presionar para que le cobraran técnico al Gato Perdomo. El clima del partido se enrareció.
Y
apareció en escena el técnico de Biguá. El inefable Víctor Hugo Berardi. A la
distancia, el preparador físico del equipo de Villa Biarritz, Gonzalo Barreiro,
miraba la escena con cara de preocupación. No era para menos. Hacía sus
primeras armas en el ambiente del básquetbol y no entendía mucho el revuelo que
se había armado. En eso vio que Berardi le sacó la pelota de abajo del brazo al
árbitro y le pegó tremenda patada rumbo al techo. ¡Se podrán imaginar la
reacción de la hinchada aguatera en ese momento! ¡Ardía la cancha del Larre!
Y
Víctor lo miró a Perdomo y le dijo: “¡Qué sea la última vez que lo insultás
(mirando al árbitro) porque es amigo mío, y es un gran árbitro!”. La cara del
Gato era un poema. El juez del partido no entendía nada. La pelota había
desaparecido. Los parciales de Aguada rugían de bronca.
La
noche terminó con triunfo del elenco de Villa Biarritz y el plantel tuvo que
esperar cuatro horas para salir de la cancha de Larre Borges.
Víctor
Hugo Berardi. Un personaje único. Ganador, dueño de un estilo propio y
particular. Sus historias y anécdotas son tan sorprendentes como reales. Como
una que protagonizó jugando el torneo Sudamericano de Clubes Campeones en
Sucre, Bolivia.
Año
1984. Bohemios le ganaba al poderoso Sirio de Brasil por dos puntos. Los
brasileños tiraron desde la mitad de la cancha, encestaron, pero el partido
estaba terminado. El técnico de Sirio, Claudio Mortari, fue a la Mesa a
protestar y de manera poco creíble validaron el tanto. Alargue.
Berardi
indignado. Pero no había tiempo para andar protestando. Sin embargo, a Víctor se
le encendió la lamparita. El técnico de los albimarrones recordó que el hombre
que manejaba el sonido en el estadio se había pasado toda la noche pidiendo un
souvenir de Bohemios. El delegado del club, Homero Blanco, le regaló un
prendedor con la condición de que dejase hablar a Víctor por el altavoz.
Argumentaron que quería saludar y agradecer al público por el respaldo que le
habían dado a su equipo. Pero el hombre se negaba.
Sin
embargo, en un descuido, Víctor se las ingenió para tomar el micrófono y,
escondido detrás de unos parlantes, arrancó con su repertorio... “Al club Bohemios lo han despojado de un
triunfo legítimo, pero en honor al gran pueblo sucreño y al apoyo que hemos
recibido, nos vamos a quedar”, gritó Berardi por los altoparlantes. ¡Previo al
alargue!
La
gente miraba buscando al hombre que le dirigía la palabra. Víctor siguió adelante
con su breve alocución: “El equipo uruguayo se va a presentar a disputar el
tiempo extra y reconoce que el pueblo sucreño nada tiene que ver con este robo”.
Aquello fue una especie de aliciente para que, la gente que colmaba el estadio,
se volcara definitivamente con Bohemios. El equipo uruguayo terminó ganando el
alargue.
“Claro,
cómo no me voy a acordar... Fue en un momento de furor, de discusiones,
problemas, empujones y Víctor desapareció en el borbollón y fue a la voz del
estadio y empezó a hablar: “Están favoreciendo a los brasileños, pero nosotros
nos quedamos porque ustedes son hermanos”, recordó Luis Eduardo Pierri contando
su versión de los hechos para este libro.
Pero
el hombre que más trabajó con Berardi a lo largo de los años fue Enrique Cacho
Perreta. Su ayudante, su compañero, su amigo inseparable. Trabajaron 28 años
juntos.
Cacho
es un libro abierto a la hora de contar anécdotas y vivencias con Berardi. En
aquella década del 80, cuando dirigieron a Bohemios, fueron a jugar a la cancha
de Sporting. No faltaba nada para el final del juego y el albimarrón llevaba
siete puntos de ventaja. Pero el local reaccionó y logró igualar el juego.
Berardi pidió tiempo. Sus dirigidos fueron al banco desmoralizados. Quedaban 10
segundos.
Berardi se paró delante del cuadro y empezó a gritar: “¿Qué pasa? ¿Somos un cuadro cagón?”. Tomó la planilla y empezó a marcar la última jugada. La pizarra era un mapa rutero. Rayas para un lado y para otro. Hasta que cortó por lo sano y dijo: “¿Saben qué? Les vamos a hacer el gol y les vamos a ganar en la hora”. Perreta lo miró no dando crédito a lo que había sido aquella charla. “¿Qué te pasa? ¿Qué me mirás?”, lo encaró Berardi. Y acto seguido le preguntó a su asistente: “¿No entendiste nada?”. “No, no entendí nada”, alcanzó a responder Perreta. “Yo tampoco”, dijo Berardi. Ganó Bohemios.
La bestia Still
El
llamado y la propuesta de Berardi para asumir la preparación física del plantel
de Biguá lo sorprendió al profesor Gonzalo Barreiro. Vinculado al fútbol, donde
había hecho sus primeras armas en Progreso, tenía escaso conocimiento del
ambiente del básquetbol. Pero, a pocos días de que Biguá emprendiera viaje a
Asunción para jugar el Sudamericano de 1989, el profesor Valenzuela emigró a
México. Como Berardi y Perreta conocían a Barreiro porque jugaba al fútbol de
salón en Bohemios, no lo dudaron, lo llamaron y le propusieron trabajar junto a
ellos.
Luego
del período de preparación, el plantel de Biguá emprendió el viaje a Asunción
para jugar el Sudamericano de Clubes. Fueron en un ómnibus acondicionado, con
menos asientos de los habituales, para que los jugadores viajaran más cómodos.
El ómnibus llegó a la frontera y se dispuso a cruzar el puente Artigas que une
las ciudades de Paysandú y Colón. Barreiro contemplaba la subida del largo
repecho desde el fondo del vehículo. Pero, ocurrió lo inesperado. El ómnibus se
apagó. En pleno ascenso del puente. El chofer puso el freno de mano y atinó a
mirar a los pasajeros. Todo el mundo preguntaba qué pasó.
El
tipo se había quedado sin nafta porque había especulado con llenar el tanque en
Argentina donde el combustible era más barato.
En ese instante se generó un intercambio de ideas adentro del ómnibus en procura de solucionar el tema. Un jugador propuso llamar un guinche. Hasta que se paró Berardi y mirando para el fondo del vehículo dijo: “¡Qué guinche ni guinche, muchachos, vamos a bajar a empujar!”. Cuesta imaginar la escena de aquellos gigantes bajando a empujar, junto con los estadounidenses que habían venido a reforzar el equipo, para tirar el ómnibus por la bajada.
Encerrado en el ascensor
El
plantel de Welcome llegó a Buenos Aires y el cuerpo técnico ordenó descanso
para todos. Esa noche jugaban contra el local Boca Juniors por la Liga
Sudamericana de Clubes del año 2000.
El
equipo de la W se alojó en el hotel Los Chinos, donde habitualmente concentraba
Boca. Por la tarde, muy cerca de la hora de partir a la cancha, Berardi le dijo
a su inseparable compañero de habitación: “Cacho, voy hasta el saloncito de acá
abajo a comprar unos chicles”. “Dale, Víctor, ya nos tenemos que ir”, atinó a
responder su colaborador.
A
los pocos minutos todos empezaron a subir al ómnibus que los llevaría a la
cancha. Cuando el micro se completó con los jugadores, los dirigentes, y parte
del cuerpo técnico, se percataron de que faltaba uno. ¡Berardi!
Como
su demora generó impaciencia mandaron a Alberto Mena a buscarlo. Y allá fue el
profe. A los pocos minutos volvió con la noticia inesperada: “¡Está encerrado
en el ascensor!”. Perreta bajó del ómnibus para ver si había forma de arreglar
el lío. Asomó la cabeza y pegó el grito: “¡Víctor! ¿Qué pasa?”. Desde unos
pisos más arriba se escuchaba la voz de Berardi que gritaba: “¡Estoy acá, encerrado,
no puedo ni respirar!”.
Como se acercaba la hora del partido decidieron que Perreta se fuera con los jugadores a la cancha. Y partieron dejando al técnico atrapado en el ascensor a la espera de que lo pudieran sacar. Víctor apareció en la cancha cuando faltaban cinco minutos para el final del juego. Aquella noche ganó Welcome 75 a 73 con un triple de Moglia en la hora.
El infarto
Locura
en el Cilindro Municipal, la vieja cancha que se construyó en 1956 para la 1.ª
Exposición Nacional de Productores, estaba colmada de espectadores la noche del
24 de agosto de 1997. La Selección uruguaya jugaba ante Brasil en el marco del
Premundial de Básquetbol.
En
medio del partido, el técnico Víctor Hugo Berardi se arrimó a su asistente Perreta
y le dijo por lo bajo: “Cacho, tengo una cosa acá en el pecho, seguí vos”. De
inmediato llamaron al médico Pedro Larroque. Apareció la ambulancia y la
incertidumbre gobernó la escena.
“Faltaban 15 minutos para finalizar el
encuentro con Brasil, y de repente comencé a sentir un dolor muy fuerte en el pecho
y enseguida supe que no era algo normal, segundos después sufrí un infarto
frente a las cámaras de televisión. Pasé a dirigir rápidamente, de la noche a
la mañana, un partido mucho más importante, entre la vida y la muerte”, contó
Berardi en una entrevista al portal Urubasket.com.
Perreta
quedó en cancha a cargo del equipo que logró descontar la diferencia y ponerse
a una bola. Pero terminó perdiendo 84 a 83. Su asistente salió corriendo a ver
cómo se encontraba su compañero, pero la ambulancia ya no estaba en el
Cilindro. “Se podrán imaginar cómo viví ese momento, más que mi compañero era
mi amigo”, contó Perreta.
Berardi
quedó internado. Los médicos dieron instrucciones de que tenía que descansar.
La orden fue clara, no se le podía decir nada de la marcha de la Selección en
el campeonato. Pero allá, en una cama del sanatorio, Berardi se las ingenió
para encontrar un cómplice. Un enfermero fue el encargado de pasarle los
resultados.
Aquel
mal momento fue superado. Berardi volvió a las canchas. Pero el corazón le
volvió a jugar una mala pasada. La mañana del 18 de agosto de 2015, el olímpico
Raúl Ebers Mera le dejó la tarjeta de la habitación a su compañero Berardi que
se estaba duchando. “Víctor, voy bajando las maletas”, le dijo Mera. Ambos
habían viajado a Buenos Aires como invitados a un amistoso que la Selección
uruguaya jugó contra Argentina.
El
tema es que Berardi demoró más de lo previsto. Ante esto el presidente de la
delegación subió a la habitación a buscarlo. A los pocos minutos, el dirigente
bajó y le dijo al resto del grupo que se fueran tranquilos que ellos viajaban
más tarde porque Víctor estaba con un malestar.
“Cuando
llegamos a Montevideo me llama el periodista Buysan y me dice “¿Viste lo que
pasó, te enteraste?”. No. “Falleció Víctor”. Pah, me mató la noticia...”, contó
Mera que horas antes había estado compartiendo la habitación con Berardi.
Su
pérdida fue sentida por todo el ambiente del básquetbol. “Víctor lograba
llegarle al corazón de los jugadores y cuando se cruza ese puente que va de tu
alma al alma del jugador solo una catástrofe puede evitar que las cosas no
funcionen”, reflexionó el profesor Gonzalo Barreiro.
Y
concluyó: “Cuando vos lográs eso, ya no es la relación fría y profesional del
técnico y el jugador, hay algo más. Es un compromiso. Este hombre tenía la
inteligencia de tocar la esencia del jugador. Víctor tenía la capacidad de
hacerte entender dónde estabas parado y lo que te jugabas. Ese era Berardi”.
(En
base al libro Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo)
Gracias Jorge por compartir otra vez mas grandes historias desconicidas de personajes del deporte y la vida.A Victor lo conocí en Bohemios,supe trabajar con el como oficial de mesa.Compartimos partidos, vestuarios,viajes,asados.Anecdotas Miles.Tenia todo para ser un excelente técnico y todavía el le agregaba ese plus, pícaro,siempre tenía un az debajo de la manga que cuando los partidos se complicaban agarraba el timón y te enderezaba el barco enseguida.Tenia carnaval,medio tanque y boliche.Una de las anécdotas que siempre el contaba y más recuerdo es que estando en las Olimpiadas de Los Angeles 1984 se enfrentaban Uruguay y EEUU con Jordan y todos los nenes.Transcurrian los primeros minutos y el tablero indicaba Uruguay 11 EEUU 9.Victor pide tiempo, nadie entendía nada,reúne a los jugadores y les dice, muchachos agarren las máquinas de fotos, saquen al tanteador porque ésto se da una vez en la vida.Un fenómeno Victor Hugo Berardi.Donde quieras que estés Salu CALIDAD como te solía decir.Abrazo para todos
ResponderEliminarSalú amigo excelente relato un personaje sin igual, un uruguayo de ley.
ResponderEliminarVictor fue un grande de verdad. Entre todas sus medallas, la que más apreciaba, era la de Campeón Sudamericano con Peñarol. Era más q un entrenador, era un profesional del manejo de las emociones de los suyos, de los contrarios y de los terceros.
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