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El pueblo de Cerro estaba de pie. Orgullo de un barrio obrero. Aquel domingo la gente abrió las ventanitas de sus casas y no daba crédito a la escena. Camiones y camiones por todos lados. Desde la sede hasta Belvedere. El Cerro de 1960. Un equipo que golpeó a la puerta de la madre de las hazañas.


El equipo villero llegó mano a mano con Peñarol a la última fecha del Campeonato Uruguayo de 1960. Cerro tocó la gloria con una mano pero, sobre el final del duelo de los aurinegros en el Centenario, pasaron cosas que no gustaron.

En la última jornada del campeonato el equipo mirasol tenía como rival a Racing, al que había vencido con dificultades por 1 a 0 en la primera rueda. Los albicelestes, en cambio, jugaban contra Liverpool, al que ya le habían ganado 3-1.

Los dos equipos llegaron al cierre del campeonato al tope de la tabla de posiciones con 26 puntos. La historia marcaba. Para muestra vale destacar que desde 1932, en el inicio de la era Profesional del fútbol uruguayo, jamás un club en desarrollo había sido campeón, ni siquiera había llegado a la final del torneo.

La campaña del equipo conducido técnicamente por Roberto Porta revolucionó a todos sus hinchas.

Cerro fue al Viera decidido a romper la historia. Y encaminó el triunfo rápidamente. Conforme el paso de los minutos el sueño parecía posible. Los albicelestes goleaban a Liverpool y Peñarol no podía con Racing en el Centenario. El aurinegro perdía 2-1. El sueño de los villeros a punto de transformarse en realidad. Aquella tarde la gente se puso de pie en las tribunas. Empezó uno, dos, tres, cientos, miles, el grito enardecido de “¡Ce-rro! ¡Ce-rro! ¡Ce-rro!”, bajó al campo de juego y se metió en la piel de los que defendían la camiseta.

En la cancha los jugadores se miraban. Buscaban a alguien que confirmara definitivamente que la hazaña era un hecho. Pero ocurrió lo inesperado…

A pocos minutos del final, Peñarol le dio vuelta el partido a Racing en el Centenario. La espina de la suspicacia quedó clavada para toda la vida en el Cerro.

“Hubo un acomodo… hubo acomodo con Racing. En cinco minutos Peñarol dio vuelta un partido que tenía perdido”, expresó Lorenzo Nusa, un hombre de 85 años que durante mucho tiempo ocupó el cargo de gerente de Cerro, y contó a Túnel sus vivencias de aquella campaña histórica.

El periodista Enrique Yannuzzi apuntó incluso que en el Viera se intentó dar la vuelta olímpica, porque el partido de Cerro había terminado antes que el del Centenario.

“En aquel entonces no había celulares como ahora que te enterás de todo al instante. Entonces, como faltaban cinco minutos para el final del partido en el Centenario, se intentó dar la vuelta olímpica en el Viera. Pero llegó la mala noticia que Peñarol le había dado vuelta el partido a Racing y se tenía que jugar una final”.

Zapatos de goma y voluntarios



La final, pactada para el 18 de diciembre de 1960, se empezó a vivir desde la venta previa de localidades. El jueves 15 de diciembre se colocaron 11.532 localidades. En el Palacio Peñarol se vendieron 9.576 entradas y en la sede de Cerro 1.956. La recaudación era de $ 83.212.00.

En los aurinegros la preocupación pasaba por el estado sanitario de Alberto Spencer. El goleador ecuatoriano no entrenó pero, pese a ellos, se afirmaba que jugaría la final.

El equipo mirasol se movió en Las Acacias y posteriormente el plantel se trasladó a la concentración de Los Aromos.

Los concentrados: Maidana, Bernardico, W. Martínez, Cano, Salvador, Aguerre, Pino, Goncálves, Matosas, Luis Cubilla, Spencer, Linazza, Crescio, Iriarte, Rocha y Ledesma.

Cerro por su parte hizo fútbol en la cancha del club Cerrillos de Canelones. Y lo increíble del caso es que los villeros entrenaron en un terreno en mal estado lo que obligó a los jugadores a no exigirse demasiado. Incluso las crónicas de la época, revelaron que “varios players actuaron con zapatos de goma”.

Bajo la conducción del técnico Roberto Porta se hicieron 50 minutos de fútbol. La oncena titular ensayó con Conde, Dalmao y Soria; W. González, Rodríguez y Brum; Coccinello, López, García, De Britos y Pintos.

Otro dato memorable de aquel entrenamiento es que el equipo, que se preparaba para jugar una final, entrenó contra otro team formado por seis suplentes, más el técnico Porta, el profesor Moreira y voluntarios de la zona.

Tan increíble como real: prepararon la final jugando contra gente que vivía en los alrededores de Parador Tajes, lugar de concentraba de Cerro.

Por la tarde los jugadores villeros fueron visitados por sus familiares que fueron trasladados en ómnibus desde la sede social. Para la noche se había programado un espectáculo de cine y de una banda de jazz conocida, según consignó El Diario.

Una previa con el ascenso de Huracán

El día previo a la gran final Huracán Buceo ganó el campeonato de Intermedia logrando el ascenso a la B.

Pero el tema era la final del domingo. Hasta la noche previa se habían recaudado $ 150.500.00. Se estimaba incluso que superaría los 200 mil pesos. El Diario anunciaba que “el domingo seguramente se producirá un bordereaux record en partidos locales”.

Los precios de las entradas: Taludes mayores $ 2.00 menores gratis; Ámsterdam y Colombes mayores $ 4.00 y menores gratis, Olímpica sin numerar 5.00 y menores $ 1.00: Olímpica numerada mayores y menores 8.00; América 10.00 y platea América 12.00.

El diario El Bien Público visitó la concentración de Cerro informando que los jugadores solo efectuaron caminatas, básquetbol y pelotas individuales bajo la dirección de Roberto Porta.

Y expresó: “Anoche realizamos una breve visita a la sede de Cerro y pudimos comprobar el amplio espíritu solidario de los pobladores de la Villa. No solamente se nota ello en la compra de entradas, cuya demanda es continua, sino también en la cantidad de gente que visita la sede para inquirir detalles sobre el estado actual de los jugadores”.

Locura en el Cerro


El Cerro despertó temprano el domingo 18 de diciembre. El ruido de los motores invadió las callecitas de la zona. Una larga fila de camiones invadía el paisaje del barrio.

“Aquello fue increíble. Imaginen a todo el barrio movilizado. Camiones y camiones que llegaban de todos lados. Y la gente que empezaba a trepar. Jamás me voy a olvidar de aquel día”, reveló Lorenzo Nusa, testigo de aquella mañana increíble, a Túnel.

Nusa rememoró que la gente salió a la calle a despedir la caravana. “Desde Belvedere miré aquella larga fila que recorría toda la Avenida Agraciada”.

El periodista Enrique Yannuzzi, que en aquel entonces se devoraba los diarios deportivos, reveló que las crónicas hablaban que “la caravana iba por Garibaldi y no pudo llegar al Estadio. La gente se empezó a bajar en Monte Caseros. O sea, mientras había gente entrando al Estadio, había otra que todavía estaba arriba de un camión en Monte Caseros. Cerro llenó toda la Colombes”.

La tarde en el Centenario comenzó con un preliminar de viejas glorias de ambos equipos.

Golpe al corazón

Y llegó el momento esperado. “¡Ce-rro! ¡Ce-rro! ¡Ce-rro! ¡Ce-rro!”, el grito recorrió las escaleras de la Colombes y se multiplicó cuando el cuadro levantó los brazos en la mitad de la cancha. El orgullo a flor de piel. A más de uno se le escaparon las lágrimas de la emoción.

“Fui con mi padre, mi madre, mis cuñados. Era un acontecimiento. Difícil de no estar”, recordó Nusa sobre aquella tarde.

El pitazo de Esteban Marino dio inició a la ilusión ante un Centenario colmado por 60.000 personas.

Y a los pocos minutos se registró una acción que marcó el resto del encuentro. Tito Goncalves le entró duro a Miguel De Britos, el jugador más talentoso de Cerro, y lo dejó maltrecho por el resto del juego. El partido no fue el mismo. Para los hinchas de Cerro, aquella entrada fue provocada para sacar de la cancha al mejor jugador del cuadro. Para los carboneros fue una acción de juego donde Tito mostró sus credenciales.

“La defensa de Peñarol ejerció un contralor prácticamente acabado de la vanguardia adversaria. Spencer en pleno apogeo de todos sus atributos, Linazza netamente superior también al de sus mejores tardes y a un Crescio siempre batallando en busca del claro. A los costados Cubilla hacia una buena, otra regular y otra mala por su inconcebible empecinamiento, e Iriarte acompañaba sin desentonar. Vino así el gol de Spencer, magnifico y merecido. Y las cosas tomaron entonces la senda que ya se venía previendo desde momentos antes”, describió El Diario en su comentario de la final.

Y agregó: “Ese estado del tanteador no hizo sino ahondar las diferencias. Y aún cuando Cerro siempre vibrante, siempre guapo, siempre generoso en el esfuerzo, significaba permanentemente un adversario dignísimo, es incuestionable que en el campo existía un equipo superior, detalle que se fue agudizando a medida que el partido avanzaba en su desarrollo.

Y cuando Crescio logró el segundo gol todo pareció llegar a su fin”.


Sin embargo, Cerro sacó a relucir su rebeldía. Porta mandó el equipo al frente. Y la incertidumbre gobernó el Centenario cuando Waldemar González descontó de penal. Otra vez los villeros de pie en la tribuna empujando al cuadro en procura del milagro.

Pero Peñarol aguantó el temporal y terminó cerrando el juego con un nuevo gol de Crescio.

Lamentablemente lo que empezó como una fiesta terminó con incidentes que fueron denunciados por el dirigente aurinegro Washington Cataldi.

Mientras los hinchas de Peñarol celebraban el árbitro Esteban Marino regresó al camarín y pidió un cigarro. La terna había decidido donar sus viáticos en beneficio de la obra de investigación del Químico Federico Díaz.

Aquella tarde se despidió el kinesiólogo Héctor Cocito. Luego de más de 18 años vinculado a los carboneros, expresó: “Esperaba este triunfo porque hay mayor calidad en los hombres de Peñarol y porque la de hoy, será la última vez que me verán dentro del campo del Estadio”.

La batalla había quedado atrás. Y llegaba la hora de emprender el retorno al barrio cargando con la frustración de la derrota. Aquellos camiones que partieron al grito gemelo de ¡Cerro-Cerro!, volvieron en silencio. “Fuimos a la sede de la calle Grecia. Estaba lleno de gente. Había mucho dolor”, recordó Nusa.

Cerro no ganó la copa. Aquellos jugadores, que se juntaban dos por tres a picar una longaniza y un trozo de queso, quedaron en la puerta de la madre de las glorias. Y al margen de que no lograron ninguna medalla, conquistaron un título más importante: quedar para siempre en la memoria de los hinchas de Cerro. Un orgullo inigualable.

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