Fue operado y le sugirieron guardar reposo. Pero se iba a la
cancha, pedía una silla, y tiraba sentado. Moglia, un apellido de leyenda de la
Fiba que generó una emotiva carta de un compañero… “Temblando entonaba el
himno. Lloré como un niño. Hoy solamente una amiga me recuerda aquellas
glorias. Es mi Medalla de Bronce que te dice: Gracias Oscar".
Domingo
de ravioles en la casa de los Moglia. La familia se sentó alrededor de la mesa
y se disponía a almorzar. Ya habían realizado el brindis por la posibilidad que
se le presentaba a Osky de ir a jugar a España. Se dispusieron a comer. El
silencio gobernaba la escena cuando de pronto el dueño de casa miró a su hijo y
lo sorprendió con una pregunta: “¿Querés que te mejore el tiro?”, le disparó.
Quedaba una semana para la partida de Osky.
Oscar
le había advertido que con su juego le iba a ser sumamente complejo quedarse en
Europa. Su hijo jugaba de base y se destacaba por su altura. Una de sus
principales características era penetrar y descargar. Su habilidad con la
pelota lo había convertido en la sensación en las formativas de Welcome. Los
rivales no tenían forma de marcarlo.
Pero
don Oscar había percibido otras cosas. “Mirá, si vos te vas a jugar a España y
no tenés un buen tiro de afuera se te va a complicar mucho porque allá te van a
esperar tipos de 2,10 y te van a tapar todas las pelotas. Si me dejás, te
mejoro el tiro”, le propuso el padre a su hijo.
Todas
las mañanas recorrieron juntos las calles del barrio rumbo a Welcome. Y allá
entraban a una solitaria cancha que no tenía techo. Solos.
Oscar
Moglia llevaba muchos años de inactividad. Tomó la pelota. Se paró y empezó a
tirar de cuarta distancia. Una, dos, tres, doce, quince, veinte seguidas. Osky
lo miró perplejo. “¿Y este tipo? Lleva años sin entrar a una cancha de
básquetbol y clava veinte de corrido”, me contó Osky cuando lo entrevisté para
el libro Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo.
Y
mientras tiraba, Oscar le decía a su hijo: “El problema es que vos no tenés un
tiro tuyo, porque todos tus tiros son diferentes, entonces lo primero que tenés
que hacer es tirar siempre el mismo tiro, acomodar el brazo igual y la mano
igual. Tener una mecánica de tiro. Eso para empezar”. Y empezaron.
Fue una semana en la que fueron juntos, como
en aquellos primeros tiempos cuando, siendo niño, su padre lo llevaba de la
mano a la cancha de Welcome vestido con su camisetita del club.
Allí
empezó a escuchar los cuentos de Oscar. Un hombre que se convirtió en leyenda.
Aquello
que tanto asombró a Osky cuando vio a su padre embocar veinte o veinticinco
pelotas seguidas no fue producto de una racha, ni obra de la casualidad, era
consecuencia de su obsesión. Cuenta la historia que cuando Moglia fue operado
por primera vez le sugirieron guardar reposo. Pero el hombre se iba a la cancha
de la calle Tristán Narvaja, pedía una silla en el bar y se ubicaba, sentado,
de cara al tablero, en la zona donde habitualmente jugaba. De ahí comenzaba a
tirar. Una, diez, cien veces, para no perder precisión, para no perder tiro,
rememoró el periodista Américo Montautti en el fascículo número 14 de Estrellas
Deportivas de El Diario.
Osky, el heredero
El
nombre de Osky en el ambiente del básquetbol comenzó a sonar fuerte. El ser hijo de Oscar le abría muchas puertas. Fue así que
siendo un joven que recién aparecía en el primer equipo de Welcome le llegó una
oportunidad de emigrar a Argentina. Obras Sanitarias lo llevó como una promesa,
un diamante en bruto a pulir. Osky viajó con permiso de menor. Su padre le
pidió a un amigo que lo acompañara a llevar a su hijo a la vecina orilla. “Me
dejaron en el club y se vinieron. Yo tenía 17 años recién cumplidos y nunca
había salido a ningún lado. En esa época no era normal que saliera un jugador
al exterior”, recordó Osky.
Luego
de un período de entrenamientos con el primer equipo, los dirigentes le
propusieron a Osky cerrar un contrato para que se quedara en la institución.
Pero el chico no quería saber de nada. Extrañaba. Vivía pensando en el barrio,
los amigos, el asado. Se volvió a Uruguay.
Moglia
padre también era de extrañar. José Pedro Damiani entabló una relación de
amistad con Oscar en los viajes como delegado de la selección uruguaya a los
Juegos Olímpicos.
“Él
vivía cerca de la cancha de Welcome, cuando la calle a esa altura se llamaba
Tristán Narvaja. Solía ubicarse en la esquina, donde paraban los tranvías 36 y
33, y claro, todo el mundo que pasaba lo miraba. Oscar se sentía halagado por
ese reconocimiento, le hacía bien”, narró el Contador Damiani.
Una
mañana en Melbourne, donde se encontraba defendiendo a la celeste en los Juegos
Olímpicos de 1956, Oscar estaba en la Villa Olímpica tomando el fresco. Damiani
observaba a la distancia. De pronto Moglia se dio media vuelta y se fue. El
Contador le pegó el grito y le salió al paso. “¡Oscar! ¿Ya te aburriste que te
vas?”. La contestación no se hizo esperar: “¿Para qué me voy a quedar? Acá no
me conoce nadie”, respondió Moglia dando claras muestras de que extrañaba el
barrio donde era reconocido y mimado por la gente.
A
su regreso de Obras, Osky fue a jugar a Cordón donde estuvo entre 1983 y 1987.
Con los albicelestes conquistó su primer título de Campeón Federal en 1986. Ese
año fue elegido como el mejor jugador del campeonato.
Culminada
la liga local, se sumó a los entrenamientos con la selección y posteriormente
emigró a España. Allá escuchaba hablar con admiración de su padre. No era para
menos...
En
1957 Moglia no dejó récord vigente en Uruguay. Las marcas de mayor cantidad de
puntos anotados en un partido estaban en poder de dos goleadores que dejaron
huella en el básquetbol local como Adesio Lombardo y Macoco Acosta y Lara con
54 puntos. Pero aquel año, Oscar batió aquel registro goleador en dos
oportunidades.
Un
23 de diciembre, contra Malvín, Moglia convirtió 68 puntos. Dieciocho días
antes le había anotado 61 tantos a Olimpia. “Aplanadora” fue el título de la
famosa revista El Gráfico donde se comentó la hazaña de Oscar.
Incluso,
El Diario reveló que hay una marca mayor en poder de Moglia, pero que no se
registró porque fue en un amistoso en Dolores contra el club Náutico. Esa noche
convirtió 70 puntos. Tengan en cuenta que no había triples.
Cumplidos
los cuatro años de contrato en España, Osky retornó como lo hizo un día su
padre tras un tiempo sin mucho rodaje y en el cual estaba perfilando su retiro.
Resulta que el Contador Damiani se había jugado la patriada de traer a Uruguay
a un equipo de mormones bajo su costo. Damiani buscaba por todos los medios
solventar la llegada de aquella delegación y entendió que necesitaba un gancho
especial que alimentara el interés del público para asistir al juego.
Cuando
estaba en plena organización, el destino puso a Oscar en el camino del
Contador. “Me lo encontré justo cerca de la barraca que tenía frente al Palacio
Peñarol. Le pregunté cómo andaba y le conté el proyecto en el cual estaba
metido y le dije que su presencia en ese cotejo sería un gancho tremendo para
los aficionados”. Oscar no quería jugar. “Contador, estoy por dejar la
actividad, estoy un poco gordo”. Pero a Damiani no había forma de decirle que
no. “Si rebajás seis kilos en 10 días, el 10% de la recaudación es tuyo”, le
dijo el hombre de los números. Diez días después, según narró Damiani en su
biografía Damiani el Contador, Moglia apareció en la barraca: “Estoy pronto, ya
me saqué los 10 kilos de encima”.
El respeto por Oscar
En
cierta oportunidad, Osky viajó con la Selección uruguaya a jugar dos torneos
cuadrangulares en San Pablo y Río de Janeiro. Un día, antes de un partido, se
le acercó un veterano pelado, flaco y alto, que se le presentó: “Moglia, mucho
gusto. Usted no me conoce, yo soy Amauri”. Osky lo cortó inmediatamente: “Cómo
no lo voy a conocer... mi viejo me hablaba de usted”.
Amauri
lo miró a Osky y le dijo: “Yo jugué muchos años en la selección de Brasil,
jugué el Mundial, los Juegos Olímpicos, pude ver muchos jugadores, pero su
padre fue el mejor que vi en mi vida”. Moglia hijo no supo qué responder. “Me
lo decía el tipo que había sido votado como el mejor jugador de la historia de
Brasil (En 1991 fue seleccionado entre los mejores 50 jugadores de la historia
del básquetbol FIBA). Esas cosas son las que me hacen plantearme qué hacía de
diferente mi viejo. Sé que era un tipo ganador, pero no me explico qué haría de
diferente en una cancha de básquetbol”, comentó Moglia.
¿Qué
tenía su padre? “Oscar era un jugador que te tiraba bien de cuarta distancia,
sobre cabeza, de un lateral. Si le intentabas marcar el tiro arriba, te amagaba
y se metía porque tenía muy buen quiebre de cintura. Y si se te iba para abajo,
ahí abajo era imparable. Era un espectáculo verlo. Valía la pena ir a verlo, lo
hacía todo bien”, expresó el olímpico Ebers Mera.
En
mayo de 1980, el inglés Carlos Blixen, que desde hace años reside en España,
dedicó una poesía de agradecimiento a su excompañero el goleador olímpico de
Melbourne, Oscar Moglia, que entró en el Salón de la Fama del básquetbol.
“¡Qué fácil planificar la estrategia del ataque! Alcanzarle la pelota al hombre del lado izquierdo. Un chueco lleno de gol con la rodilla en el aire. Una precipitación de pases, una fábrica de juego. En la provincia de Córdoba, una noche de verano cristalizó en un milagro, tu repertorio fecundo. Lo que salió de tu alma, de tu mente, de tus manos no se verá nunca más. ¡Eras el mejor del mundo! Jamás lo podré olvidar, allá lejos y hace tiempo. Ante un estadio de pie, se izaba nuestra bandera. Temblando entonaba el himno hasta que llegó un momento en que mi voz se quebró. Lloré como el niño que era. Hoy solamente una amiga me recuerda aquellas glorias. Es mi Medalla de Bronce que te dice: GRACIAS OSCAR”.
Gran artículo. Por mi edad para mi el mejor fue y será el Tato López pero Moglia debe haber sido una maravilla. Gracias !
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