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Las locuras de Sánchez Padilla. Entró a la cancha de Verdirrojo y pidió que lo aplaudieran, lo bajaron de una trompada en Aguada, paró un partido y habló por micrófono para que no lo insultaran. Llegaba a las canchas en moto y de sombrero. Arbitró Juegos Olímpicos y Mundiales y llegó a revelar: “yo no me creía que era Dios, pero estaba cerquita…”



En el fondo, una improvisada pieza hacía las veces de vestuario. La puerta se abrió y los dos árbitros se encaminaron al rectángulo de juego. Impecablemente vestidos. Pelo engominado. Andar compadrón. La cancha de Verdirrojo ardía. El cuadro del Cerro recibía a Tabaré. El que ganaba subía a Primera.

Sánchez Padilla y Guillermo Garibaldi ingresaron y a la gente no se le movió un pelo. Julio se paró en el medio del rectángulo de juego y pegó un alarido que sorprendió a propios y extraños: “¿Qué pasa?”. Silencio e incredulidad. La gente apenas atinó a mirar, cuando Sánchez Padilla, sin dar un minuto para la reacción, volvió a gritar: “¿Por qué no me aplauden ustedes?”.

¡En la cancha de Verdirrojo! ¡En el Cerro! Se podrán imaginar... Pero Sánchez Padilla echó por tierra todas las teorías y afirmó: “¡Por supuesto que me aplaudieron! Fíjese a qué extremo llegaba mi petulancia que pretendía que me aplaudieran”, me dijo el hombre cuando lo entrevisté para el libro Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo.

Claro que la historia no terminó ahí. El partido lo ganó Tabaré y se armó terrible lío. “Los de Tabaré se fueron todos sin tomar el ómnibus, en una palabra, escaparon de la cancha”, comentó Julio recordando aquel hecho.

Por aquellos años el rectángulo de Verdirrojo era a cielo abierto. Cuando se generó el problema cerraron el portón de adelante y quedó una sola puertita para salir.

En ese momento Julio atinó a gritar: “¡Garibaldi!”, para llamar a su compañero. “¡Vení para acá! Quietito al lado mío”...

Las trompadas volaban de un lado a otro. Sánchez y Garibaldi, imperturbables, se quedaron paraditos en la cancha. “Se dieron piñas... No había un solo policía”, rememoró. Hasta que en un momento sintió un fuerte dolor en la parte baja de la pierna. Le pegaron un puntapié. Ante esta situación, Sánchez Padilla se encaminó a la Mesa de control cuando se le arrimó Bernardo Larre Borges, el entrenador de Verdirrojo. Sánchez definió que “Bernardo era capaz de hacer cualquier cosa por ganar”. Entonces Larre Borges lo encara y le pregunta con un extraño tonito a Sánchez: “¿Y a usted no le pegaron?”. Don Julio respondió con otra pregunta: “¿Usted quiere salir expulsado?”. “No, no, yo le pregunto”. “Bueno, si me pregunta otra vez lo expulso”, le dijo Sánchez Padilla y se terminó el diálogo. “Me di cuenta de que el que me había pegado la patada había sido él”, comentó Julio.

Si había algo que caracterizaba a Sánchez Padilla en su etapa de árbitro de básquetbol era su fuerte personalidad, el sentirse poderoso con el silbato. No medía la mala fama de algunas canchas ni las consecuencias que le podían deparar sus decisiones. Mucho menos se dejaba impresionar por las figuras del momento.

A su compañero de dupla le daba siempre la misma orden: no vayas a la Mesa de control.

Cuando Julio le pitaba falta a algún jugador, hacía las señas correspondientes. Si en ese momento lo llegaban a llamar de la Mesa se molestaba, y desde el lugar donde estaba, le gritaba al delegado en cuestión: “¿No me entendió?”.

Si le respondían negativamente, caminaba hasta la Mesa y dejaba las cosas en claro con su particular estilo: “Si usted me dice una vez más que no me entendió lo que le indico lo voy a expulsar”.

 “Ah sí... yo la autoridad la hacía sentir en todo lo que integraba el partido”, rememoró Julio en una charla que se realizó en el lugar que albergó durante infinidad de años la mesa de Estadio Uno, su emblemático programa de fútbol que batió el récord de emisiones en la televisión uruguaya.

La trompada de Zubillaga



Don Julio tenía esas cosas. Contó que cierta vez, en la cancha de Aguada, fue a dirigir un partido con clima bravo. Los aguateros recibían a Colón. “Estaba todo el barrio en la cancha”, rememoró Sánchez Padilla.

Antes de empezar el juego le advirtió a su compañero de dupla: “Garibaldi, no hables. No hables con nadie, por favor te pido”. Julio entendía que eso entraba dentro de un estilo de arbitraje. “Vos jugá, yo arbitro. Chau, se terminó”.

En determinado momento del juego la dupla cobró falta a favor de Aguada. El historiador aguatero, Oscar Bonino, reveló que cuando se fue a reanudar el juego Sánchez tomó la pelota para dársela a Zubillaga. “Y Sánchez, que era un buen juez, pero era compadrito, antes de dársela se pasó la pelota de una mano a la otra”. Al Tabaco (Zubillaga) no le gustó. Lo miró feo. No se lo bancaba a Julio.

Siguió el juego y en determinado momento Sánchez le cobró falta a Zubillaga. El jugador aguatero protestó y se fue molesto rumbo a la Mesa de control. El partido se detuvo. En eso Julio se percató de que su compañero Garibaldi estaba allí hablando con el temperamental Tabaco. A Sánchez no se le ocurrió mejor idea que pasar entre medio de los dos y en tono enérgico le dijo a su compañero: “¡Te dije que no hables con nadie!”. Fue lo último que dijo.

El Tabaco le pegó tremenda trompada. “Me clavó de cabeza abajo de la Mesa de control”, recordó don Julio.

La gente quedó conmovida. Sánchez Padilla se paró como pudo. Pero el tema no terminaba ahí. El problema pasaba por la determinación a tomar. ¿Qué hacía? ¿Se retiraba de la cancha y suspendía el partido o lo continuaba a pesar de la agresión? “En ese momento pensé que Aguada no tenía la culpa de la idiotez que hizo Zubillaga. Era algo anormal lo que había sucedido. Expulsé al jugador y seguí el partido”, reveló Sánchez, acotando: “Ganó Colón, eh, por dos puntos”.

Terminado el partido en la cancha flotaba un extraño ambiente. En ese momento muchos pensaron que Sánchez podía ser agredido nuevamente. Sin embargo, afirmó que la gente de Aguada lo cuidó “como si fuera el príncipe de Inglaterra para que no tuviera drama a la salida”.

Julio denunció el hecho en el formulario. Zubillaga fue sancionado y no jugó nunca más al básquetbol. “¿Suspender partidos yo? Uno solamente en mi vida de los casi mil que arbitré”, reconoció el exárbitro.

Julio había comenzado su romance con el básquetbol a través de un profesor de la Plaza de Deportes de su Santa Lucía natal. Tenía apenas 17 años cuando Salvador Mauad le regaló un libro de reglas de básquetbol.

El primer partido que le asignaron fue Goes-Aguada en juveniles. Se suspendió por lluvia.

En aquellos primeros años de la década de 1950, cuando Julio comenzó a arbitrar, las canchas eran de tosca. No había ninguna de bitumen. Los únicos gimnasios que existían eran el de Bohemios y el de Atenas en la Ciudad Vieja.

Comenzó a codearse con los grandes jueces de aquella época como Carlos Rossini, Luis Alberto Broccos, Castiñeiras y el comisario Baldomero Torres, al que Sánchez definió como “un maestro”. 

En moto y de sombrero

A pesar de dirigir a las estrellas del momento, como Roberto Lovera, Adesio Lombardo, Oscar Moglia, y otros jugadores símbolos en sus equipos y la selección uruguaya, Julio viajaba en ómnibus a los partidos. Incluso tenía que aprender las combinaciones para llegar a determinadas canchas donde debía tomar dos ómnibus.

Con el paso del tiempo comenzó a ir en moto. No porque se la comprara, sino porque su compañero, Roberto Rodríguez Muñoz, tenía una y lo pasaba a buscar.

Sánchez viajaba impecablemente vestido y con un detalle que es el fiel reflejo de su personalidad. “Iba de sombrero. ¡En la moto y de sombrero! Sí, señor. Qué tiempos...”, expresó con un dejo de nostalgia.

Cerca de Dios



Sánchez se esforzó hurgando en su memoria. Rememoró los tiempos de Oscar Moglia, al que definió como el más grande. Dijo que arbitrarle un partido a Oscar implicaba una enorme responsabilidad.

Y expresó con orgullo que en la cancha de Bohemios lo expulsó. Julio elevó la voz a la hora de recordar aquella incidencia: “¡Él era Moglia! Y se creía que era Dios... pero el gran problema era que yo no me creía que era Dios, pero estaba cerquita. Y nos pusimos a discutir en la Mesa y lo expulsé”.

De pronto, en medio de la charla, señaló con el dedo una pared del Club de Estadio Uno. Apuntaba a una foto de Uruguay. Se paró y lo marcó: “Roberto Lovera... ¡Sabe lo que era dirigirle un partido a Roberto en la cancha de tosca de Olimpia! No estaba en el lugar donde se encuentra el gimnasio actualmente, sino en la cuadra siguiente, para adentro. Ahí era bravo”.

Sánchez Padilla definió al goleador olímpico Adesio Lombardo como un gentleman que jugaba igual en la cancha de tosca de Stockolmo como en el gimnasio de Bohemios.

Las locuras de Sánchez


Su figura y el alto nivel mostrado determinaba que fuera nombrado para  dirigir los partidos más difíciles de la época. Y si no lo designaban se enojaba. “Si sería pedante que me sentí importante. Era divino. Tratarse de usted con Guanaco Costa, al que conocía, pero yo no trataba de “che” a ninguno en un partido, porque yo era la autoridad y ellos los jugadores que debían jugar y comportarse correctamente”, acotó don Julio.

Justamente, Héctor Costa contó en una entrevista que le hicieron en la web Urubasket.com que cierta vez, en un torneo sudamericano de clubes en Quito, Sánchez estaba dirigiendo un partido de dos equipos extranjeros. En determinado momento le empezaron a gritar cosas desde la tribuna por un fallo. Paró el partido. Se arrimó a la Mesa de control, tomó un micrófono y le habló al público. “Parecía el domador de un circo”, recordó Costa.

Sánchez Padilla llegó a sentirse poderoso pero humano. ¿Por qué? “Porque fui poderoso para el que ganaba y para el que perdía”.

Don Julio imponía su estilo en tiempos donde no había policías en los partidos. Donde se dirigía por los barrios. En canchas bravas como la de Unión donde Sánchez Padilla se dio el lujo de expulsar al presidente.

Recordó haber dirigido partidos en la cancha de Tabaré con gente sentada en la baranda de madera y en el piso, al borde del rectángulo de juego. Y otro en la cancha de Sporting entre el local y Montevideo que terminó en un lío donde el único que no peleó fue él.

Recorriendo el mundo

Damiani con William Jones


A pocos meses de iniciarse los Juegos Olímpicos de Roma, el Contador José Pedro Damiani tuvo la iniciativa de apelar a sus contactos. Armó una carpeta de Sánchez Padilla y se la remitió al entonces capo máximo de la Federación Internacional  de Básquetbol (FIBA), William Jones. La idea era que Sánchez fuera designado para los Juegos Olímpicos de Roma 1960.

Al tiempo, el Contador recibió un telegrama de Jones con una original respuesta: “Sí Sánchez Padilla, Julio César, bueno para Roma”. Así quedó designado.

La perseverancia y dedicación llevaron a Sánchez Padilla a arbitrar en los máximos eventos como mundiales y Juegos Olímpicos. Pero hay reconocimientos que van más allá, como la opinión de una gloria del básquetbol como Oscar Moglia. En octubre de 1963, en su columna en El Diario, Moglia se preguntaba: “¿Son buenos los arbitrajes en nuestro medio?”. Y acto seguido se respondió la pregunta. “Hay un juez, a quien el público por lo general recibe con una silbatina. Nos referimos a Julio César Sánchez Padilla. Pero hasta ese público que lo silba, reconoce en él a un juez de extraordinaria capacidad. Sánchez Padilla es el mejor juez que he visto. Tiene grandes condiciones. Sabe tratar al jugador como para que este lo respete. Tiene audacia y por lo general su pito responde a su vista. La campaña de Padilla es brillante, tanto local como internacionalmente. Por eso se le reconoció como el mejor en el último mundial realizado en Río de Janeiro”. 

Chau, se terminó

Julio no dudó en afirmar que aquella fue la mejor época de su vida. Llegó a dirigir ocho partidos en una semana.

Fue testigo de la transformación de innumerables instituciones a lo largo del tiempo. Rememoró aquellos viejos duelos donde los clubes tenían cuadros que se recitaban de memoria. “Había sentido de pertenencia”, comentó, argumentando que los equipos estaban integrados por los muchachos del barrio.

Aquella tarde, sentados en la mesa, Julio desvió la charla inesperadamente. Me dijo que todas las cosas que estaban en el conocido club de Estadio Uno tenían su razón de ser. “¿Sabe lo que es aquella chapa? La 199. ¿Sabe de qué es?”, me preguntó antes de revelarme que era del carro del lechero que les llevaba la leche a los Sánchez en Canelones. Pegado había un frasco de metal. Es el recuerdo que le quedó de la peluquería de Gula, donde Julio lustraba zapatos. “El dueño me adoraba. Yo le llevaba las cartas a la novia, que era la hija de unos quinteros, y había que ir caminando a llevarlas”.

Entonces me miró y me dijo con un dejo de nostalgia. “Arbitré 15 años y cuando me retiré, chau, se terminó. Me retiré porque se me antojó. Me tenía que inyectar todos los partidos porque tenía problemas en la espina calcárea y se me hacía imposible correr. Yo me inyectaba para poder arbitrar... Una locura... Pero la volvería a cometer. Fue la mejor etapa de mi vida”.

Comentarios

  1. Genio y figura.... Una vez allá por finales de los 80' la Residencia Presidencial de Suárez es el marco con una gigantesca carpa en el fondo de una celebración del movimiento olímpico en Uruguay. Invitado yo por haber estado en Los Angeles 84', me siento con los veteranos de Helsinki y Melbourne: Poyet, Scarón, Mera, Mato, Olascoaga.... Estaba Sánchez Padilla, habrían unas 400 personas y en un momento de la oratoria en que se dirigía el Pres del Comité Olímpico Uruguayo el Prof Vallarino Veracierto, Julio se para en la silla espetando a viva voz e interrumpiendo: "un momento, pero además tal cosa y tal otra, patatín y patatán......!! Las risas de los 400 presentes incluido el orador no se hicierom esperar y Juio, genio y figura...hizo que todos se enteraran que él estaba presente...!!

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