Rubén Bulla, un maestro olvidado del básquetbol que se jugó el trabajo por Horacio Tato López
Año 1976. Mesa de Directiva de Bohemios. Los dirigentes se sientan a hablar con el entrenador. El hombre, de estatura baja, toma la palabra y anuncia: “Voy a subir a un botija de los Cadetes”. Tira el nombre mostrando un amplio conocimiento del club que lo iba a contratar. Los dirigentes de la institución se miraron y le dijeron que era imposible. ¿Motivos? Argumentaron que el chico era inmaduro y otras cuestiones más. “Bueno, entonces, si ustedes saben de esto yo me voy”, dijo Rubén Bulla que se paró y se fue. No hubo forma de hacerlo volver.
Pasado
un tiempo, Bohemios fue nuevamente tras los pasos de don Rubén. Se entablaron
las negociaciones y el técnico volvió a insistir con el chico de los Cadetes.
Perfecto, no hay problema le dijeron. Don Rubén Bulla no lo citó. No cumplió
con la formalidad de hacerlo llamar teniendo en cuenta que se trataba de un
botija. No. Se fue derecho al vestuario a buscar al chico de 14 años llamado
Horacio López. Alguna vez dijo Tato que el básquetbol uruguayo le debe un serio
homenaje a Rubén Bulla. Considera que es un olvidado y que su obra merece
destaque.
Un juvenil Tato López |
En
declaraciones a Urubasket, Tato mencionó que su trayectoria dependió mucho de
las enseñanzas de Bulla. “No solo me hizo ganar tiempo, sino que me motivó,
sentó bases firmes, verdaderos pilares como disciplina, códigos de trabajo,
cómo vivir el básquet”, señaló López.
Y
al margen de los campeonatos federales conquistados con Aguada, don Rubén se
destacó por su lado lúdico y, por sobre todas las cosas, por un aspecto
paternal pocas veces visto.
Para
que tengan una idea, en 1969 se trasladó a Mercedes y tocó la puerta de la casa
de los Haller. Don Rubén se presentó ante los padres de Carlos y Germán, dos
adolescentes a los que pretendía hacer venir a Montevideo para que defendieran
a Peñarol.
Carlos
Haller manifestó que hay que ubicar a Bulla en aquel contexto. Los padres de
los chicos tenían una ascendencia suizo-alemana, con una formación determinada,
y mandar a sus hijos a Montevideo, a esa edad, no era un tema sencillo.
El
entrenador tuvo que firmar un documento a través del cual dejaba plena
constancia de que pasaba a ser el tutor de los chicos y se hacía cargo de ellos
porque debían terminar los estudios.
Fue
el propio Bulla el que inscribió a los hermanos Haller en los centros de
estudio. Increíble pero real. El hombre fue y anotó a Carlos en el Liceo 15 de
Carrasco y a Germán en el Zorrilla.
Por
si fuera poco, Bulla llevó a los hermanos Haller a vivir a su casa del barrio
Carrasco. “La recuerdo como una casona antigua, muy grande, que quedaba cerca
de los viejos portones”, rememoró Carlos.
El
compromiso que había asumido aquel entrenador con los chicos era tal, que un
día subió a Carlos a su viejo vehículo y lo llevó a realizar el recorrido del
ómnibus que lo dejaría en el liceo, para que supiera en qué parada se tenía que
bajar.
De
todos modos, el primer día de clases don Rubén llevo a los dos hermanos a sus
respectivos liceos. “Si eso lo trasladamos al día de hoy, es imposible siquiera
de imaginar que un técnico te lleve al liceo”, comentó Haller.
Una
semana después, Peñarol alojó a los jóvenes mercedarios en el hotel Las Brisas,
en la Rambla O’Higgins y Michigan. Semanalmente, Bulla les escribía a los
padres de los chicos remitiendo un informe sobre cómo iban en los estudios.
Una
característica de aquel hombre era que se expresaba por correspondencia. No
llamaba por teléfono. Escribía cartas. Asimismo, don Rubén firmaba los carnés
con las notas de los chicos que tenía a su cargo. Algo fuera de lo común para un
entrenador de básquetbol.
De saco y corbata
Bulla,
en su viejo auto Suzuki, pasaba a buscar a los Haller todos los días para
llevarlos a los entrenamientos. Si estaría en todo don Rubén que para que los
chicos no tuvieran ratos de ocio, los pasaba a buscar por Malvín y los llevaba
a la biblioteca del Palacio Legislativo donde ejercía funciones como director.
Allí les daba libros para que leyeran.
Pero
aquel no era el único detalle. Bulla se preocupaba incluso por la vestimenta de
los jugadores. Con Carlos era todo un tema. Tenía 17 años y ya andaba metido en
la revuelta estudiantil de la época. Militaba a nivel político y, pese a que el
tema jamás se tocó, don Rubén olfateaba que aquel chico era parte de la
juventud rebelde de fines de los 60 y principio de los 70.
Lo
cierto es que Carlos reveló que su técnico le hacía poner saco y pantalón de
vestir para acompañarlo a la biblioteca. “Para mí, un canario bruto del
interior, era fuertísimo aquello. Era la primera vez que me ponía un saco. No
sabía hacerme el nudo de la corbata. Me lo hacía don Rubén”. Otra de las
preocupaciones era el calzado. Bulla miraba los championes de sus dirigidos y
se preocupaba de que estuvieran limpios.
Carlos
Haller desaparecía los fines de semana, se internaba en los campos de Mercedes
y los lunes se presentaba a entrenar todo embarrado. Bulla lo miraba y
simplemente le decía: “Carlitos, los championes...”.
Un apasionado
Los
Haller no fueron los únicos jugadores que Rubén Bulla trajo del interior. En
Aguada reconocen su trabajo con Mario Viola. Trajo al Chumbo Omar Arrestia y a
Miguel Volcan le dio su primera oportunidad al designarlo como su asistente.
Quienes
conocieron a Bulla lo definieron como un hombre apasionado por el básquetbol.
Germán
Haller reveló que Bulla le enseñó el gancho que lo hizo famoso. Era una forma
de superar la altura de los rivales. Pero lo más curioso era su apasionamiento
a la hora de transmitir conceptos. De repente lo llevaba a cenar a algún
restaurante y en un momento dado se levantaba de la mesa y le hacía gestos
mientras gritaba: “¡Vos tenés que marcar y cubrir así!”. Y se paraba como un
defensa, al costado de la mesa, mientras la gente lo miraba sin entender nada.
La marca, su legado
Quienes
tuvieron a don Rubén como entrenador destacaron su mano abierta para transmitir
conocimientos. Jamás procedió con egoísmo. Su grandeza era tal que habitualmente
decía: “Cuando enseño algo sé que no lo pierdo”. Un mensaje con un contenido
brutal.
El
olímpico Milton Scarón admitió que Bulla le enseñó a marcar. “Yo hacía 30
tantos por partido, pero él me enseñó a marcar. Trabajaba en serio en la cancha,
la manera de parar las piernas, la postura”, contó el exjugador de la
Selección.
Milton
dijo que le quedó grabada para siempre la imagen de ver llegar todas las noches
a don Rubén a la cancha con un libro abajo del brazo. Lo dejaba a un costado y
su preocupación era que nadie se lo robara.
Ricardo García |
Ricardo
García, otro exjugador de la época, contó para esta obra que: “Cuando sacaron a
Ballefín de la Selección pusieron a Bassaizteguy junto con Rubén Bulla.
Revolucionaron el básquetbol uruguayo. Los tipos venían con la escuela moderna,
absorbiendo mucho lo yanqui. Vinieron a imponer la marca, antes no se marcaba.
Y Bulla implementó los sistemas de marcación”, expresó.
Milton
Scarón recordó que a Bulla se lo criticaba porque, “a diferencia del Huevo
Larre Borges, que te ganaba un partido con dos o tres cambios, Rubén te lo
ganaba con la marca”.
El
olímpico agregó que Bulla era un hombre que te decía a las tres de la tarde y
estaba tres menos cinco. “Y no le desvíes la mirada porque ya no jugabas”.
Su humildad
Hay
detalles que marcan la personalidad. Rubén Bulla es de una época donde los
entrenadores salían en la foto con el equipo. Las personas consultadas
manifestaron no estar seguras de tener entre sus recuerdos una foto donde se
encuentre don Rubén.
Así
como a todos los jugadores les marcaba aspectos relacionados a la vestimenta,
también era habitual que les dijera que no entraran en provocaciones.
Pero
la clara demostración de la grandeza de Rubén Bulla, de su forma de ser, de su
sentido lúdico, quedó reflejada en la carta que escribió a máquina el 4 de
febrero de 1970 dirigida a Germán Haller.
Estimado Germán:
Tal como te lo había prometido, te envío el reportaje del diario De Frente
hecho por el amigo Steiner. Como ves, él es generoso en sus juicios y te crea
una gran obligación: responder en el futuro a la gran esperanza que ha
depositado en ti el básket-ball nacional y especialmente quien esto te escribe.
Sé que eres una
persona correcta, modesta, inteligente, que sabes valorar tus virtudes y
carencias. Ahora lo debes ser más. Superarte día a día, trabajar todas las
horas en el gimnasio que no hay otra fórmula en la vida para triunfar en
cualquier actividad que el trabajo. Deberás ser más modesto que nunca y no
hacer caso a los que te adulen y procuren enfrentarte con tus compañeros de
vida o de equipo. Te lo digo porque a veces cuando los jugadores crecen en
fama y en popularidad, muchas veces aparecen malos amigos y consejeros.
Bassaizteguy irá
a ver el Campeonato Nacional de Juveniles en Minas y espero que allí, bajo las
órdenes de Vanerio, te comportes muy bien. Además, serás citado para una
selección de jugadores altos, de más de 1,90 de estatura, de la cual se
extraerán los futuros jugadores centros del equipo uruguayo.
Espero, además,
que no abandones tus estudios y que en ese campo le des muchas satisfacciones a
tus padres y a ti mismo. El basket-ball no lo es todo en la vida, ni mucho
menos. La cultura, el dominio de una actividad profesional, la bondad de
corazón y la sensibilidad de espíritu, son más importantes que él para tu
futuro, aunque seguramente pueda darte a conocer el mundo, hacerte conocer
grandes amigos que son más valiosos que las más abundantes riquezas o tesoros.
Te adjunto un
breve plan de trabajo para que trates de realizarlo, naturalmente no ahora que
estás trabajando con Vanerio [técnico de la Selección de Soriano], sino cuando
quedes fuera de la Selección o en las horas libres, para tu mejoramiento
físico-técnico.
Te saluda a ti y
a los tuyos con las expresiones de la más honda amistad. Rubén Bulla.
El
hombre firmó la carta. Y abajo, escrito a mano, reparó en otro detalle. Le
pidió una cosa más a Germán Haller: “PD: te ruego que los saludes a Vanerio,
Maglia y Charrutti (técnicos de Remeros) en mi nombre”.
Simplemente,
un maestro.
La carta de Bulla a Haller |
(Del libro
Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo, Ediciones B)
Hola Jorge, te paso otra deportista que tiene historias para contar y alguna puede interesarte. Se llama Margarita Grun.
ResponderEliminarSaludos!
Muchas gracias Maxi, se valora el aporte. Agendada!
EliminarExcelente historia, relatada como siempre al más alto nivel. Genera gran emotividad y logra rescatar a una figura que en mu caso no conocía del olvido, asignándole el lugar que merece.
ResponderEliminarTambién me impactó la gran gratitud que le dispensan esos exjugafores, cosa que no abunda en un mundo dónde agradecer parece práctica perimida.
Además, como docente me emociona la importancia que el hombre asignaba a la educación.
Muchas gracias por hacerme conocer a esta personalidad.
Grande, Hiena!!! Conoci al Sr. Rubén Bula en la década del 60', cuando dirigía la Bib. del Poder Legislativo, "todo un Señor", con mayúscula.....Muy buena nota!!!
ResponderEliminarExcelente nota periodística, Bulla fue un GRANDE. De su trabajo e intuitiva pupila surgieron muchísimas figuras de nuestro Básquetbol. Qué maravilla de lineamientos y consejos para los jóvenes deportistas... Lo que le escribe a Germán Haller parece haber sido tomado en su totalidad por el mercedario, que además de haber sido un notable jugador fue y sigue siendo un "caballero" del deporte....
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