Los Fogones: la obra silenciosa de Rafa Andrade transmitiendo valores y enseñando básquetbol a niños de una zona carenciada
Rafa no tenía pinta de jugador. Flaco, de andar cansino y despreocupado. Sin embargo, se transformó en uno de los pocos basquetbolistas que jugó en todas las divisionales. Por legado familiar, empezó en Sayago y terminó en el corazón de los hinchas de Unión Atlética. Rafael Andrade no fue campeón Federal, jamás jugó en la selección, no fue goleador de un torneo y no pudo vivir del básquetbol. Pero se sacrificó por el deporte que amó. Como lo demuestra su obra a pulmón y sin remuneración en una escuelita de básquet llamada Fogones.
Todos los fines de semana, en una zona carenciada de Montevideo, donde si llueve los niños no pueden concurrir porque la pelota puede terminar en una cañada, ahí encontrarán a Rafa. Siempre. Brindando su corazón.
Rafa a pura diversión con los niños |
Para quienes lo recuerda, Rafa era flaco y desgarbado. Tranquilo y callado. De andar cansino y despreocupado. Lo que menos parecía era un jugador de básquetbol. Una noche, se paró a pelear un rebote mientras un compañero se disponía a lanzar libres. Y en eso, un jugador de Urunday lo sorprendió con un comentario: “Bo, Flaco, mirá que acá se juega fuerte, esto no es Primera”, le dijo en un claro mensaje que buscaba amedrentarlo.
A
Rafa no se le movió un pelo. Ni se inmutó. Tampoco respondió.
Por
su mente empezaron a correr las imágenes de su carrera. Recordó que había
jugado en la cancha de Unión, donde los hinchas sacaban revólveres y los
golpeaban contra la baranda al grito de “¡Acá no gana nadie!”. Que había
disputado finales en la cancha de Cyssam Maroñas donde tenía que pasar por la
cantina y lo miraban con cara de pocos amigos. Y que jugó en canchas donde te
caías y “dejabas el churrasco (herida) en las rodillas”.
De
qué se podía asustar... Para aquel flaco, llegar a jugar en la cancha de
Urunday era como estar en el Madison Square Garden.
Como
fue dicho, Rafael Andrade no copas ni medallas. Tiene títulos más importantes:
la sonrisa de un niño al que le entrega una simple mandarina o el respeto al
grado de idolatría de varias generaciones de hinchas de Unión Atlética.
Y
un detalle para pocos elegidos: desfiló por todas las divisionales del
básquetbol uruguayo: Cuarta, Tercera, Segunda y Primera.
De las entrañas de Sayago
Hijo
de las entrañas de Sayago -su padre fue uno de los socios fundadores- Rafa
debutó en el club en 1988 con apenas 17 años. Cuando lo subieron al primer
equipo le tocó defender a Sayago en Cuarta de ascenso.
Aquella
noche Rafa siguió con la tradición de los Andrade. Toda la familia nació en el
club. Su padre, conocido como el Gallego Ramón, fue socio y fundador cuando se
juntaron Túnel y Progreso. Sus tíos José Roberto y Manuel Ruben también
defendieron a la institución. Después fue el tiempo su hermano Raúl. Y la
leyenda continuó con Rafa.
En Cuarta dice haber aprendido a jugar con el cuchillo entre los dientes. En la divisional no le quedó cancha por recorrer. La abierta de Atahualpa Oxford. Cyssam Maroñas, su eterno rival en todas las formativas. Barrio Obrero en el Cerro. Y de aquellas batallas hay detalles que no olvida. “En Cyssam bajabas la escalera y tenías que pasar por la cantina donde estaba un gordo salado (Mario). Siempre me tocaba jugar finales con Cyssam porque en mi generación tenían buen equipo y siempre había pica”.
¡Acá gana Unión!
Cuando
Sayago ascendió a Tercera le tocó visitar la compleja cancha de Unión. Allí el
ambiente no era sencillo. Había que tener la piel curtida para jugar en ese
escenario.
Rafa
rememoró que “la gente se recostaba contra la baranda de la cancha y mandaban
mensajes diciendo: “¡Acá no gana nadie!”. Sacaban los chumbos (revólveres) y
los golpeaban contra la baranda y gritaban: “¡Hoy gana Unión!””, comentó
sonriendo al recordar aquellos viejos duelos. “Y después algunos me venían a
hablar de lo fabuloso del básquetbol griego... de la NBA... y yo decía, dejate
de joder, andá a jugar a la cancha de Unión”.
Lo
cierto es que el apellido de Rafa empezó a sonar por los escenarios del
ascenso. Su fama creció rápidamente en ese circuito. De aquellas batallas, la
gente de Sayago recuerda un partido contra Juventud de Las Piedras donde clavó
44 puntos.
Hasta
que una noche Sayago recibió a Unión Atlética y, sin saberlo, el destino de
aquel flaco cambió para siempre. Ruben Porfilio, técnico de la UA, desembarcó
en Sayago con un delegado de mesa que era su caballito de batalla: el Caníbal
Gabriel García. Y vaya paradoja, no fue el entrenador sino el Caníbal el que
empezó a decirle a los hinchas azulgranas: “Tenemos que traer a ese flaco
desgarbado de Sayago”.
Pasó
el tiempo hasta que la UA se propuso fichar a Andrade. Pero el pase no fue
sencillo. Rafa tenía problemas con su club. Pese a que le debían dinero, el
club se había puesto exigente para avalar el pase. Andrade quería que le dieran
la oportunidad de probarse en Segunda. La llegada de Daniel Lovera a la
conducción técnica de la UA resultó determinante para la contratación de
Andrade. Y finalmente lo cedieron en préstamo.
Unión
estaba en una etapa complicada. El club llevaba 25 años estancado en Segunda.
El año anterior había terminado penúltimo y se salvó del descenso un par de
fechas antes del final. Cuando Andrade llegó, le quedó claro que la meta era
zafar del descenso. Pero lo primero que le dijeron no fue eso. Apenas pisó la
cancha un dirigente le advirtió: “Rafa, mirá que acá la gente de la cantina del
club es brava, es complicada”.
Rafa repartiendo la merienda a los niños |
“Yo
siempre fui un flaco desgarbado, lo que menos tenía era pinta de jugador de
básquetbol. Es más, algunos pensaban que habían contratado a mi hermano, que
jugaba en Verdirrojo. Y, claro, me miraban como diciendo, a este trajimos...”,
rememoró.
La
relación no arrancó bien. En uno de los primeros partidos se arrimaron dos o
tres hinchas a la baranda: “Bo, Andrade, acá tenés que meter”. Rafa miraba y en
una acción donde quedó cerca de los hinchas, se arrimó y respondió: “Si yo le
tengo que hacer caso a alguien, es a Lovera. Si me querés putear, puteame”. Se
dio media vuelta y se fue. Después se enteró de que, quienes lo habían
increpado, eran los de la cantina.
De los reproches al idilio
En
el Federal de Segunda de 1996 Unión Atlético peleó el ascenso directo pero
perdió la chance. Tuvo una segunda oportunidad en una definición con Goes, pero
también perdió. Y se llegó a la última estación. Un repechaje entre los dos que
habían descendido de Primera, que eran Atenas y Peñarol, más cuatro equipos de
Segunda: Tabaré, Montevideo, Cyssa Maroñas y Unión Atlética.
La
UA ganó los cuatro primeros partidos y terminó logrando el añorado retorno a
Primera ante Peñarol en cancha de Defensor. Aquella noche, según reveló Rafa,
fue testigo del nacimiento de la Número 6, la conocida hinchada de Unión
Atlética. “Puedo nombrar a los que iban siempre: Santiago el Mexicano, el
Chirola, el Lámpara, Tato Peña, el Necho”, comentó apelando a su memoria.
La
hinchada le regaló a Rafa una camiseta blanca conseguida a sangre, sudor y
lágrimas porque no tenían dinero. Para que tengan idea, a los partidos iban
caminando. Andrade no olvida aquel momento. “Luego de vivir todo lo viví en las
canchas de Cuarta y Tercera, para mi llegar a Primera fue llegar al Teatro
Solís, fue como ir a Las Vegas”.
Frazier y el primer clásico
Ya
en Primera, el club incorporó a un jugador estadounidense que había sido echado
de Argentina tras fracturarle la mandíbula a un rival. Frazier Johnson. Medía
2,06 metros. “Un ropero. Mucho músculo, pero su cabeza era ingobernable”,
reveló Rafa dando paso a una anécdota con Johnson. Resulta que el club estaba
colocando el piso flotante y entrenaban en el Cilindro. Y llegó el día a la inauguración. “Partido
contra Cordón fijado a la hora 21. El aro lo terminaron de soldar a las 19. Y
claro, lo primero que le dijeron al moreno fue: “Muchacho no la vayas a hundir
porque está recién soldado”. Pero el tipo era ingobernable. Primer tiempo, tira
un libre Nazar Rodríguez, y este morocho la caza en el aire y al mejor estilo
Jordan la entierra. Y todos dijimos ¡nooooooo! Lo primero que miramos fue el
aro pensando que se terminaba la fiesta, pero aguantó”.
Donde
no aguantó fue en la cancha de Trouville. Frazier tomó una pelota contra el aro
del fondo y la hundió de tal manera que los tensores del tablero reventaron. Se
suspendió el partido. Frazier se paró de cara a la tribuna haciendo gestos y
mostrando su musculatura.
Después
de 25 años Unión Atlética le ganó el clásico a Malvín y la gente enloqueció con
el cuadro. El equipo empezó a llenar las canchas y tomó viento en la camiseta.
Posteriormente, derrotó al famoso Welcome de fines de la década de 1990.
El esfuerzo de Rafa
Los
recuerdos de Andrade sobre Unión Atlética son imborrables. Cierta vez, en un
partido contra Welcome, se generaron incidentes. En el forcejeo, Chirola, uno
de los hinchas más reconocidos de la 6, perdió los lentes. Los jugadores los
encontraron y se los llevaron.
Rafa
Andrade llamó al hincha de Unión para avisarle que tenía sus lentes. Chirola le
dijo que había pasado todo el día con dolor de cabeza y que si no le molestaba
pasaba a retirarlos. Rafa le dio su dirección. Era en el Cerro. Cuando el
hincha llegó a la casa no podía creer la cantidad de kilómetros que tenía que
hacer el jugador para defender la camiseta de su club. El cariño por Rafa se
incrementó. La gente le reconoció su esfuerzo.
Comenzaron
a entender que no vivía solo del básquetbol. Se enteraron que era lustrador de
muebles. Que todos los días se levantaba de mañana temprano para ir a trabajar
a Colón. Y que cuando salía arrancaba el raid montevideano hasta la cancha de
Unión Atlética para entrenar. Y luego el regreso. De Malvín al Cerro. Eran dos
horas y media arriba de los ómnibus.
Para
colmo, aquellos no eran tiempos sencillos en la UA. “Me pasó muchas veces de
acumular deudas”, contó el exjugador. Con dignidad Rafa asumió que a su hijo le
contó que nunca llegó a ganar mil dólares jugando al básquetbol.
“Lo
máximo que gané fueron 800 dólares por mes. Y te pagaban 10 meses del año”.
Andrade dijo que el gran debe de su carrera fue que siempre solicitó un trabajo
y jamás se lo dieron. Hasta el día de hoy sigue pintando y lustrando muebles
con los hermanos Cieslinskas.
Pero
para Rafa no todo es dinero en la vida. Hay otras cosas que lo llenan más que
cobrar un salario trabajando como entrenador en algún equipo. Como la obra
social que lleva adelante en el Parque Los Fogones. Un gesto digno de destacar.
Una
mañana, como tantas, Andrade pasó por la esquina de Millán y Martín Ximeno, y allá
a lo lejos divisó el Parque. A pesar de que vivía a tres cuadras desconocía que
ahí existía una canchita de básquetbol.
Por
esos días Andrade estaba realizando el curso de entrenador. Su amigo Ruben
Bonett se enteró y, en calidad de coordinador del Parque, lo invitó con la idea
de empezar a enseñar básquetbol en la canchita.
La
tarea no era sencilla. En la entrada, por la calle María Orticochea, hay un
asentamiento. La cancha es de hormigón y a escasos dos metros hay una cañada
con una bajada de dos metros y medio, que genera complicaciones cuando cae una
pelota.
Cuando llueve se complica: sueñan con techar la canchita |
Pero
a pesar de todo, Rafa se embarcó. El inicio fue con seis o siete chiquilines,
aros sin redes, y hasta con pelotas de fútbol porque no había de básquetbol.
Pero se hicieron camino al andar. Con la ayuda de padres y conocidos empezaron
a conseguir conos, camisetas, tableros chicos, redes. En Sayago, el club de su
familia, le insistieron para que terminara el curso de entrenador y fuera a
trabajar en las formativas. Pero Rafa no fue.
Rafa con algunos de los niños de la escuelita |
Con
orgullo contó que mandaron hacer las camisetitas para los niños con los colores
verde y blanco que tanto identifican al barrio por Racing. Y que fueron de
viaje a Tacuarembó por el día. Para 12 de los 11 niños fue su primera
experiencia pisando una cancha de básquetbol cerrada y con piso flotante. A
Rafa y Bonett no les interesa que los niños compitan, lo primordial es que
aprendan valores.
Rafa
jamás cobró un peso por su tarea. Pese a ello, dice que no cambia por nada del
mundo el compromiso con los niños. No hay dinero que pague su orgullo. Ese que
siente todos los domingos, hasta las lágrimas, cuando su hija Aline se
despierta y le dice: “Papá, vamos a la canchita”.
Rafa sos el idolo azulgrana el de todos nosotros sin duda alguna no hay otro como vos!!
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