Jugaba
de lentes. Parecía un motociclista. Hijo de polacos, nació en el Chaco, pero se
enamoró de una uruguaya y se vino a Montevideo. Fue campeón con Argentina y
defendió a Uruguay en los Juegos Olímpicos. Adolfo Lubnicki, un caso único, de
un tipo carismástico, que terminó peleando por la celeste.
Foto gentileza Fabián Was |
Adolfo Lubnicki es dueño de una historia sumamente particular. Un caso excepcional y poco frecuente en el mundo del básquetbol: defendió a la Selección de Argentina y a la de Uruguay. Los eternos rivales del Río de la Plata. Y fue olímpico con los dos países.
Originario
de Charata, Chaco, Lubnicki era de los gauchos judíos. Sus padres eran polacos
que se fueron al interior de Argentina escapando de la guerra. Y en medio de la
nada nació Adolfo un 25 de julio de 1933.
Era
un flaco lungo de 1,94 metros que en aquella época llamaba la atención. Cuando
se fue a vivir con su familia a Buenos Aires lo tentaron enseguida para jugar
al básquetbol.
Lo
ficharon en el Macabi porteño. Sus condiciones generaron que fuera convocado
para formar parte del recambio de la Selección argentina que había sido
semifinalista en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952.
De
aquel cuadro quedaron los campeones mundiales Oscar Furlong, Roberto Viau,
Alberto López, Ricardo González y Juan Carlos Uder para jugar el Sudamericano y
los Juegos Panamericano de México en 1955.
Entre
las nuevas caras apareció Lubnicki. Argentina ganó una medalla en los
Panamericanos. En el Estadio Auditorio Nacional de México, un 17 de marzo de
1955, la selección albiceleste consiguió la proeza al vencer a Estados Unidos
54 a 53. En aquella hazaña estaba presente Lubnicki.
Acaso
sea un detalle ante el significativo dato que, hasta esos Juegos, Estados
Unidos no había perdido ningún partido en el historial de dicha competencia ni
en los Juegos Olímpicos.
Se enamoró y se vino a Uruguay
Lubnicki,
que ya era una figura reconocida en la Selección argentina, conoció a Sara
Rajnsztajn en una fiesta familiar. Sara había viajado con su hermana
aprovechando que tenían parientes en la vecina orilla.
Adolfo
se enamoró y largó todo. En 1957 se vino a Uruguay. Inicialmente fue a jugar a
Atenas, pero el básquetbol no era profesional. Fue entonces cuando apareció
Moisés Raszap, que tenía una empresa, y le ofreció un empleo a cambio de que
jugara por Hebraica.
El
hecho es que, a poco de estar jugando, le ofrecieron defender a la Selección
uruguaya. Sus condiciones y la altura, además de sus antecedentes, lo hacían un
jugador para tener en cuenta en la Celeste.
“Apenas
vino lo fueron a encarar para que jugara por Uruguay, pero no fue sencillo el
proceso porque en esa época el tema de los nacionalizados era muy nuevo. No
existía”, recordó su sobrino, Fabián Was, en el libro Pequeñas grandes
historias del básquetbol uruguayo.
Adolfo
se casó en Uruguay y ni se le pasaba por la cabeza volver a jugar por la
Selección argentina. En ese tiempo no había repatriados, no existía la
posibilidad que fuera convocado para defender a los albicelestes.
Mientras
tanto, en Uruguay se realizaron las gestiones para lograr la habilitación de
Lubnicki, que finalmente se logró. “Lo pude hacer porque se representaba a la federación
y no al país. Estaba permitido, no hubo discusión ni polémica”, explicó desde
Israel, donde estaba radicado, el propio Adolfo en una nota con El Gráfico.
Fue
así como Lubnicki logró ponerse la celeste. Pasó de ganarle a Uruguay en la
hora a ser compañero de Milton Scarón, Raúl Ebers Mera, Ramiro Cortés,
Washington Poyet y Carlos Blixen en el Sudamericano de 1958 y el Mundial de
Chile 1959. Posteriormente, se dio el lujo de ser olímpico defendiendo a
Uruguay en los Juegos de Roma 1960.
Lo miraban de reojo
Claro
que por estas tierras no la tuvo sencilla. Muchos clubes lo acusaron de
profesional. Algo que por aquellos años estaba prohibido y era poco menos que
una falta moral. Cobrar era indigno. El olímpico Milton Scarón recordó que
cuando citaron a Lubnicki a la Selección, al principio lo miraban de reojo.
Lógico. Las heridas de aquel clásico ganado por los argentinos con un doble suyo
habían quedado abiertas.
No
era para menos. Corría el año 1955 cuando Uruguay viajó a Cúcuta a jugar el
Sudamericano de Selecciones. Allí se cruzó con su eterno rival. En el penúltimo
partido de la ronda final, con el juego tanto a tanto, sobre la hora un tal
Lubnicki agarró una pelota que le llovió del cielo y metió el doble para el
triunfo argentino 57 a 56.
“Nos
ganó un partido en la hora. Tiraron, erraron, y le cayó la pelota justa para
embocar. Luego viene para acá, vamos a un Mundial en Chile y estaba integrado a
la Selección. Entonces, claro, nos hacía un ruido raro en la cabeza. Jugaba de
lentes. Parecía que estuviera andando en motoneta”, recordó el olímpico Scarón.
Un
día, en pleno Mundial del 59, estaba en la fila para salir a la cancha y se le
ocurrió gritar con su tonito mezcla de hebreo y español: “¡Vamo ariba los
charúa!”. Cacho García Otero, que se caracterizaba por su sentido del humor y
vivir haciendo bromas, lo miró y le dijo: “¡Cállate, porteño!”.
Por
aquel entonces era común que José Pedro Damiani viajara con la Selección
uruguaya en carácter de delegado.
En
su libro Damiani el Contador, el exdirigente recordó: “En el Sudamericano de
1958 fue protagonista de una anécdota graciosísima. Resulta que él era hebreo y
no dominaba a la perfección el idioma español, tenía algunas dificultades para
la pronunciación. En un cotejo de hacha y tiza, en pleno ataque nuestro, recibe
un manazo tremendo que lo mandó al piso. Pero desde esa incómoda posición tiró
al aro y convirtió el doble. No encontró mejor forma para festejar que gritar:
“¡Ariba los charrúas!”.
Dicen
quienes lo conocieron que era un tipo cómico, entrañable. Muy particular. Lo
embromaban mucho porque fue de los primeros que jugó con unos enormes lentes.
Su
sobrino, Fabián Was, recordó que se hizo muy compinche con su tío, que fue el
encargado de convencerlo para volver a jugar al básquetbol luego de un intento
frustrado. Lo recordó como un hombre muy carismático. “Mi viejo era un tipo de
laburo, de estudios, pero mi tío era todo lo contrario. Recuerdo que al
mediodía se juntaba con todos los amigos del básquetbol y hacían almuerzos
interminables y mi viejo lo insultaba de arriba abajo porque tenía que ir a
trabajar”.
Adolfo
se retiró en la década del 70. De todos modos, siguió vinculado al básquetbol
jugando a nivel de veteranos.
En
1982, en la crisis que generó la ruptura de la “tablita” en Uruguay, Adolfo
abandonó el país. Con la quiebra no pudo mantener la fábrica de calzoncillos y
shorts de baño Paterson que tenía en la calle Andes. “Tuvo que cerrar y mi
viejo le pagó las deudas y lo mandó a Israel”, contó su sobrino Was.
Allá
contrajo una enfermedad de serio riesgo de vida. Cierto día fue a ver al médico
que le dio una esperanza: “Mire, Adolfo, apareció un medicamente nuevo y el
tema es que necesitan gente para ponerlo en práctica”.
La
respuesta de Lubnicki lo pinta en cuerpo y alma. Lo miró al médico y con su
particular sentido del humor respondió: “Perdido por perdido... el olor a
tierra ya lo tengo”. Vivió 12 años más.
(Basado en el libro Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo)
Adolfo fue un querido compañero.fe excelente animo y comportamiento. Además jugaba muy buen basketball. Daba gusto estat con él.Lo recuerdo como amigo.
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