Agraciada y Lima. Bar Castelar. Ahí caía el Loco
Pancho con su inseparable amigo Kelly. El hombre fue parte de los
guardaespaldas de Perón y exhibía con orgullo las fotos con el General. Pancho
Ortega, un personaje de la Aguada que en las elecciones recorría Agraciada, a
caballo con una bandera, y que terminó generando una obra social frente al
Palacio Legislativo que se conoció como la Plaza de Pancho.
Ilustración Matías Bergara programa Pebeta de mi barrio |
Nació en La Matanza, Argentina. Se convirtió en
boxeador y en su recorrida por los bares de la Aguada contaba que había sido
sparring del Mono Gatica. Sin embargo, su máximo orgullo era haber servido a
Perón. Cuando el General se fue al exilio, Pancho se estableció en Montevideo.
Pasó a vivir en la calle Lima y se transformó en un hombre duro de la barra
aguatera.
“Pancho Ortega… Personaje polémico, típico de los
guapos del 900, taura como los de los tangos. Lo conocí personalmente y tuve la
oportunidad de conocerlo bastante. Tuvo sus luces y sombras. Era un tipo
grande, pesado de verdad”, comenzó diciendo el historiador de Aguada, Oscar
Bonino a Que la cuenten como quieran.
Bonino era un muchacho joven cuando comenzó a
tratar al Loco Pancho. Reveló que por entonces las noches duraban hasta que por
la desierta avenida comenzaban a pasar las ONDA con destino a los distintos
departamentos del interior del país. A pocas horas de salir el sol la barra
levantaba la sesión porque al otro día la mayoría tenía que ir a trabajar.
Aquellas eran noches de dados, truco, timba y escabio.
“Los vasitos de grappa hacían fila esperando su turno”, expresó Bonino que con
82 años tiene una memoria prodigiosa.
Y ahí, en el Bar Castelar, en la esquina de Agraciada
y Lima, caía el Loco Pancho. “Si llegaba fresco -cosa rara- se podía dialogar,
de lo contrario se tornaba algo violento”, recordó Bonino.
“Yo lo conocí en una salida de la escuela. Recuerdo
que estaba con una camisilla blanca sentado en el cordón con una botella de
cerveza al lado. Era un hombre muy parco, su cara generaba temor para un niño”,
reveló Marcelo Riveiro en el programa Pebeta de mi barrio de Malena Muyala.
“Pancho navegaba por cuanto boliche había en la zona
con su inseparable amigo, un perro barbilla llamado Kelly. Era un hombre de aspecto
duro”, recordó Luis Araújo, otro de los habitantes de la zona por aquellos
años.
Metido en el corazón del barrio, Francisco Ortega
comenzó a seguir al Club Atlético Aguada y se transformó en un hombre duro de
la barra de aliento.
El periodista Alfredo Etchandy, que jugó en las formativas del club rojiverde, rememoró haberlo visto en más de una oportunidad en “el mostrador de la cantina”. Acotó que lo conocía todo el mundo porque iba a los partidos. “Una particularidad es que generalmente andaba de traje. Me acuerdo verlo de traje negro y camisa blanca. Era un loco lomudo, cuadrado, y todo el mundo decía: ‘este fue el guardaespaldas de Perón’. La gente lo respetaba pero su vida era una cosa rara, estaba en una oscuridad”.
Para corroborar el dato de que trabajó para el General
Perón, Marcelo Riveiro reveló en el programa de TV Ciudad: “Un día me lo
encuentro y me dice, venga, le quiero mostrar algunas cosas. Me llevó a su casa
y ahí me empiezo a enterar que había llegado a estar en las custodias de Juan
Domingo Perón y que, en el golpe que le dan a Perón en 1955, decidió abandonar Argentina
y se vino a Uruguay”.
Cosas de loco
Oscar Bonino acotó que en el año 1958, Pancho Ortega
había vuelto de Argentina para votar en las elecciones que ganaron los blancos.
“Lo recuerdo ese día del acto electoral, bajo lluvia, a eso de las seis de la
tarde, recorrer a caballo y con una bandera uruguaya la Avenida Agraciada
(para mí no existe Avenida del Libertador) desde el Palacio Legislativo hasta
el centro. Cosas de loco...”, expresó Bonino.
El historiador de Aguada se cruzaba a menudo con
Pancho en los partidos de Aguada. Recordó algún que otro encuentro donde formó
parte de las trifulcas que se generaron en las tribunas. Otros tiempos, otros
líos.
“En un momento trabajaba en el Puerto y como volvía
caminando paraba en varios boliches. Cuando llegaba al Castelar nos
saludaba bien, mandaba la vuelta y empezaba con sus reminiscencias de su época
de boxeador. Entonces encaraba a alguno de nosotros y le decía, levantándose la
camisa y mostrando sus músculos en el estómago: ‘toca acá (era una roca) te
dejo que me pegues 10 golpes y yo te pego uno’. Alguna vez encontró a alguno
que después faltaba al boliche por algunos días... Pero ese ya pasaba a su
grupo de amigos. Era imbancable cuando llegaba con esa tesitura”, recordó
Bonino.
Dicen que Pancho nunca hablaba de las ganadas ni de
las perdidas. Viejo código.
La obra de Pancho
Pero con el paso de los años Ortega depuso su actitud,
dejó de lado las peleas y pasó a pergeñar la idea de dedicarse a trabajar por
el barrio. Se vivían tiempos complejos, los años de la dictadura, pero Pancho puso
manos a la obra.
Comenzó a hablar con los comerciantes de la zona con
la intención de encontrar apoyo para hacer una plaza que fuera un lugar de
encuentro. “Y en aquel Uruguay de épocas donde había un montón de cosas que
acotaban el relacionamiento de la gente, el poder tener un espacio social donde
venir a tomar un mate y escuchar un tango era una cosa maravillosa”, recordó
Marcelo Riveiro en el programa de TV Ciudad.
Y fue así como Ortega se dedicó de lleno a una obra
social increíble que movilizó a mucha gente alrededor de un espacio público que
se inmortalizó como la Plaza de Pancho.
El hombre recorría los comercios de la zona en procura
de golosinas, juguetes, pintura, lo que fuera. Y allí, en el rincón del Palacio
Legislativo donde desemboca Yaguarón, caía el Loco con un tocadiscos,
parlantes, red de vóleibol generando un lugar de recreamiento para jóvenes y niños de la
zona. Pancho organizaba campeonatos, el Día del Niño y hasta el concurso de la
Reina de la Plaza. Ponía carteles en las paredes con leyendas tales como: “El
amor es muy bello pero con decencia”.
“Esa fue una etapa inolvidable. Recuerdo a mi hermana Marta, que no tenía laburo, y vendía caramelos para ganarse unos pesos. A Pancho lo tengo siempre presente. Fue parte de mi infancia, de mi adolescencia. Nos generaba una sonrisa en épocas difíciles de rescatar. Para nosotros fue un segundo padre”, recordó con un dejo de nostalgia Luis Araújo. Y concluyó: “Me emociona recordarlo. Ahí empecé a saber lo que era el sentido de pertenencia. Yo era de la Plaza de Pancho”.
Yo también era de la Plaza de Pancho. Triste es que hoy no tenga aunque sea una placa que lo recuerde. Debería llevar su nombre, para todos los que vivimos esa época era La Plaza de Pancho.
ResponderEliminarMis abuelos vivían en Yaguaron y Lima, mi abuelo me llevaba a la placita de Pancho, cuando llegábamos a Ponti, me soltaba la mano y yo corría para reservar mi hamaca, cuidada y pintada, toda la plaza estaba reluciente y llena de gente disfrutando el sol de invierno. Yo conocí a Pancho, era amigo de mi abuelo.
ResponderEliminarComparto todo lo publicado, hoy para los que seguimos viviendo en el barrio es la Plaza de Pancho,las hamacas estaban siempre impecables porque de noche las sacaba para evitar que las rompieran,lo de la placa sería un buen homenaje
ResponderEliminarHay una placa vieja y perdida entre las pinturas nuevas. Siempre la conocí como la plaza de Don Pancho, ese tendría que ser su verdadero nombre y no el que tiene. hoy llevo a mi hija a esa plaza.
ResponderEliminarGracias por ese recuerdo.
ResponderEliminarMe impacto verme en la foto.
Pensar que pasaron mas de 40 años
Jugábamos a la pelota en la parte de pasto, donde no nos dejaba jugar y cuando venía hacia la plaza caminando llegaba antes Kelly y era un aviso que en 2 minutos llegaba Pancho y nos íbamos corriendo hacia la cancha de tierra que nos estaba armando. Al tiempo nos convencio de no usar más la cancha de pasto y nos puso arcos y redes en la de tierra. Hasta nos consiguió camisetas con el embajador argentino y el mismo nos las entrego en una ceremonia en la plaza, un tipo como nunca conocí otro. Hermosa la nota!!!
ResponderEliminarLa primer placita de Pancho fué la plazoleta que está entre Minas, Nicaragua, y Venezuela. Allí disfruté de mi infancia, y despues en la actual que da al palacio. Yo vivía en la última casa de Minas, al lado de la plaza.
ResponderEliminarConocí mucho a Pancho, y su preocupación porque los gurises del barrio tuvieran un lugar de esparcimiento.
Muy buena la nota !!!
la verdad que uno lo termina valorando mas a medida que pasa el tiempo....Pancho no nos daba miedo..le teniamos respeto....que es mucho mas importante
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