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 Conoció el dolor a un grado que no se lo desea a nadie. La morfina no le hacía efecto. Fue sometido a 40 intervenciones. Su mamá imploró para que no le amputaran la pierna. Fue inevitable. Le costó aceptarse. Hoy juega en Plaza Colonia de amputados y tiene el sueño de jugar los Paralímpicos.



El 5 de diciembre de 2010 Cristian Butin se subió a la moto y partió rumbo al tambo donde trabajaba. Iba mal dormido. A la altura del kilómetro 190 de la ruta 21 el cansancio le pasó factura. Fue un instante. La moto se fue de la ruta. Con el codo tocó un cartel y cuando reaccionó pretendió salvar la situación. Intuitivamente atinó a mover la rodilla derecha que impactó contra un pilar del Puente San Pedro. Voló por el aire. Como estaba consciente atinó a llamar a su padre Miguel Ángel.

“En el momento no percibí la gravedad del accidente. Para que tengan una idea cuando llegó mi viejo le pedí que llamara al trabajo para avisar que me iba tomar el día libre”, recordó Cristian.

Pero el supuesto día libre se convirtió en cinco meses de internación, 40 intervenciones quirúrgicas y un dolor indescriptible para un chico de 19 años.

Cristian recordó que la ambulancia demoró muchísimo en llegar al lugar del accidente. Cuando entró al hospital de Colonia se dieron cuenta de la gravedad de la situación y lo derivaron a Montevideo. Su mamá Mariela imploró para que no le amputaran la pierna.

“Cuando me atendió el traumatólogo se encontró con que el tendón que va por detrás de la rodilla lo tenía por delante y me dijo que lo tenía que devolver al lugar sin anestesia. Ese momento fue feo…”, rememoró.

Foto gentileza Cristian Butin


Para que tengan una idea del dolor, los médicos le dijeron al papá de Cristian que se alejara de la habitación. Los gritos fueron desgarradores. De allí fue derivado a bloc quirúrgico.

Todo venía bien hasta que 12 días después se desmayó. Sufrió anemia. Se necesitaban 24 donantes de sangre. Colonia se movilizó. Se organizó una excursión con gente que puso el brazo por Cristian. Pero, pese al enorme gesto solidario, la situación se empezó a complicar. “Empecé a pasar mal”, admitió.

La pierna comenzaba a padecer las consecuencias de la carne muerta y contrajo un virus hospitalario.

“Llegó un momento en el cual el dolor fue tremendo. Realmente conocí el dolor a un grado que no se lo deseo a nadie. La morfina no me hacía efecto, no me aliviaba, para que tengan una idea, me daban derivados de anestesias, me hicieron raquídea dos veces”, recordó.

Y si bien él sufrió y padeció el dolor, no olvida que sus padres padecieron el sufrimiento. “Hoy me pongo en el lugar de ellos y me imagino lo que debe haber sido escucharme gritar permanentemente. Convivir con esa incertidumbre de que me podía dar un paro cardíaco de tantas anestesias que me aplicaban. Mi madre sufre de hipertensión y recuerdo que pedí por favor que no le dieran malas noticias. Cuando salgo de la segunda operación me entero que mi mamá se había puesto mal porque no podían frenar el estafilococo y corría riesgo de muerte. Me molestó que le dijeran”, expresó Butin.

Una decisión para paliar el dolor

Trabajando en el campo


A esa altura el joven entraba a bloc quirúrgico prácticamente día por medio. Las venas ya no resistían más. “Tuve vías en todos los lugares de los brazos que puedan imaginar, en el cuello, la raquídea y hasta en el pie. Mis venas no daban más”, reveló con crudeza.

El tema es que recuperar la movilidad de la pierna afectada era imposible. Viajó a Argentina en búsqueda de soluciones. Hasta que, después de un año y medio donde ni siquiera tuvo un día de alivio del dolor, tomó la decisión de que lo amputaran.

“El 8 de marzo de 2012 pedí que me la cortaran. Entiendo que mi madre no lo quería hacer e incluso me preguntó si estaba seguro, si no prefería hablar con la familia. Y obviamente le traté de explicar que mi decisión no iba a ser otra. Yo sé que ella quería lo mejor, que iba a ser duro aceptar la nueva realidad, pero no me cuestionó. No aguantaba más el dolor”.

Cristian reveló que, si bien observó muchas veces triste a su mamá Mariela, jamás se quebró ante él. “Es probable que haya llorado sola”.

Las horas previas a la amputación transcurrieron. El joven reveló que luego de verse amputado entendió que la decisión había sido importante y que luego de la operación sufrió el tratamiento del dolor. “Te dopan al grado de que te sacan de ambiente, quedé con secuelas, por ejemplo a veces me colgaba y quedaba mirando un punto fijo. Ahora siento lo que se llama el miembro fantasma que es normal en las personas amputadas”.

Aceptarse

Con sus amigos


Si bien Cristian se miró la pierna amputada al otro día de la intervención, asume que le costó mirarse en el espejo. Como le costó aceptarse y que lo miraran. Se aisló, se encerró en su casa y pasó como un año y medio trabajando desde su hogar, sin salir. No quería concurrir a ningún lado.

Sufrió depresión pero no lo demostró. “Me sentía mal por el error que había cometido. Me aislaba de la gente, tuve un bajón medio solitario. Es que hay un periodo de duelo que en mi caso se extendió un tiempo más”, asumió.

Llegó al punto de no temer a la muerte. “Pensaba, si me pasa ahora es una ayuda. Pero en esos momentos de bajón jamás se me pasó por la cabeza cometer una locura porque no podía hacer sufrir a mis padres más de lo que habían sufrido”, expresó.

La adaptación no fue sencilla. Como trabajaba en el campo encontró mil limitaciones. “Se me escapaban los animales y nos los podía correr, me caía en el barro, tuve muchos problemas”. Cristian no tiene prótesis, se mueve con muletas o bastones canadienses.

Foto de Plaza Colonia gentileza de Cristian Butin 


A lo largo de todo ese tiempo lloró mucho. Se hizo una y mil preguntas. Se cuestionó muchísimo haber salido a la ruta sin dormir. Pero llegó un momento en el que dijo basta.

El puente lo tendieron sus amigos del cuadro La Resaca que, a los dos años de haberle cortado la pierna, lo invitaron a jugar. Pero no a participar, sino a entrar a la cancha como uno más. Aquella invitación fue el disparador. Desde ese momento empezó a entrenar y a recorrer un camino en el fútbol para amputados. Formó parte de procesos de selección, jugó el Mundial de 2018 y se transformó en pilar del club Plaza Colonia.

Cristian y su novia Giuliana


Cristian hoy tiene 30 años y está feliz con su novia Giuliana. De mañana trabaja en una pequeña chacra con su hermano y de tarde en la Intendencia local. Cuando sale va a entrenar a Plaza. Por si fuera poco, empezó a practicar tenis en procura de un sueño: jugar por primera vez los Juegos Paralímpicos.

“A quién padece una dificultad como la que me tocó vivir le puedo decir que cuando uno está cerca del fondo, se tiene que hundir un poco más, porque lo bueno es que ahí tenés el piso para impulsarte y salir. Obviamente no es fácil. Pero el mal momento lo vas a pasar igual, solo depende de vos si lo pasas bien o mal”.

El llanto, los miedos, las mil preguntas. Los reproches, el volver atrás, remover y arrepentirse. El dolor indescriptible transformado en gritos desgarradores. Todo quedó atrás. Para Cristian, la vida sigue, los sueños también…

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