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Argentina de nacimiento, uruguaya de corazón. Cuando un chico de 14 años había dejado el deporte por no tener patines y se acercó a ella por ayuda, no dudó en llevarlo a vivir a su casa. Lo adoptó como un hijo. Dos años después el chico se fue.



Fue un desprendimiento doloroso. Como perder un pedacito de su alma. Lloró pero lo entendió.  

En los rincones perdidos de Colonia dedica su vida a enseñar patín. Pero Adriana Oviedo es más que una entrenadora. Asumió un rol de madre, aloja chicos en su casa, y se llega a emocionar cuando los recibe al pie de un ómnibus desde distintos puntos del país.

Llegó a tener 10 chiquilines durmiendo en el piso del living hasta que su suegro le donó un lugar que denominó La Casa Celeste.

Adriana dedicó su vida al patín. Hija de una jueza internacional, pasó la mayor parte de sus años en el ambiente. Después de recibirse de maestra y tener su primer hijo, tomó la elección de vida de venirse a Uruguay.

“En Buenos Aires me tocó sufrir episodios de inseguridad que no fueron de mi agrado y como mi papá es uruguayo decidí venirme a Uruguay y radicarme en Colonia”, contó la protagonista.

Oviedo decidió no revalidar el título por dedicar su vida a su pasión: el patín. Fue así que comenzó a dar clases en Juan Lacaze sin imaginar que su obra se expandiría por todo el departamento al grado tal de trabajar en Juventud de Colonia, Wanderers de Cardona, Artesano de Nueva Helvecia, Cyssa de Juan Lacaze, Artigas de Ecilda Paullier.



Adriana detectó talentos rápidamente pero el gran problema era federarlos. ¿Motivos? Los clubes no respaldaban desde el punto de vista económico. Entonces decidió fundar la Liga Celeste del Sur. De ese modo, cuando se organizan torneos locales (amistosos) cada patinador compite por su club, pero cuando van a competir a la federación, a nivel nacional, lo hacen representando a la Liga Celeste del Sur.

La escuelita formativa fue creciendo y el primer año ocuparon el tercer lugar, hasta que en 2019 fueron primeros y ganaron reconocimiento.


La Casa Celeste



Los fines de semana que había competencia, el comedor de la casa de Adriana era un campo minado. Más de una decena de chicos ocupaban el lugar durmiendo en colchones tirados en el piso. “Para cocinar para todos no había olla que alcanzara”, reconoció la profesora.

Un buen día su suegro fue a la casa y le dijo que aquello era una locura.

Fue entonces que sugirió cederle una vieja casa que había sido un hogar de ancianos.

Adriana la fue a ver. La casa estaba bastante deteriorada. No tenía luz ni agua. Pero pusieron manos a la obra.

De a poquito la fueron arreglando. Todo a pulmón. Jamás fue a golpear una puerta. Oviedo reconoció que contó con el respaldo de un grupo de padres y de su esposo que hizo mucho por los chiquilines. “Esta es una decisión familiar porque yo sola no podría hacer esto”, admitió.



Y así empezaron a llegar chicos desde varios puntos del país para entrenar o competir.

“Tenemos patinadores de Durazno, Montevideo, Mercedes, San José, Paysandú. Entrenan viernes de noche, sábado, y el domingo vuelven a su casa. Yo trabajo de lunes a lunes, somos cuatro porque conmigo están  Eugenia Saravia, Florencia González y Diamela González”.

En la casa los chicos compran las cosas y se cocinan. Otros llevan viandas con comida. Y los que son menores se alojan con sus padres.

Adriana rememoró un verano donde fue a la terminal de ómnibus a buscar a unos chicos para entrenar en Valdense. Cuando bajó a buscar a una niña que llegaba de Montevideo, al mismo tiempo arribaron buses desde Cardona y Colonia. Y frente a ella quedaron 12 chiquilines con sus bolsos y patines en mano. “Se me erizó la piel. Lo miré a mi marido y le dije: ‘esto es muy fuerte’. Tenemos una gurisa de Paysandú que tiene como cinco horas de viaje para venir y esos son sentimientos inigualables que nadie te puede sacar de adentro. Pucha vienen desde tan lejos a tomar clases conmigo. Es algo muy fuerte... Siempre digo hasta acá voy a llegar pero siempre surge un objetivo nuevo”.

El día que aparecieron 12 chicos a entrenar


Sus caminos se cruzaron

Y ese nuevo objetivo llegó.  Cierta vez se enteró que un chico llamado Martín había dejado de patinar por temas personales en el club al que concurría y que estaba parado por no tener patines.

Fue entonces cuando una de las alumnas de la Liga Celeste lo invitó a la escuelita. El chico viajó de Montevideo a Colonia. Cuando llegó no tenía patines y le prestaron unos que tenían en el club. Se los calzó y saltó a la pista. Adriana quedó sorprendida.

“Cuando llegó parecía que los patines que le prestamos los había utilizado toda la vida. Sabía hacer saltos dobles, estaba intentando los triples, le faltaba pulir detalles para ser un patinador completo. Para ello requería de un entrenamiento diario”, recordó la profesora.

Y fue así como los caminos de Adriana Oviedo y Martín Gasalla se cruzaron. El chico tenía 14 años y pasaba por un período complejo de su vida del cual Adriana se negó a hablar.

Pero vista la situación, la profesora lo invitó a quedarse a vivir a su casa y lo adoptó como un hijo más.

“Martín vivió acá en Juan Lacaze con nosotros. Se vino con 14 años a mi casa, y estuvo dos años y algo. Para nosotros fue un hijo más. Lo respaldamos en todo, desde el liceo, hasta en cuidar que no le faltara nada. Para nosotros Martín es de nuestra familia”, reconoció Adriana.

Lo cierto es que el jovencito tiene un talento inexplicable para su edad.

“Es un chico que tiene un potencial súper alto, es algo que lo tiene innato, los profes lo acompañamos en el proceso pero más del 80% es bueno por naturaleza. Nosotros podemos corregir detalles pero con él pasa algo que no pasa con todos los patinadores y es que ya tiene la altura necesaria para el salto, la parte artística de manera natural, marcarle una coreo es muy sencillo. Es un atleta muy valioso”, reconoció.

Las palabras de Oviedo fueron avaladas con las conquistas del chico. Martín fue vicecampeón Sudamericano en 2018, al año siguiente logró el oro en Brasil y con 16 años compitió en la categoría Senior para clasificar a los Juegos Panamericanos de Cali 2021.



Todo era un sueño. Un verdadero cuento de hadas. En agosto de 2021 el chico viajó a Montevideo. Aprovechó que al otro día era feriado y se quedó. Pero resultó que, el día que tenía que volver a Colonia, no lo hizo.

Adriana dormía en su casa cuando sonó el teléfono. Del otro lado Martín la sorprendió con una noticia que le rompió el corazón: “Adri, te tengo que decir algo… no voy a ir, voy a dejar de patinar…”. Se hizo un silencio del otro lado de la línea.

“Ahí fue como algo que hizo un clic que queda marcado. No me olvido más.... En algún punto lo entiendo. Yo también vengo de una ciudad y cuando uno es joven, no sé, a veces nos gustan esas cosas de la ciudad grande y está bueno cuando uno crece estar cerca de su familia”, admitió resignada su entrenadora.

Superado el shock de la noticia, Adriana le pidió a Martín que pensara bien los pasos a seguir, que habían realizado un gran esfuerzo para clasificar a los Panamericanos. Se acercaba la fecha y había un campamento organizado por el COU para todos los deportistas clasificados. “Ahí le dije, vamos a terminar el ciclo y luego vemos si querés seguir patinando o no”.

Adriana agregó que jamás le dijo al chico que estaba mal su postura. “Sí hablé con él para que no dejara de patinar, que siguiera patinando porque es muy importante para el país”.

Martín fue al campamento y el contacto con otros deportistas de élite lo entusiasmó. Y viajaron a Colombia en procura del sueño.



“Esos 10 días juntos en los Juegos Panamericanos en Cali nos hicieron bien a los dos, creo que fue como algo personal, nuestro. Íbamos a representar a nuestro país, a nuestro deporte, éramos los únicos que viajamos de patín. Luego de lo vivido creo que se dio cuenta que tiene que seguir”, comentó la entrenadora antes de dar paso a la despedida.

El día que llegaron a Montevideo fue especial. Adriana había llevado a Cali los patines que Martín usaba en su casa de Colonia. Ella misma había comprado las botas en España cuando el chico cumplió 15 años. Después del abrazo, y alguna lágrima que recorrió las mejillas de ambos, Adriana sacó los patines de un bolso y se los entregó.

La entrenadora admite que convive con el dolor en su alma. “Hasta ahora sigue siendo doloroso ese desprendimiento. Se te va un pedacito tuyo también. Es como cuando un hijo te dice necesito crecer e irme de casa. Pero mientras sea feliz y le vaya bien, es la felicidad de una también”.

Martín Gasalla

El sentimiento de Adriana quedó reflejado en una carta que le escribió a Martín el 9 diciembre de 2021 y dice textualmente.

“Este no es un adiós, sino un hasta luego. No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, ni tengo respuestas para todas tus dudas o temores, pero puedo escucharte y buscarlas junto contigo.

No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro, pero cuando me necesites estaré junto a ti.

No puedo evitar que tropieces, solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas.

Tus alegrías, triunfos y tus logros no son míos. Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.

No juzgo las decisiones que tomas en la vida. Me limito a apoyarte, estimularte y ayudarte si me lo pides también.

No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar, pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.

No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna  pena te parte el corazón, pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.

No puedo decirte quién eres, ni quién deberías ser.

Solamente puedo quererte tal como eres.

Esto siempre será más allá de las ruedas”.

Comentarios

  1. ¡Qué gran mujer y profesora!. Deseo lo mejor para ella y el chico.

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  2. Maravillosa persona , una historia llena de amor , sueños, Te admiro 👏✨👏

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  3. Solo una gran persona llena de amor x sus alumnos hace todo esto digna de admiración

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