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La calle Carlos Nery. El Toto y el Esteban. El tablero de chapa y el muro en la tribuna de la palmera. Botijas jugando a la pelota en el talud. Un campeón del Mundo preso por robar gallinas y hasta querer cortar un arco del Centenario con un serrucho. Cuantas cosas Danubio…

Toto y Esteban

“Por la calle Carlos Nery, tiririntin chueco y loco, jardinero a sus jardines, tiririn-tintín, el Toto.

El pelo cortado al rape, tiririn-tintín fulero, por Jardines del Hipódromo, va sonriendo el jardinero.

Tiririn-tintín su cuadro que nació en el 32, tiririn-tintín mellizos, de Maroñas y la Unión. Danubio florece el túnel y el loco Toto sonríe, mirada de bichicome, tiririn-tintín reviveeeeee...”.

Como nunca una canción resume el espíritu de un cuadro como la que Jorge Lazaroff le cantó al Toto. Es Danubio en estado puro. Una de las canciones futboleras más lindas y sentidas que pinta al barrio, el orgullo por la zona, describe la mirada de bichicome, el pelo fulero, el jardinero y el amor al cuadro.

El Toto… si aún lo recuerdo jugando a la pelota en el talud, en pleno partido, o gritando por el Pompita Borges bajo la lluvia mientras todos se cubrían bajo el tablero de chapa.

Danubio cumple 90 años. Increíble para una aventura que nació entre los botijas de un barrio con travesuras tales como las de mandar preso a un jugador que se terminó consagrando campeón del mundo con Uruguay en 1950.

Danubio nació y se crió en el barrio. Ahí donde sus jugadores antiguamente, después de los partidos, iban a la sede a tomar la grappita. Aquellos hombres tenían un sentimiento especial por el cuadro, como reveló Carlos Carcajada Correa al describir el orgullo que sintió cuando se llevaba la camiseta para lavarla con sus propias manos. “El solo hecho de ponerse aquella camisa del Danubio que era gruesa, que te sacaba la sangre y me llevaba para lavarla yo, era un orgullo. ¡Qué tiempos! Perdía el cuadro y salía llorando de la cancha”.



Danubio es sinónimo de picardía y potrero. El club estuvo siempre emparentado con el buen juego. Muchos atribuyen el estilo a Carlos Chueco Romero, considerado uno de los símbolos más grandes de la franja.

Cuenta la leyenda que al poco tiempo del Mundial de 1950, en un partido en el Centenario contra Peñarol, el Chueco le hizo un caño a Obdulio Varela, eludió a un par de jugadores y la jugada terminó en gol. Cuando volvió a su cancha, a la pasada, Romerito le dijo a Obdulio: “Perdóneme capitán, que se la pase por entre los gajos”. Obdulio lo quería matar.

 

Cumba, ladrón de gallinas

Pero el Chueco no fue el único mundialista. Otro hombre de Danubio fue campeón en la hazaña del 50: el Cumba Juan Burgueño. El hombre llegó a Maroñas tras una denuncia de los chiquilines que lo acusaron de ladrón.

La curiosa anécdota la contó uno de los fundadores del club, Juan Lazaroff, en revista Túnel.

“Es insólito cómo lo trajimos. Teníamos que jugar contra Sud América, donde él jugaba, que venía de ganarle a todos los equipos. El Cumba era un infierno, así que nos pusimos a pensar cómo hacer para que no pudiese jugar contra nosotros. Uno dijo: “la única solución es mandarlo preso”. Fuimos a la comisaría 16 y denunciamos que nos habían robado unas gallinas. “El culpable fue Juan Burgueño”, dijimos. Así que lo fueron a buscar, no jugó, y Danubio ganó el partido. Los dirigentes de Sud América  lo echaron, así que el Cumba se fue a jugar a Atlanta de Argentina. De ahí lo trajimos para Danubio, un poco porque jugaba bien y otro poco para enmendar la macana”.

 

Serruchar los palos del Estadio



El amor de Juan Lazaroff por la franja no se explica con palabras sino con hechos. El hombre era capaz de hacer cualquier diablura por su Danubio.

Como aquella vez que, por los años 60, pretendió cortar los palos de un arco del Estadio Centenario…

“Yo era delegado del club y vivía en un apartamento en el sexto piso en 18 y Martín C Martínez. En el tercer piso vivía el general Omar Porciúncula, presidente de la AUF. En esa época salvabas la economía del año con las recaudaciones de los dos partidos contra los grandes. En la mañana del partido contra Peñarol estaba lloviendo, así que me llamó el presidente de Danubio, Julio Oyenart, y me dijo: “Juan, andá hasta lo de Porciúncula y pedile que suspenda el partido. Con este clima no vamos a recaudar nada”. Bajé al tercer piso y me atendió su señora y me dijo que no estaba. Yo sabía que me estaba mintiendo. Y así fui dos veces más y nada. Ya en el vestuario, Julio me preguntó qué podíamos hacer y le respondí: “La única solución es cortar un palo. Yo mismo lo corto. ¿Me acompañás?”, le dije. Y Julio aceptó acompañarme. Los arcos eran de madera. El juez era José María Codesal, un viejo conocido. Cuando faltaba poco para arrancar el partido bajamos a hablar con los hinchas y les contamos lo que queríamos hacer y uno me dice: “yo en el camión tengo un serrucho”. Me lo trajo y arrancamos con Julio por el túnel para el arco de la Ámsterdam. Cuando estaba llegando sentí los gritos de Codesal. “Juan, pará. ¡Qué vas a hacer!”. Voy a cortar el palo, le dije. “Pero estás loco, van a suspender a Danubio de por vida”, me gritaba. Así discutimos hasta que nos convenció”.

Juan era capaz de todo como la vez que contrató una cuerda de tambores para que no se escucharan los gritos del técnico de Wanderers a sus dirigidos…

“El técnico de Danubio era Rafael Milans que previo a jugar contra ellos me dice: “Wanderers anda muy bien porque Hugo Bagnulo (DT) los motiva mucho durante los partidos, les grita todo el tiempo desde el borde de la cancha”. Entonces me puse a conversar con el Chino Salvá pensando cómo contrarrestar eso. Y el Chino me dijo: “podemos traer una cuerda de tambores y que se pongan a tocar bien fuerte en la tribuna, bien atrás de Bagnulo”. Y eso hicimos, conseguimos una cuerda como de 20 tambores. Arrancó el partido y el ruido de los tambores era tremendo. El Hugo gritaba como loco pero los jugadores no lo escuchaban. Se movía para todos lados y la cuerda de tambores lo seguía. Estaba malísimo. Ganó Danubio 3-1”.

Parece mentira pero ya pasaron 90 años de aquel sueño de los botijas del barrio… Jamás imaginaron tener estrellas en el escudo y que la cantera de la franja brindara al mundo futbolístico innumerables jugadores.

Para sentir a Danubio se debe haber caminado alguna vez por las calles de su barrio, ahí donde pululan botijas jugando al fútbol y personajes como el Toto y el Esteban, de sentimiento tan puro como el que describió Juan Lazaroff: “Los hijos se hacen hinchas del cuadro del padre, no tanto cuando lo ven reír, sino cuando lo ven llorar por ese amor”. Por algo el Toto se fue hasta el cielo a buscar su franja.

Comentarios

  1. Excelente Bostero. Muy buena historia.

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  2. nací y crecí detrás del Forno, ví a los mejores de toda la historia , vecino del Gaviota Migliónico , no soy hincha pero siempre me gustó Danubio. el Toto Bayona, el gran referente de los hinchas danubianos, también vecino, junto a sus hermanos siempre por Veracierto rumbo a la curva los fines, que linda epoca , el pompa, Edi Suarez, el cabecita Delgado, el rusito Olivera, y toda la generación de los 90 luego en el complejo Del Campo. puro fútbol !!!!
    salúd Toto !!! ,

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