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Cuando llegó a Peñarol le mandó una carta a la vieja para contarle que Onega le había pedido un jabón. Menotti lo llevó al Barcelona de Maradona. Ídolo en Ferro y Vélez donde, en pleno partido, le hizo un homenaje a su viejo. Autor de tres goles en un clásico. El Pibe de Oro.



 

La sola mención del apodo alcanza para identificar a Julio César Giménez, el pibe que cuando tenía 15 años despertó el interés de Peñarol. El club movió fichas para traerlo pero el joven no bajó a la capital hasta no cumplir el mandato de su madre: que termine el liceo.

Cuando tenía 16 años desembarcó en las inferiores de Peñarol donde apenas estuvo tres meses porque rápidamente debutó en Primera.

No fue sencilla la tarea de la adaptación. Julio era muy pegado a su mamá y lo mandaron a vivir a una pensión en Ejido y Durazno con jugadores de otros equipos. Y el tema “en la pensión no se comía tan bien, los equipos tenían muchos problemas económicos y repercutía en todo. En aquellos años, estoy hablando de los años 71 y 72, hubo momentos en los que se debían seis y siete meses de sueldo. Fue una etapa complicada”, rememoró Julio cuando lo entrevisté para revista Túnel.

Pero todo cambió en pocos meses cuando Giménez fue ascendido al plantel principal y su vida cambió para siempre.

El chiquilín de Artigas pasó a compartir entrenamientos, almuerzos y concentraciones con futbolistas de la talla de Elías Figueroa, Matosas, Caetano, Castronovo, Onega, Romeo Corbo, Losada. Para que tengan una idea: los coleccionaba en las figuritas.

“Cómo sería la cosa que le escribí una carta a mi vieja a Artigas para decirle que Onega me había pedido un jabón. Era tal el grado de timidez e inocencia que llegué a eso. Había un respeto…Yo no podía creer estar sentado en la mesa con algunos que veía en las figuritas.”, reconoció Giménez.

La aparición de Julio en el primer equipo aurinegro causó furor entre los carboneros. Ocurrió en febrero de 1973 por la Copa del Atlántico contra Boca Juniors donde el volante tomó la pelota y empezó a gambetear rivales. Un golazo.



Pero, al finalizar el primer tiempo, ocurrió lo insperado: el pibe pidió cambió… “Me sentía mal. Estaba muerto en la cancha. Yo miraba el reloj y no pasaba más el tiempo, reconoció. ¡Tenía hepatitis!

“Un día me sentía mal en Los Aromos, me tomaron la presión y como la tenía baja pensaron que era por el calor. Me aconsejaron tomar un poco de alcohol. Estuve dos o tres días tomando alcohol y me estaba haciendo pelota el hígado. A los tres días fui a la cancha a jugar contra San Lorenzo. Antes de entrar estaba orinando y Cocito me vio el color de la orina y me dijo: ‘Vos tenés hepatitis’. Estuve tres meses en cama. Pase mal, pase feo porque el alcohol que me mandaron era veneno para el hígado. Pero en esa época era así”, recordó cuando lo entrevisté para Túnel.

  

Los tres goles clásicos



La Liguilla jugada en enero de 1976 fue un antes y un después en la carrera de Giménez. En el clásico, con el Centenario colmado de aficionados, el artiguense le marcó tres goles a Nacional y pasó a ser reconocido como El Pibe de Oro.

“Ese partido fue lo mejor que me pasó en la vida. El último gol no lo olvido jamás, un golazo y lo hice rengo. ¡Sí, rengo! Me había lesionado un tobillo. En ese momento se permitían solo dos cambios y Morena me dice: “andá a jugar de 9”. De pronto hay un desborde, llega un centro pasado afuera del área que me queda para pegarle de boleo. Yo amago a patear y le meto un sombrero a Moller, hago un par de amagues más, entre ellos al golero Bertinat, al que lo gambeteo y casi que entro caminando al arco. Me fui al talud a gritar el gol con la gente”, expresó Giménez sobre aquella obra arte que los hinchas jamás olvidaron.

A modo de ejemplo, una anécdota que lo tuvo como protagonista…

Un buen día Julio se subió a un taxi y pidió que lo llevaran al complejo Santa Rita. En el trayecto, Giménez notó que el taximetrista no estaba de buen humor. Llegando a destino, el chofer le preguntó si tenía a su hijo jugando allí a lo que Julio respondió que no, que estaba dirigiendo a las formativas de Peñarol. Al hombre lo invadió la curiosidad y le preguntó cómo se llamaba.

Cuando escuchó a su pasajero decir Julio César Giménez, el taximetrista paró el auto y empezó a mirar con admiración a su pasajero. Su mala cara había cambiado notoriamente. “¡No te puedo creer! ¡Julio César Giménez! ¿Te acordás de mí?”, preguntó el taxista.

Julio lo empezó a mirar y como para salir del paso le dijo: “a lo mejor nos conocemos del barrio o del liceo.

“Y el tipo me dice, no, fijate bien. Cuando hiciste el último gol en el clásico fuiste al talud y lo gritamos colgados del alambrado”.

Y Julio, ni lerdo no perezoso, respondió: “vos sabés que yo te veía cara conocida…”.

 

Sus diferencias con Dino Sani



Todo venía viento en popa hasta que el técnico Dino Sani se cruzó en el camino de Giménez…

“En la Copa Libertadores del 78 fuimos a jugar a Colombia contra Junior y Cali. Perdimos los dos partidos. Cuando volvíamos me puse a charlar con una azafata y Dino Sani lo tomó como que yo estaba de joda y utilizó eso como excusa del bajo rendimiento del equipo. Como que me tiró todo el fardo. Yo estaba casado y lo hizo bien de mala leche porque sabía que yo no había hecho nada”, comentó Julio.

Lo cierto es que aquel diferendo determinó que Sani, a pesar del reclamo de la gente, dejaba al Pibe de oro en el banco. Hasta que Julio se cansó.

“Llegó un clásico y yo sabía que no era titular entonces, ¿sabés lo que hice? ¡Me fui a Punta del Este con un amigo! Fue como diciendo, si no juego tengo que hacer algo por mi vida, porque no puede ser que no sea titular. Lo sentía así. Y ahí se pudrió todo”.

Finalmente en aquel año 78 el Pibe de oro sería transferida a Vélez Sarsfield de Argentina.

 

El homenaje al viejo



En la vecina orilla Julio se convirtió en ídolo. Por su forma de jugar entró rápidamente en el corazón de los hinchas de Vélez. Y a pesar de que reveló que jamás jugó para la tribuna y que detesta a los tribuneros, cierta vez Giménez se mandó una de las suyas.

“Les voy a contar una cosa que hice una vez jugando en Vélez. Esto fue bien de tribunero y fue para mi viejo. Cuando era chico nunca me iba a ver, pero andaba atrás de los árboles. Era un hombre muy callado y era muy crítico conmigo. Me mataba. ¿Sabés lo qué me decía? Que no iba a llegar a nada porque yo gambeteaba y no hacía el gol, se la daba a otro para que lo hiciera. Pero fue increíble porque tres o cuatro de los mejores partidos de mi vida los jugué con el viejo en la tribuna y yo sentía que jugaba para él”, comenzó diciendo.

Una noche don Giménez se apareció en la cancha. Vélez jugaba contra un equipo peruano por la Copa Libertadores. En aquel partido Julio fue un deleite. “Y faltando cinco minutos dije: le voy a regalar algo lindo a mi viejo. Me arrimo al técnico y le pido el cambio diciendo que estaba contracturado. Y me fui a la mitad de la cancha, bien de tribunero eh. ¿Por qué? Porque yo sabía que venía el ¡uruguayo! ¡uruguayo! de la gente. Y ese recorrido desde la mitad de la cancha hasta el túnel era eso, era para mi viejo que estaba ahí. Mi mamá me contó que el viejo, que era un tipo muy frío, se había puesto a lagrimear. Fue la única vez que fui tribunero”.

 

Al Barcelona de Maradona



Después de jugar en Vélez, Giménez pasó a Ferro Carril Oeste donde también se convirtió en ídolo al salir campeón con el equipo verde. Sus actuaciones en aquella campaña despertaron el interés de un grande de España como Barcelona que era dirigido técnicamente por César Luis Menotti y tenía en sus filas a Diego Armando Maradona.

Diego ya se había deslumbrado con Julio César Giménez. Para que tengan una idea, Maradona lo nombra al uruguayo en su libro como uno de los grandes jugadores que enfrentó.

La llegada del Pibe de Oro a Barcelona comenzó en un encuentro con César Luis Menotti en Mar del Plata donde el jugador se encontraba de vacaciones. Allí el entrenador le hizo saber su interés para que fuera a reforzar a Barcelona.

Había un solo inconveniente: el cupo de extranjeros. En aquel entonces se permitían dos fichas y el club catalán tenía, además de Maradona, al alemán Bernhard Schuster.

Pese a ello, el pase se concretó y Giménez fue contratado junto con el nueve argentino Jorge Gabrich.

Al poco tiempo de estar entrenando el equipo salió de gira por Estados Unidos y el artiguense compartió el plantel con Maradona.

Cierta vez los jugadores estaban jugando al ping pong en el hotel donde se alojaban. El centro de atención de la mesa era justamente El Pibe de Oro. “Yo dominaba el juego porque en la concentración de Los Aromos jugaba mucho al ping pong. Entonces estaba ahí despachando a todos los españoles cuando cae el Diego y golpea la mesa. Resulta que gané y quedé en la mesa para jugar contra Maradona. Arrancamos a pelotear y jorobar. Los partidos eran a 21. Antes de arrancar, Diego me dice: ‘si vos llegas a 5 tantos te lo doy por ganado el partido’. Julio pensó que se lo comía en dos panes a Maradona.
“¡Me ganó 21 a 1! ¡Era una bestia jugando! Nunca me había enojado tanto como aquella vez por perder tan fiero. El resto de la gira, cada vez que pasaba por al lado mío, me miraba y sonreía”, rememoró Julio.

Aquella gira fue sumamente particular. ¿Motivos? “A Maradona no lo conocía nadie”, expresó Giménez. “En ese momento el famoso era el refuerzo que llevamos, el salvadoreño Mágico González”.

Mágico González fue un delantero salvadoreño indomable. Se dormía, no entrenaba, salía de noche y se escondía en las discotecas. Así y todo, es ídolo eterno en Cádiz de España.



El tema es, a los pocos partidos de iniciada la actividad oficial, Maradona fue fracturado en un partido contra el contra el Athletic de Bilbao. Esto significaba que quedaba un cupo libre, pero Menotti optó por el argentino Gabrich, por entender que necesitaba un 9, y a Giménez lo mandaron a la filial del Barcelona.

Allí pagó los platos rotos por un diferendo entre el entrenador de la filial y Menotti y no fue tenido en cuenta.

¿Qué hizo Giménez? “Me dediqué a disfrutar y conocer lugares. Los fines de semana agarraba el auto y me iba a Andorra a esquiar. Sí, aprendí a esquiar y me encantó. Un lugar hermoso. Era todo nuevo, nunca había visto nieve en mi vida. Entonces en invierno me iba a Andorra y en verano a Ibiza a la playa.

A su regreso de España militó en varios equipos argentinos hasta su retiro en 1988 defendiendo a San Martín de Tucumán.



“¿Qué me quedó del camino recorrido?  Que estuvo bueno. Yo por ahí me arrepiento un poco de lo tímido que era. Era introvertido. Después siempre me quedó la sensación de que otorgué mucha ventaja y nunca pude estar 100% bien físicamente. Es la lectura que siempre hice porque cuando yo estaba bien me sentía Maradona y Messi juntos. Pero me costaba… vivía solo, era medio desbolado con la alimentación, y me gustaban las minas, la noche y el alcohol no, pero las minas sí”.

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