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El Loco Navarro entraba a la cancha con algodones y marcaba el área. Tenía por costumbre atajar la pelota y hacerla rebotar contra el travesaño. Cuando se fue, el arco quedó en manos de su cuñado Montoya que se hacía pasar por Pastor de una iglesia. Dos personajes increíbles de la historia de Rampla.



Ricardo Jorge Navarro llegó a Uruguay en 1964 para defender el arco de Defensor procedente de Atlético Nacional de Colombia. En la viola ya había mostrado algunas de sus excentricidades. Atajada de gorra y cada vez que salía a cortar una jugada se la sacaba para cabecear. Pero lo más curioso era que enterraba un algodón en la mitad de la raya del área chica.

Al año siguiente pasó a Rampla Juniors donde se encontró con Hugo Bagnulo como entrenador. Y para Don Hugo, un tipo serio y cabulero, encontrarse con el Loco Navarro fue toda una travesía. ¡Lo volvió loco!

Se vestía siempre de negro y jugaba con unos zapatos que parecía que los había encontrado en un tacho de basura, rememoró su excompañero José Pérez.

“El Loco era un personaje. Entraba a la cancha con un paquete de algodones y marcaba el área y el punto penal. Armaba como una vía con los algodones y los ponía en puntos clave para tener referencias”, reveló Pérez a Que la cuenten como quieran.

¿Pero qué pasaba? “Cuando los rivales se avivaron que Navarro se guiaba por los algodones, se los corrían de lugar. Tenía cada líos…”, agregó su excompañero.

Y como era previsible, el Loco empezó a chocar con el técnico Bagnulo. Hugo era gran cabulero, entraba a la cancha y lo primero que hacía era buscar un trébol de cuatro hojas rememoró el expresidente de Rampla, José Luis Corbo.

“Me acuerdo que Bagnulo nos hacía entrar a la cancha siempre con el pie derecho, jamás con el izquierdo. Y en el vestuario andaba levantando los algodones del Loco Navarro”, expresó Juan Ángel Betteato, otro jugador que vistió la camiseta de Rampla y compartió vestuario con el golero.

El Loco Navarro en el Centenario


Navarro tenía otra particularidad, se ponía una gorra negra para atajar. Alguna que otra vez los rivales le sacaban la gorra y se volvía loco.

“Era un personaje, siempre tenía alguna de esas cosas alocadas. Era un gran atajador, recuerdo un partido en el Centenario contra Peñarol que fue espectacular. Pero tenía una cantidad de comportamientos alocados. Salía jugando al estilo Manicera y la gente de Rampla se volvía loca”, rememoró Corbo.

José Pérez no dudó en afirmar que “fue el primer tipo que vi sacaba con los pies de aire y ponía la pelota donde quería”.

Navarro, padre del reconocido golero de Boca Juniors, Carlos Fernando Navarro Montoya, fue un baluarte en la campaña de Rampla en el año 1964. Aquella temporada los picapiedras pelearon arriba en la tabla. En la última fecha Rampla se jugaba el vicecampeonato en la cancha de Defensor. Por aquellos tiempos ser vicecampeón era un honor.

El partido estaba empatado cuando los violetas ejecutaron un tiro de esquina. En el área chocaron Navarro con Ronald Langón. La gorra del Loco voló por el aire. ¡Para qué! El golero picapiedra salió como loco a buscar al 9 violeta y le pegó tremenda trompada. Lo echaron y Rampla quedó sin golero.



El relato del Peta Ubiña en la Revista Deportes es memorable…

“En Rampla había un cuadrazo. En el último partido de ese año jugábamos contra Defensor en el Franzini y Cerro, que nos pisaba los talones, jugaba en el Tróccoli. Me acuerdo de que atajaba el Loco Navarro, un argentino que enloquecía a don Hugo. Era flor de arquero, pero le daba por hacer cosas raras. Padre de (Carlos) Navarro Montoya, que posteriormente sería el arquero de Boca. Tenía una costumbre cuando atajaba una pelota, la hacía picar en el horizontal y después la agarraba de nuevo. ¡Para qué! Don Hugo no paraba de gritarle de todo. En ese último partido a los cinco minutos del segundo tiempo lo echan por pegarle una piña a Langón. Por algo le decían el Loco Navarro. Bagnulo me llama y me dice: ‘Pedile el buzo al trastornado ese y andá al arco. Y fui. Por suerte ganamos 4 a 2 y Cerro perdió”.

El historiador de Rampla, Miguel Aguirre Bayley, estaba en la cancha aquella tarde y rememoró la incidencia. “Fue sobre el arco que da a la playa, yo estaba en la tribuna de pasto que había en el Franzini con mi padre y mis hermanos. No había asientos ni nada y me parece estar viendo al Peta Ubiña calzarse los guantes y atajar un par de pelotas complicadas”.

Aquella expulsión fue determinante para la salida de Navarro de Rampla. Lo curioso del caso es que el arco pasó a manos de su pariente, Ruben Montoya. Otro personaje de ribetes increíbles…

 

Del Loco Navarro al Pastor Montoya

Ruben Montoya en la formación de Rampla


Montoya, cuñado del Loco Navarro, era otro personaje desopilante. Se hacía pasar por Pastor de una iglesia y el día que lo vendieron apareció mamado.

El expresidente del club, José Luis Corbo, reveló a Que la cuenten como quieran que Montoya solía decir que era Pastor de una iglesia en La Teja. “Un día pasé por frente a la casa y estaba en la puerta, parecía Jesucristo”, recordó Corbo para dar paso a una anécdota.

“Un día voy a la cancha de Rampla y me presenta a la compañera que tenía sentada al lado como su esposa. A los 20 días vuelvo y me presenta a otra mujer como la esposa. Era tremenda ficha”.

Cierta vez Corbo recibió un llamado de Jefatura de Policía para avisarle que Montoya estaba detenido porque apareció con una motoneta que era robada. “Era un mentiroso… Aquel día de la motoneta me metió cualquier historia, pero resulta que la moto la había robada en Córdoba y se la trajo”, comentó Corbo.

Aquella temporada Rampla se había atrasado en el pago de los sueldos de los jugadores y cuando se puso al día la noticia salió en los diarios. El equipo estaba en pleno entrenamiento cuando por detrás del arco del Pastor aparecieron dos o tres acreedores para cobrarle. “Y empezó a gritar: ¡es mentira! ¡Los diarios mienten!”, recordó su excompañero José Pérez.

Aquel equipo picapiedra era dirigido por un histórico como William Martínez. Cierto día el técnico apareció en el vestuario con un par de zapatos nuevitos para regalar. Montoya primerió: “William, justo me hace falta un par de zapatos”. A lo que el técnico respondió con una pregunta: “¿Cuánto calzás vos?”. La respuesta de Montoya dejó a todos de cara: “Del 35 al 45 me quedan todos bien”.

Pero la más insólita de todas fue el día que lo vendieron a Barcelona de Guayaquil.

Resulta que se llevó adelante la negociación, se cerraron los números, los dirigentes del club ecuatoriano depositaron el dinero y quedaron en pasar a buscar al jugador por el estudio del doctor Corbo.

“Lo citamos a las 11 de la mañana. A la hora señalada, los tipos esperando, y Montoya no llegaba. A las 11.15 nada. A las 11.30 le digo a una secretaria del estudio si podía bajar a ver si andaba en la vuelta. Allá como a las 12 me llama la secretaria y me dice: “acaba de llegar Montoya pero lo metí en el baño porque tiene una mamúa bárbara”.

Corbo se quería morir. La gente de Barcelona esperando para viajar con Montoya y el tipo apareció borracho. El dirigente pidió que lo mojaran un poco para despertarlo. “Cuando lo metieron adentro de un taxi y partieron rumbo al aeropuerto pude respirar”, recordó Corbo que concluyó diciendo: “Qué ficha… El Pastor Montoya hacía las cosas con tanta naturalidad y seriedad que inventaba tener una Iglesia que jamás existió”.

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