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Una noche salió a buscar plata fácil. Estuvo tres meses escondido. No dormía ni comía. En febrero de 2009 lo agarraron. Fue juzgado y enviado a La Lata, el peor sector del Penal de Libertad. 



Pasó por el Comcar, Rivera y Las Rosas donde recibió 14 puñaladas. Perdió una pierna. Su vida cambió para siempre. La peleó. Salió a trabajar, constituyó una familia y el fútbol fue una vía de escape. Fundó Progreso y se transformó en pilar de la selección uruguaya de fútbol para amputados. Una historia conmovedora. 

Pablo García caminó por las calles de Nuevo París. Como todo niño abrazó el sueño de ser futbolista. Corrió detrás de la pelota en el Lanza México y el Universal. Y como no podía ser de otra manera jugó en el cuadro del barrio: Liverpool.

Al poco tiempo comenzó a peregrinar por el fútbol. Pasó por Alianza Montevideo, Progreso, donde conoció a Eduardo Gómez, un técnico que lo marcó y lo terminó llevando a Cerrito.

Allí jugaba en Cuarta y Tercera división. El sueño estaba cerca. Por esos tiempos vivía con su mamá Ana, su abuela Gladys, y su hermana Soledad de 6 años.

La realidad del día a día lo llevó a trabajar para ayudar a su madre. “Recuerdo que luego de entrenar en Cerrito mi vieja me llevaba la vianda con la comida a la parada y me iba a laburar en el Abrojo”, comentó Pablo a Que la cuenten como quieran antes de tomar la decisión que cambió su vida…

“A veces uno toma malas decisiones. Uno entra y empieza a estar en ambientes que no debe. Y me mandé una macana… Salimos con dos amigos a buscar la plata, a buscar la plata fácil. Nos mandamos una macana y la pagamos carísimo, fue lo peor que pude haber hecho”, reconoció Pablo.

Después de consumado el hecho comenzó a vivir un martirio. Se perseguía. “Es lo peor. Es una experiencia bien fea, porque sabés que te mandaste la macana y estás continuamente pensando cuándo te van a agarrar. Interiormente sabés que más allá o más acá vas a perder tu libertad y es lo peor. No dormís, no comés, estás todo el día pendiente de que te agarren”, expresó.

Pablo estaba escondido en un asentamiento en Nuevo París cuando lo encontró la Policía. Fue un 13 de febrero de 2009. Se lo llevaron detenido y de inmediato lo pasaron a la Justicia competente.

Pasó una semana encerrado en los calabozos de Cárcel Central hasta que el juez dictó sentencia y lo mandaron al Penal de Libertad.

“Caí en el sector de La Lata. Llegar ahí siendo un gurí fue bravo. Bravo de verdad, porque el ambiente es muy feo y tenso. Las condiciones son las peores que se puedan imaginar, de higiene, humanas, de todo. Yo tenía 19 años y me metieron ahí a convivir con hombres y como hombre. Fue duro, tuve que madurar de golpe y estando allí es cuando afrontás la realidad y te das cuenta de la cagada que te mandaste”, comentó Pablo en la charla.


Preso e incomunicado

A lo largo de su estadía en el Penal de Libertad se quebró pocas veces. Lo que más sufría era estar incomunicado. Reveló que los presos podían hacer un llamado telefónico por semana.

“Había solo un teléfono público y te daban una llamada por semana”.

El momento más duro que le tocó vivir fue cuando enfermó la abuela Gladys. “No me habían dicho nada hasta que la situación empeoró y le daban poca chance de vida. Fue en ese momento que hablé con mi madre desde el teléfono público y me contó que la abuela estaba mal…”. La voz de Pablo se quiebra. Lo invade la emoción.

La abuela Gladys


Gladys entró en coma. Pablo, que llevaba unos años sin ver a su abuela, pedía un teléfono para realizar un llamado a los efectos de saber cómo estaba, pero se lo negaban. Fue entonces que tomó la decisión de efectuarse cortes en los brazos. ¿Para qué? “Me cortaba los brazos para poder llamar. Cuando me cortaba la guardia me sacaba de la celda y me llevaba a palo limpio hasta la enfermería. Después te preguntaban el motivo y ahí yo les decía que quería hacer una llamada porque tenía a mi abuela en CTI. Y te daban el llamado. Así estuve un tiempo. Hasta que un día llamé a mi madre y cuando le sentí la voz sabía que se venía lo peor...”.

Cuando lo contó, Pablo no pudo contener la emoción y se largó a llorar. La pausa en la charla fue extensa. Lloró desconsoladamente. La abuela falleció…

“Fue lo peor… me sentía con culpa. Mi abuela fue una mujer que siempre quiso que yo jugara al fútbol y me daba todo. Estuve años sin verla. Tenía artrosis en la rodilla y no podía caminar. Y se fue sin que me pudiera despedir de ella…”.


Las puñaladas

Pablo de niño jugando en su casa


Pablo comenzó a ser trasladado por distintos lugares penitenciarios. Fue así que en el año 2012 vivió un motín en el Comcar que determinó que lo llevaran a Rivera. Un año y medio después lo trasladaron a Las Rosas, en Maldonado. Allí pasó a trabajar como fajinero (encargado de limpiar). Cierto día estaba sacando agua y escuchó discutir a un compañero con un preso. La discusión subió de tono y en determinado momento el recluso se arrimó a Pablo y le empezó a pegar puñaladas. “Esto es por tu culpa”, le dijo el agresor sin mediar palabras y le asestó 14 cortes. “Una de las puñaladas me destrozó la arteria y la vida” rememoró Pablo.

Aquel 2 de diciembre de 2013 fue llevado de urgencia a una policlínica donde estuvieron alrededor de dos horas intentando salvarle la vida, pero el tema fue que se disparó una infección que comenzó a afectar los pulmones y los riñones. Entró en coma y recién despertó el 30 de diciembre con una noticia inesperada: para salvar su vida le habían amputado una pierna.

“Cuando despierto, lo primero que me dijo la doctora fue: “Cuidá a tu madre que es de oro…”. La voz de Pablo se volvió a entrecortar. Al recordar aquel detalle volvió a llorar.

El joven no había percibido que le habían amputado una pierna. “Cuando desperté no me daba cuenta, era piel y huesos, no tenía fuerza hasta que en un momento mi madre me dijo: “Negro, para que sigas vivo te tuvieron que cortar la pierna”. Lo primero que pensé fue en el fútbol. En la cárcel yo jugaba al fútbol y de hecho en Rivera había unos reclutadores que pensaron en sacarme para ficharme”.

Acostado en la cama del hospital quedó impactado por la noticia. Lo primero que preguntó fue cuánto le habían cortado. Su mamá atinó a responder: “bastante”. Pablo no tuvo la fuerza suficiente para mirarse. “Unos días después tomé coraje, me toqué, y noté que me faltaba casi toda la pierna. Lo primero que dije fue: ‘Este hijo de puta me mató. Me quedan 20 centímetros de pierna”.

Luego de ser intervenido en el Sanatorio Cantegril, a Pablo García lo pasaron a una sala de seguridad del hospital de Maldonado donde quedó internado con otros reclusos.

“Es una sala con rejas en la puerta y las ventanas. Y el trato es otro, no es el mismo trato. Hay gente bien, que no hace diferencias, pero otra a la que le molesta atenderte”, expresó.

A Pablo le quedaban cinco años más de condena (hasta 2018) pero su mamá, debido a la situación, comenzó a moverse para que le dieran prisión domiciliaria.

El proceso de rehabilitación fue duro. Siete meses internado. Tiempo en el cual debió aprender a caminar con muletas. Arrancaba una nueva vida.

Una tarde, Ana llegó al hospital como todos los días. Pablo la notó rara por lo que preguntó: “Mamá, ¿qué pasa? ¿Me dieron la domiciliaria?”. Ana respondió negativamente pero no pudo contener la risa. “¡Al fin una buena!”, gritó Pablo y se abrazaron emocionados.

Aquella noche le costó dormir. Al día siguiente le dieron el alta. “Fue cuando empecé a encarar la vida en muletas”.


La ayuda del fútbol

Defendiendo a Progreso


El camino no fue sencillo. Pablo tenía salida autorizada para concurrir al Hospital de Clínicas a realizar fisioterapia. “Me sentía raro al salir luego de estar privado de mi libertad. Y encima tenía una sola pierna. Me incomodaba mucho cuando los niños preguntaban por mi pierna, fue duro, fue duro por todo”, rememoró.

Para colmo de males. Cuando le estaban realizando una prótesis, el médico cubano que estaba a cargo de su tema sufrió un ACV y la tarea quedó a medio camino. Otro profesional quedó a cargo del tema pero, cuando por fin quedó pronta la prótesis, no la sintió cómoda. “Me sentía lento, me dolía la columna” contó García que definitivamente decidió moverse con bastones.

En las horas libres Pablo navegaba por internet procurando encontrar una actividad deportiva para despejar cabeza. De esa forma fue que llegó al dato de un llamado para defender a la selección uruguaya en el Mundial de fútbol para amputados. Al instante tomó el teléfono y llamó. Lo atendió Luciano Varela, referente de la actividad, que lo invitó a entrenar.

El día que fue a la práctica había un amistoso con el femenino de Central Español. Al llegar percibió un detalle: él estaba de muletas y el resto con bastones canadienses. Aquel día jugó con sus muletas. El gran tema fue cambiar a jugar con bastones…

“Pah, fue terrible, no me sentía cómodo. No me adaptaba, me costaba para caminar, el agarre, el soporte. La manera de apoyarte es otra. Te da la sensación de que te caes, y me caía, me frustraba y decía que no le iba a agarrar la mano”, expresó a Que la cuenten como quieran.

A pesar de las dificultades García se embarcó en el sueño de defender a la celeste en el Mundial. Para llegar, la tarea fue titánica. Los jóvenes salieron a organizar eventos a los efectos de recaudar dinero para poder viajar. Y lo lograron.

Foto Afosuarez (Gentileza de Pablo García)


“Yo fui al Mundial sin saber correr con los bastones”, admitió Pablo antes de describir las emociones que sintió. “Vivir un vestuario, viajes, hoteles. Ponerte la camiseta de tu país, entrar a una cancha y sentir el himno. Pah… tantas cosas”.

Pablo reconoció que desde el punto de vista deportivo no la pasó bien en su primer torneo. ¿Motivos? “La pasé muy mal porque soy muy competitivo y no poder agarrar a los rivales me desesperaba, me dejaba como loco. El 10 de Inglaterra no sabés lo que juega, jugaba en el Manchester City. ¡Qué jugador!”.

En pleno Mundial entabló contacto con Damián De Felipe, golero y capitán de la selección argentina de fútbol amputados, que lo invitó a jugar la liga de la vecina orilla por lo que fichó por Lobos de Buenos Aires.

Su espíritu inquieto lo llevó a fundar un equipo para amputados en Montevideo. Como Pablo había jugado en las formativas de Progreso trasladó la idea a Agustín Montemuiño. El club le dio el ok y el sueño se puso en marcha. Salieron a reclutar gente para el cuadro. “Amputado que veíamos por la calle lo parábamos y lo invitábamos a jugar. Hoy somos el equipo con más jugadores y la verdad que la gente de Progreso es impresionante porque, siendo un cuadro humilde, nos brinda todo”.

La lucha continúa. Durante un tiempo Pablo tuvo un carrito donde vendía panchos pero, cuando comenzó la pandemia de Covid, no le quedó más remedio que venderlo. Ahora se dedica a hacer changas y vive la felicidad de que, hace poco tiempo, su pareja Romina le dio su tercer hijo: Gianluca.



Por si fuera poco, en marzo de 2022 defendió a la selección en el Sudamericano de Colombia y clasificó al Mundial de Turquía.

Pablo dice que la vida le enseñó a no dejarse vencer jamás y afirmó que, aún en las peores circunstancias, siempre hay una salida. Lo vivió en carne propia. Aquel error que lo llevó a la cárcel, a vivir en condiciones inhumanas y perder una pierna, lo marcó para siempre, por eso se anima a decirle a los jóvenes: “Antes de hacer una macana hay que pensar 10 mil veces, poner en la balanza lo que tenés para perder y para ganar. A veces te la mandás la macana por inmaduro, más por inmaduro que por otra cosa. Pero no da perder tiempo de tu vida, arriesgar a la familia, y pasar mal por una macana. No vale la pena. Yo me equivoqué y hoy puedo decir que lo mejor es estudiar, trabajar, y transitar el camino legal, porque no hay nada como ser un hombre libre”.

Comentarios

  1. Es un ejemplo de vida. Demuestra que que la vida es un aprendizaje continuo y que vale la pena vivir...

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